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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El morboso turismo de catástrofes

El morboso turismo de catástrofes
Francisco López-Seivane el

Me dicen que este puente los billetes de avión de Madrid a La Palma superan los 700 € ida y vuelta y escasean las plazas. No se trata de los turistas habituales en busca de sol, tranquilidad y bellas plataneras, sino de personas imantadas por la tragedia del volcán que quieren ver el Apocalipsis de cerca y con sus propios ojos. De día y de noche, ya que las visitas a Cumbre Grande incluyen tours nocturnos para observar las lenguas de fuego en todo su esplendor.

El volcán de La Palma en su momento de apogeo, llenando la noche de luz y de zozobra

El morbo que convierte las tragedias naturales en un acicate turístico no es un fenómeno nuevo. Baste recordar la ingente cantidad de visitantes que llevan años acercándose fascinados a la sepultada Pompeya. Pero no es éste el único caso. En Ucrania, por ejemplo, basta ponerse en manos de una agencia especializada de Kiev para que te monten una excursión a Chernóbil en un pispás. No resulta muy agradable ni inspirador pasar una jornada contemplando el dantesco escenario del ‘día después’ con un Geiger colgado del cuello para medir la radioactividad del ambiente y alejarte de inmediato en cuanto ésta supera la línea roja, pero muchas veces el morbo del ‘yo estuve allí’ puede más que la prudencia y la razón.

El día de Año Nuevo de 2008 estalló el volcán Laima de Chile, a sólo setenta kilómetros de Temuco, patria chica de Neruda, en la Araucanía chilena. Quiso el destino que este hecho tuviera lugar sólo un día después de que quien esto escribe hubiera paseado por sus majestuosas faldas solitarias. Tras la inesperada erupción, las autoridades chilenas no tardaron más que unos días en habilitar un mirador para contemplar los ‘ríos de fuego’ que descendían por sus antes apacibles laderas, convirtiendo la tragedia en un atractivo turístico. Nunca se había visto semejante muchedumbre en aquel apartado paraje andino. Algo parecido hicieron los islandeses poco después  con el volcán de nombre impronunciable que paralizó durante días el tráfico aéreo de toda Europa.  En Japón todavía se hacen visitas privadas a Fukushima, bajo el slogan: ‘Impossible is nothing’, aún cuando la situación de la central nuclear afectada no esté todavía totalmente estabilizada.

Bellísima imagen del Laima con su capa de armiño cubriendo la boca del volcán

Pero para los amantes de las catástrofes no hay destino como Indonesia. Hace algún tiempo estuve en Yogyakarta y desde el propio aeropuerto me llevaron directamente al pie del Merapi, uno de los volcanes más activos del mundo, que había entrado en erupción por enésima vez algún tiempo antes, sepultando decenas de pueblos y dejando en la miseria a miles de supervivientes que, tras haberlo perdido todo, malvivían en campamentos. Lo que fueron tierras feraces eran entonces una escombrera desoladora, pero los jóvenes se habían organizado para recolectar de los visitantes una especie de ‘impuesto de damnificación’, igual que los zapatistas de la selva Lacandona. Además, ofrecían transporte en vespino a quienes se animaran a acercarse a la ‘zona cero’. Hoy no podrían hacerlo, ya que el Merapi volvió a erupcionar en 2018 causando la muerte a 435 personas y ha vuelto a las andadas en 2020

Esta es la improvisada ‘aduana’, donde los damnificados del volcán cobraban una entrada a los visitantes más aventurados. Foto:: F. López-Seivane
Esta abrasada bicicleta ha quedado como un monumento a la destrucción del Merapi, Foto: F. López-Seivane

En Bali no hay agencia que no incluya en su tour de Kuta el solar de la antigua discoteca Sari, conde estallaron las bombas de Al Qaeda, que causaron decenas de muertos y heridos.  Pero entre el amplio abanico de tragedias sin cuento que asuelan frecuentemente Indonesia, ninguna como el accidente que se produjo en 2006 en una prospección de gas en las proximidades de Surabaya, en Java. Muchos años después, aún sigue manando barro de las entrañas de la tierra, sin que nadie pueda predecir cuando parará. De momento, hay más de mil hectáreas cubiertas por una capa de lodo de diez metros de espesor que continúa extendiéndose sin freno. Se dice que la razón de tanta desgracia es que Indonesia está asentada sobre las mismísimas calderas de Pedro Botero. Un lugar ciertamente peligroso para vivir, pero una auténtica mina para los que se sienten imantados por el olor sulfuroso de la tragedia.

Por no hablar del reciente descubrimiento de miles de soldados de Napoleón encontrados cerca de Vilna. Corría el invierno de 1812 y las temperaturas alcanzaban los 35º bajo cero en la ex república soviética de Lituania. Una dura prueba que las tropas napoleónicas no pudieron resistir en su marcha hacia Moscú. El general invierno y el hambre pudieron con ellas. Eso, al menos, es lo que se desprende del estado de los casi 2.000 cadáveres encontrados en el 2002, completamente vestidos y sin una sola herida, en una fosa común cerca de la capital lituana. Hoy son muchos los que se acercan a curiosear el mayor enterramiento de soldados de la grand armée encontrado hasta ahora y debidamente ocultado en su tiempo, ya que no había noticia del mismo en la historia de las campañas de Napoleón.

 

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