Marta Sanz (Madrid, 1967) a lo largo de su carrera ha ido (y sigue) levantando una obra capaz de contar historias muy diferentes entre sí, pero que entablan intensos diálogos y comparten coordenadas de una realidad que está en un cambio permanente. A través de un juego elocuente en su escritura, consigue llegar al lector de forma original, manejando el lenguaje con un rigor que está al alcance de muy pocos escritores.
Su prosa es capaz de ir en paralelo a aquello que la rodea y observa, a lo que vive, a lo que prevé que se avecina, en ella, se siente esas ganas constantes que tiene la autora de contar cosas, estableciendo un vinculo intelectual entre lo que hay fuera y lo que hay por dentro. Vive en una inquietud permanente reflejada y expresada a través de una escritura perfeccionista y meticulosa, que está en constante evolución, mediante la búsqueda de diferentes maneras de narrar y experimentando con el estilo una y otra vez.
Sanz nunca piensa en un ser humano individual desvinculándolo de esas coordenadas del mundo que le ha tocado vivir. Sintiendo una empatía con el dolor que pueden experimentar otras personas con las que se puede compartir un momento histórico está en su obra y es muy importante. Según cuenta la propia autora, ella se considera pesimista respecto al diagnóstico, respecto a las cosas que pasan. Esa mirada pesimista está en ella, pero, por otra parte, lo contrasta con un gran entusiasmo del optimismo de la voluntad. A través de sus escrituras y los libros que sirven para intervenir en el espacio de lo real, para construir una realidad alternativa y para crear vínculos fuertes con los seres humanos. «Tengo una visión muy amorosa, muy fraterna y muy sonora de la palabra escrita». Ella es esa conciencia comunicativa del relato.
Una buena forma de experimentar, disfrutar y entender la literatura de Marta Sanz en adentrándose en su ya terminada trilogía «detectivesca» de Arturo Zarco, y lo pongo entrecomillado porque realmente es ese juego al que la escritora creo que le gusta acudir, ya que de detectives realmente hay poco, en el sentido literal al que estamos acostumbrados: una investigación, un proceso, el cómo lo hizo y por qué. En sus tres novelas sí que hay asesinatos, pero cuando el lector lo perciba, verá que todo es un conjunto de palabras y enlaces muy originales. Zarco es un antihéroe, es un detective muy poco convencional; cuarentón, gay, y estrechamente ligado a Paula, su ex mujer, a la que cuenta ya sea por teléfono o a través de su yo interior, las vicisitudes de la investigación, y hasta los pormenores de sus fascinaciones eróticas.
Publicadas por Anagrama, todo comienza con Black, black, black, en ella, los padres de Cristina Esquivel, una geriatra a la que han encontrado estrangulada en su piso de Madrid, contratan al detective Arturo Zarco para que encuentre al asesino. En realidad, lo que esperan es inculpar a Yalal, el albañil marroquí con el que estaba casada Cristina, y que ahora tiene la custodia de la hija de ambos. Tras el relato de ir y venir de vecinos sospechosos y de presuntos implicados, la conversación telefónica entre el detective y Paula se convierte en un pretexto para la dominación y la venganza, para el daño que se quieren infligir dos personajes que se odían, se aman, se necesitan y se repelen. Hasta que el forcejeo dialéctico entre Zarco y Paula queda, de repente, interrumpido por el diario de la enfermedad de Luz, una de las vecinas de la geriatra asesinada, y madre de Olmo, el jovencito que fascina y perturba a Zarco.
Con Un buen detective no se casa jamás, Zarco se va de viaje. Para olvidar y para que le olviden. También para huir de la compasión irónica de su ex mujer. Se refugiará en el riurau que la riquísima familia de Marina Frankel, una antigua amiga, tiene en las afueras de una ciudad de la costa mediterránea. En esta novela se abordan las psicopatologías -políticas, sociales- propias de los cuentos de hadas: sexo, pareja, matrimonio, incesto, duplicidad, castidad, maltrato, la posibilidad de que la madrastra sea la madre y la madre la madrastra, envidia, vampirismo, travestismo, necrofilia, adicciones, servidumbre, abyección…
Para llegar finalmente a pequeñas mujeres rojas, en este cierre de la trilogía Paula, la ex de Zarco ,se desplaza a Azafrán para localizar fosas de la Guerra Civil. Nada más poner su pie cojo en el pueblo siente que el cielo se encapsula sobre ella y una goma invisible tira de su cuerpo para alejarla de su destino: el hotel de los Beato, ubicado junto a un cartel en el que se lee «Azufrón». Ese verano Paula mantendrá correspondencia con Luz, la madre de Olmo, el novio del detective Zarco.
En esta última entrega, los acontecimientos que nos narra Sanz son el resultado de una fantasía narrativa que se desencadena a partir de hechos reales, como fueron las fosas comunes que se realizaron durante la Guerra Civil española para aquellos cuerpos que no estaban de acuerdo con un régimen autoritario que se estaba imponiendo o simplemente por la mala suerte de estar en el sitio y el momento equivocado. Junto con aquellos que todavía a día de hoy están desaparecidos, la angustia de los familiares y por la necesidad de reconstruir una memoria democrática junto con el trabajo de asociaciones y personas anónimas. Se recrean libremente los sucesos acaecidos en torno a la fosa de Milagros (Burgos), siendo los personajes totalmente ficticios que parten de la imaginación de la autora, mezclando así hechos reales como ficticios proporcionando una estructura narrativa original, tenaz y tensa.
Tres libros que se merecen una visión de conjunto por su repercusión en el espacio de lo real, introduciendo un significado y una manera de ver el mundo ya sea de forma asertiva a las cosas que están pasando y estableciendo una crítica en la que refleja y construye valores, demoliendo prejuicios. Sanz es alta literatura en español que anuda y construye la necesidad de crear un sentido crítico en el lector, proporcionado un lenguaje potente y con la valentía de emplear el lenguaje y el estilo que va a contracorriente de aquello a lo que estamos acostumbrados alejándose de ese canon de la literatura policiaca (a la que homenajea ofreciendo nombres y vinculando títulos clásicos a la narrativa), para proporcionar una experiencia lectora y estilística valiente y compleja en la que a través de ráfagas poéticas y surrealistas que componen escenas extravagantes en las que la elipsis es el actor principal.
Black, black, black
Un buen detective no se casa jamás
pequeñas mujeres rojas