Hace algún tiempo aparecieron en la prensa nacional artículos que celebraban como otro disparate nacionalista el hecho de que algunos vascos se dijeran descendientes de Noé. Ya se que a simple vista puede parecer otra patochada más de los exaltados de guardia, pero a mi juicio esta afirmación puede merecer unas líneas. Y me baso para ello en uno de los hallazgos más sorprendentes que me ha deparado mi vida de viajero impenitente. En un viaje a Georgia descubrí con asombro que georgianos y españoles tenemos antepasados comunes, los iberos.
En Georgia basta identificarse como español para que te saluden como si fueras un primo lejano que acaban de conocer. Y no es de ahora, ya en el siglo XI un escritor religioso, Giorgi Mthatzmindeli, monje del Monte Athos, dejó constancia del “deseo de ciertos nobles georgianos de viajar a la Península Ibérica para visitar a los ‘georgianos de Occidente’ que habitan aquellas tierras”. Y no digamos, si eres vasco. Aquí, todos están convencidos de que los vascos proceden también de tribus caucásicas iberas que, al vivir endogámicamente arriscadas en sus montañas, ni se romanizaron ni se mezclaron con otros pueblos, preservando así con mayor pureza sus lenguas –y digo bien, lenguas, que hasta siete se hablan en las tierras de Euskal Herría-, tradiciones y rasgos étnicos. Tal vez por eso, los goeorgianos los tienen por primos más cercanos y no es infrecuente encontrarse en los bares de Tbilisi fotografías del Athletic de Bilbao o de la Real Sociedad colgando de las paredes.
Pero como estamos entrando en arenas movedizas, prefiero medir bien mis pasos y parapetarme tras la voz autorizada de Greta Tchantladze, veteranísima profesora de Historia de la Universidad de Tbilisi y la más grande vascóloga viva de Georgia, toda una vida dedicada al estudio de los orígenes del pueblo vasco. Sus investigaciones han encontrado una semejanza tal entre los rituales fúnebres de vascos y caucásicos que va más allá de lo meramente tipológico para entrar de lleno en el terreno de lo etnológico. “Tanto en el País Vasco como en Georgia son antiguas costumbres comunes verter vino en la tierra y agua en la sepultura cuando alguien muere. También en ambas tradiciones el árbol aparece como intermediario con el otro mundo (se planta un árbol cuando alguien nace y se tala cuando fallece). En el País Vasco, se corta madera de manera especial para el banquete que se celebra tras el enterramiento, mientras en Georgia también se corta un árbol para hacer las sillas y mesas nuevas en las que se celebrará el banquete funerario”, me asegura con entusiasmo. A la profesora Tchantladze le llaman poderosamente la atención las antiguas sepulturas y dólmenes que se han encontrado, de un parte, en nuestra península y, de otra, en la región de Abjasia, en el Cáucaso. Según me dice, hay un parecido asombroso entre los dólmenes de la península ibérica y los hallados en al Cáucaso. Por si esto fuera poco, el gran lingüista alemán Wilhelm Humboldt, que ha dejado obras fundamentales en vascología, aseguraba ya en el siglo XIX que “los iberos (los vascos) partieron del Cáucaso y atravesaron Asia Menor” en su emigración hacia Poniente.
Entre los historiadores vascos es muy aceptada la tesis de su origen caucásico, pero dejando como al descuido su condición de iberos. Es éste, sin embargo, un concepto crucial que no sólo da plausibilidad a su procedencia, sino que resuelve un enigma histórico que viene de antiguo. El eminente, y ya citado, Nicholas Marr (1864-1934), autor de la teoría que sostiene que las lenguas caucásicas, semitas y vascuences provienen de un tronco común, consideraba a los iberos y a los vascos como pueblos hermanos. Es más, se atrevió a precisar la ruta que habrían seguido los emigrantes vasco/iberos “desde el valle del Mtkavari (¿Uphlistsije?), siguiendo el curso del Rioni hasta el Mar Negro y bordeando, después, la costa oriental de este mar hacia el norte, para atravesar Abjasia, dejando atrás el Cáucaso, y dirigirse posteriormente hasta la península Pirenaica, donde ya estaban instalados muchos iberos que habían emigrado antes”. Claro, que otros historiadores apuntan a la posibilidad de que hubiera dos rutas, una de ellas por mar, cruzando el Mediterráneo.
Engels, que, además de compartir con Marx ideas revolucionarias, fue un gran estudioso de los primeros pobladores de Europa, descubrió que los iberos, a diferencia de sus predecesores, acostumbraban a enterrar a sus muertos tumbados sobre la espalda: “Así se han encontrado numerosos esqueletos y cráneos que han permitido reconstruir la forma de sus cuerpos. Los iberos eran cortos de talla, tenían cráneos alargados, frente estrecha, arcos superciliares prominentes, nariz aguileña, pómulos afilados y mandíbulas poco desarrolladas, indicadores todos ellos de que los representantes actuales de esta raza son los vascos”. Para Engels, las poblaciones neolíticas, no sólo de España, sino también de Francia, Inglaterra y Alemania (al menos, hasta el Rhin) pertenecían a la raza ibera.
Así, pues, de acuerdo con las tesis de éstos y muchos otros reputados especialistas, parece claro que el pueblo vasco estaría formado por tribus iberas que, emigradas de la región del Cáucaso, se habrían establecido en las montañas del norte de la península en sucesivas oleadas. Y, lo que es más importante, las peculiares características étnicas, linguísticas y culturales que les diferencian del resto de los pobladores de la península se deberían más al hecho de haber vivido endogámicamente, sin mezclarse con otros pueblos, que a factores de origen o raza.
De menor valor académico, quizá, pero extraordinariamente revelador es el relato que me hizo en una ocasión Ramón Torrelledó, uno de los directores de orquesta más internacionales de nuestro país, tras regresar de dirigir un concierto en una de las repúblicas caucásicas de la difunta Unión Soviética: “Me quedé asombrado cuando escuché la música folklórica de aquel lugar. Tenía el mismo compás que el Sortziko vasco, cinco por ocho, y los pasos de los bailarines eran como un Aurresku”.
¿Y qué tiene todo esto que ver con el hecho de que los vascos se consideren descendientes de Noé? Según el Antiguo Testamento todos los hombres de la tierra son hijos de Noé, pero ya se sabe que se trata de una métafora. ¿En qué se basan, pues, los vascos? Establecido queda que los vascos de España proceden en origen de tribus iberas. Veamos ahora de donde proceden esas tribus. Es creencia extendida en Georgia que, tras haber quedado el arca de Noé atorado en las laderas del monte Ararad al cesar el Diluvio Universal, Jafet, uno de los tres hijos de Noé, se instaló con sus esposas y numerosos descendientes “en un hermoso valle entre el Monte Ararat y el Cáucaso, adonde llegó con las semillas de la vid que habían sido preservadas en el Arca”. Muchos identifican este lugar con el valle del Alazani, la cuna del vino, donde se cultiva desde hace más de siete mil años. Así pues, los georgianos se consideran descendientes suyos, a través de su nieto Kartlos, y, por tanto, se hacen llamr kartians o kartvelebi, y a su país lo denominan Sakartvelo. Siguiendo este razonamiento, si todos los mortales somos descencientes de Adán y Eva, la pareja que dio lugar a la creación del primer linaje humano, a nadie puede extrañar que los vacos, siempre tan proclives a marcar diferencias, se consideren descendientes de Noé, padre de la Segunda Creación, ya que, según la Biblia, fue el único superviviente tras el Diluvio. Pero ahora que lo pienso, si todos los seres humanos desparecieron de la faz de la tierra, excepto los habitantes del Arca, ¿no seremos nosotros también descendientes de Noé como los vascos y los tasmanios…?.
EspañaOtros temas