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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Chema Madoz: el viajero inmóvil

Chema Madoz: el viajero inmóvil
Pablo Delgado el

La realidad es el término lingüístico que expresa el concepto abstracto de lo real. Según la Real Academia de la Lengua, la realidad es la existencia real y efectiva de algo. Una verdad que ocurre de forma efectiva y que tiene un valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio. Una realidad que podemos experimentar, ya sea en primera persona a través de nuestras propias vivencias o, a través de las imágenes que nos rodean constantemente. Pero, ¿qué pasaría si a esa misma realidad la modificásemos? Una modificación realizada mediante objetos o cosas que conviven a diario con nosotros. Pues tendríamos como dice el escritor Juan Bonilla un Chema Madoz”, materializado en una especie de “escultura icónica” que queda fotografiada y revelada en papel para el resto de su existencia. Dicha realidad plasmada y modificada puede llegar a ser un medio de expresión por el que alcanzar la esencia de lo poético, generando así un nuevo lenguaje por el que expresarse.

El poeta catalán Joan Brossa creó un lenguaje de la imagen más universal que el código literario, decía: “yo siempre digo que la poesía visual no es dibujo ni pintura, sino un servicio a la comunicación”. Comentaba que “la poesía visual, como el arte, es una aventura. La poesía visual, si se hace bien, se puede utilizar de varias maneras y hacer poemas de tipo político, lírico y romántico. En nuestra civilización predomina la imagen, es un código universal que me interesa utilizarlo en sentido ético, dando a los signos un contenido poético.”

Desde la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, promoviendo el mecenazgo y con un respeto absoluto por la libertad creativa. En su quinta edición de miradas sobre Asturias, anteriormente participaron Joan Fontcuberta, Alberto García-Alix, Ouka Leele y José Manuel Ballester, todos Premios Nacional de Fotografía, se le une en esta edición el también fotógrafo y Premio Nacional de Fotografía en el año 2000, Chema Madoz. Recibió el encargo de emprender un viaje peculiar a Asturias. A través de la mirada siempre diferente de un artista y fotógrafo referente en el panorama del arte de nuestro país. Le propusieron la realización de dicho viaje utilizando su capacidad de síntesis y de su gran representación icónica, para que nos acercase el paisaje y la naturaleza salvaje, el mar y sus habitantes, el clima lluvioso y la montaña de la región de Asturias.

Las 34 imágenes inéditas que componen la exposición que se puede ver en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, demuestran con naturalidad, la elegancia y la precisión que son obras a partir de la mínima manipulación de las imágenes y los objetos cotidianos para descubrir nuevos aspectos de sus capacidades simbólicas sin perder ni un ápice de su eficacia como imagen y mostrar una realidad interpretativa del fotógrafo. Bajo el título original de El viajero inmóvil Madoz nos propone un paseo por el imaginario colectivo de una Asturias visual, poética y abstracta.

Personalmente tengo una gran debilidad por la obra de Chema Madoz, además tuve la suerte en una ocasión de poder visitar su estudio en la localidad madrileña de Galapagar -junto a otras personas- y poder charlar de unas composiciones con un estilo poético muy cercano a Joan Brossa, e incluso el diseñador Daniel Gil en el que crea auténtica poesía visual, mediante nuevos objetos creados para un nuevo contexto y fotografiados que generan nuevas realidades.

Apunta el comisario de la exposición Borja Casani que por medio de la colisión de los sentidos, nos habla de sus tradiciones y sus formas de ser. Con ello, Madoz consigue conectar la observación del pequeño territorio con sus representaciones poéticas que van y vuelven de la pura abstracción a lo concreto, utilizando para ello, como es consustancial a su trabajo, entre otros sentidos sin dejar de lado el sentido poético también nos acerca a una representación en parte con guiños humorísticos.

Para esta exposición, Madoz tuvo que cambiar su proceso creativo, ya que al ser un encargo por parte de la Fundación, le ha obligado a realizar el trabajo al contrario de lo que está acostumbrado a hacer en la cotidianeidad de su estudio. Porque él, al trabajar con los objetos, lo que hace primero -cuenta Casani- es pasearse por el mundo de las cosas y ver los sentidos que producen los objetos y lo que le llegan a transmitir.

Ese lenguaje de los objetos cotidianos; de las cosas que nos rodean y a las que su propia función otorga potencia significante, nos hablan sin descanso desde el lugar que naturalmente ocupan o en el que por su utilidad colocamos. Mediante la manipulación de los sentidos, logra Madoz hacer un ejercicio poético de gran precisión evocadora, cuya comprensión por parte del observador es natural e inmediata. Con la utilización del blanco y negro -esencial en su obra- neutraliza toda información que no sea la de su propio lenguaje icónico.

 

La libertad que las capacidades simbólicas de los objetos le otorga es el espacio en el que resuelve su trabajo, apunta Casani. Un elaborado trabajo en el que el paseo por la imaginación poética es sustancia esencial. Lo que vemos son las cosas cotidianas que nos rodean, pero desde una óptica totalmente diferente, cambiadas de su posición y sacadas de su habitat natural que ante nuestros ojos nos abre nuevos campos de percepción y sensibilización con  una naturalidad y quietud asombrosa.

Lo poético es siempre una forma de mirar la realidad para transfigurarla, de hacerla más honda o sacar a la superficie una extensión distinta de las cosas, de los hechos que la componen, para contagiarnos la perplejidad o la extrañeza de la que nació. Gracias a una imaginación que no nace ni de la nada ni del capricho, sino más bien de una incansable capacidad de observación que sabe luego trasladarse a la obra concreta, al resultado, con una limpieza de laboratorio científico donde la sorpresa es ley, donde no se prescinde de la belleza objetiva que no precisa de explicaciones ni notas a pie de página.

Chema Madoz ha logrado que su voz sea reconocible casi desde el momento de su aparición y ha ido afinándola con una propuesta que, más allá de sus rasgos evidentes, del uso de las cosas como criaturas extrañas, de la elegancia, la sobriedad y la limpieza con que se nos presentan sus obras, ha clavado en nuestra memoria, como relámpagos inesperados, algunas imágenes definitivas, icónicas. Guiado por una por una imaginación deslumbrante, perturba los significados de los significantes, logra que un objeto cualquiera, sin dejar de ser objeto fácilmente identificables, sea de repente algo más, algo distinto, unas veces para producir un acontecimiento icónico, otras para susurrar un secreto, para contagiarnos una extrañeza para erguir una metáfora que no se rebaje a la obviedad, escribe Juan Bonilla en su texto publicado en el catálogo.

Un catálogo que complementa de forma efectiva y reporta un valor añadido a la exposición. Diseñado por el estudio catalán Setanta, con la idea de que fuera una carpeta práctica y mero contenedor, cumpliendo una función de traslación de la realidad como las imágenes expuestas de Chema Madoz. De esta forma se puede obtener y poseer de manera ordenada y contextualizada unas imágenes sublimes, que aunque no cumplan con la escala original de las fotografías reproducidas en la exposición de manera real, nos podemos llevar un pedazo de la obra de Madoz, disfrutando de sus conceptos e interpretaciones de una región tan bella como Asturias. Además se produce un hito que antes nunca se había publicado y son los pequeños bocetos que el fotógrafo “apunta” de forma visual sobre todo aquello que le sale de su cabeza, respetando incluso la disposición de cómo el artista los había plasmado en su libreta originalmente.

 

Un catálogo imprescindible para todo aquel “amante” y seguidor de la obra de Madoz, y de la buena fotografía artística que cada vez que publica un nuevo trabajo va marcando acontecimientos históricos dentro del arte nacional e incluso internacional, todo vestido desde un contenedor en papel que empieza su desarrollo con las guardas de colores que nos encontramos al principio y ya nos introducen en ese mundo paralelo y soñador en el que la naturaleza es el eje central, con los colores típicos que nos podemos encontrar en una zona del norte, como son el verde de la naturaleza, el azul del océano o los cielos grises y encapotados.

Un viaje poético del que nos hace partícipe Chema Madoz desde la mirada de la óptica de su cámara que nos traslada a través de objetos creados ex proceso y que han estado envueltos entre las paredes de su estudio de Galapagar (Madrid) sin moverse del lugar nos hace saltar y ponernos en un imaginario asturiano al alcance de muy pocos artistas. Mención también para el vídeo que recibe al visitante en donde se puede ver cómo una cascada de agua sustituye al telón del teatro. Pura poesía visual.

Todas las fotografías están positivadas en blanco y negro sobre papel baritado virado al sulfuro, y fueron realizadas durante el año 2016.

Chema Madoz. El viajero inmóvil. Miradas de Asturias // Centro Conde Duque en Madrid // Entrada gratuita. Hasta el 16 de abril. Todas las imágenes: Chema Madoz. Serie El viajero inmóvil, 2016. Miradas de Asturias. Mecenazgo. Fundación María Cristina Masaveu Peterson, 2017. Colección de Arte Fundación María Cristina Masaveu Peterson.

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