Salvador Sostres el 26 feb, 2016 El alcalde de Gerona, nombrado a dedo por Puigdemont cuando, también a dedo, Mas le nombró presidente de la Generalitat, había pactado subirse el sueldo con el PP y con Ciudadanos, al negarle Esquerra su apoyo para tal propósito. Al final Ciudadanos se bajó del acuerdo porque descubrió lo que todo el mundo ya sabía, y es que el señor alcalde no era mozuela, sino independentista. En este caso, para saberlo, no hacía falta llevarla al río. La democracia que tanto exige Convergència, y el derecho a decidir que de un modo tan insistente reclama, se convierte en uno ordeno y mando cuando las decisiones tienen que tomarlas en su casa. A dedo fue Mas designado candidato a la Generalitat, a dedo Puigdemont fue nombrado su sustituto, y a dedo llegó este nuevo alcalde de Gerona, que se llama Ballesta, por si quieren saberlo. Luego está la facilidad con que Convergència cambia de aliados cuando se trata de dinero. Después de tanto exigirle a la CUP, incluso por escrito, que no votara en el Parlament en el mismo sentido que los partidos contrarios a la secesión, resulta que Convergència es capaz de vender hasta a su madre por el aumento salarial de un alcalde de provincias. Las grandes naciones -Stanley Kubrick lo dice- son gángsters, y las pequeñas, prostitutas. La pulcritud que los convergentes exigen a los demás se la aplican ellos de una forma muy distinta. Ni Convergència tiene un funcionamiento democrático, ni su frentismo contra Ciudadanos o el PP supera el sueldo de un alcalde. Son tiempos de chatarra, de miseria moral. Son tiempos invertebrados y zafios, en que los que más prometen un mundo nuevo son los que peores atrasos acarrean. Y por cierto, la lealtad, cuando hay dinero de por medio, puedes pedírsela a tu esposa, a tus hijos, a tus amigos o incluso a tu suegra; pero nunca, nunca, nunca cometas la ingenuidad de pedírsela a Convergència. Otros temas Comentarios Salvador Sostres el 26 feb, 2016