Tan puntual como el Chupinazo llegan las noticias de excesos, acosos y hasta violaciones en San Fermín como si una cosa fuera con la otra y la celebración sólo consistiera en explorar las más oscuras formas del mal. El viernes todo lo que conocimos de Pamplona fue una multa de 3.000 euros por tocar repetidamente el culo a una mujer en un bar. Una multa sin duda necesaria y oportuna pero ¿es lo único que sucedió en una de las fiestas más tradicionales e importantes de España?
La semana pasada, las demostraciones del Orgullo Gay recibieron un exquisito trato mediático, incidiendo sólo en los aspectos positivos y sin reparar en la parte de la mamarrachada, tan despreciada por los homosexuales serios.
¿De verdad alguien cree que en aquel contexto tan eminentemente sexual no hubo ningún culo ilícita y repetidamente sobado en un bar o en cualquier otro lugar? ¿Ningún acoso que reportar?¿Ningún chico que bebiera demasiado y no recuerde si consintió o fue violado? Nada. Los medios y los políticos sólo nos hablaron de valores y libertad, que es justo lo que a San Fermín le niegan, reduciéndolo a su parte de heridos y damnificadas, como si su festividad no estuviera sustentada sobre unos valores, una tradición, una historia y una tensión espiritual que además son los de la mayoría de los españoles de buena voluntad.
Existe un deliberado intento de sustitución cultural que consiste en convertir la tradición en fascismo y lo obsceno en políticamente correcto, Occidente en culpable y el Islam en la víctima ante la que hay que disculparse, el multiculturalismo en el disolvente de La Civilización, de la que tenemos que avergonzarnos en lugar de protegerla y cultivarla.
El presidente Trump que tenía que traernos la Tercera Guerra Mundial ha pactado con Putin el alto el fuego en Siria. Los de siempre continuarán insultándole desde su altura que ellos creen moral pero es sólo que están sentados sobre la desoladora montaña de cadáveres que nos dejó la debilidad mental de Obama.
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