A lo largo de la historia de la literatura ha existido -y sigue existiendo- un debate alrededor de la pregunta ¿conviene leer los clásicos? Muchos lo declaran indispensable como Italo Calvino «los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy
releyendo…» y nunca «Estoy leyendo …», o nunca lo he leído y nunca lo haré, o tiene demasiadas páginas.
«Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos». «Son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual».
Un clásico transmite a través de sus palabras, un amor poco común por esas letras que transcurren a lo largo y ancho de cada página, aún a siglos de distancia desde que se haya escrito, todavía es posible sentir el latido de la vida en sus formas más diversas. Además, nos acercan al placer que produce en sí mismo la lectura y tratar así de entendernos y de entender el mundo que nos rodea.
«Llamadme Ismael». Con estas palabras da comienzo una de las novelas, considerada como clásico contemporáneo, llamada Moby Dick, la más famosa de Herman Melville y la más importante de su carrera. Con la llegada de las navidades Alianza Editorial reedita este clásico con una encuadernación muy cuidada en tela. Un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
La lectura de este clásico debe depararnos cierta sorpresa en relación con la imagen que de él se tiene. Si se lee por primera vez, y a qué edad se hace dicha lectura, nos transmite sensaciones muy diferentes. Un libro que habla de coraje, de pasión, de aventura, de superación en el amplio mar, en la constante contemplación del horizonte en busca de la presa, subido en el barco compuesto por una abigarrada tripulación del ballenero «Pequod», comandado por un capitán tullido y obsesionado por encontrar venganza… el misterioso y autoritario capitán Ahab, un viejo lobo de mar con una pierna construida con la mandíbula de un cachalote. Ahab revelará a su tripulación que el objetivo primordial del viaje, más allá de la caza de ballenas en general, es la persecución tenaz a Moby Dick, enorme cachalote que lo privó de su pierna y que había ganado fama de causar estragos a todos y cada uno de los balleneros que, osada o imprudentemente, habían intentado darle caza.
Publicada en 1851, la novela se inspiró en la propia experiencia del autor como marino, surgiendo así de la profundidad de las aguas, como un espectro, la obra que refleja a la ballena blanca asesina como la encarnación del mal. Se ha interpretado como un compendio de profundo simbolismo que se suele considerar que comparte características de épica y alegoría. Es una obra que puede funcionar como relación personal con quién la lee. Pero si no salta esa chispa, no hay nada que hacer, no debe leerse por deber o por respeto, sino sólo por motivación y con ganas de conocer.
Un libro que dice más que el libro en cuestión, que no deja indiferente al lector ya que si le engancha ejerce sobre el un efecto de resonancia intelectual. Por tanto, y retomando a Italo Calvino, poder leer un clásico en vez de concentrarse en lecturas que nos hagan entender más a fondo nuestro tiempo y preguntarnos «¿dónde encontrar el tiempo y la disponibilidad de la mente para leer los clásicos, excedidos como estamos por el alud de papel impreso de la actualidad?» es algo planteable para un lector que quiere y necesita ir más allá.
En definitiva, claro que se puede imaginar una persona afortunada que dedique exclusivamente el «tiempo-lectura» de sus días a leer Moby Dick. Así que, «no hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres».
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