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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El Hotel Goldenes Kreuz de Ratisbona, donde fue concebido (en pecado) Juan de Austria

Era el más afamado de la época y frecuente residencia de emperadores, reyes, príncipes, nobles y diplomáticos

El Hotel Goldenes Kreuz de Ratisbona, donde fue concebido (en pecado) Juan de Austria
Francisco López-Seivane el

La conmemoración en estos primeros días de octubre de la histórica batalla de Lepanto, que consagró a Juan de Austria como ‘Salvador de Europa’, pone de actualidad la figura de este personaje histórico y sus oscuros orígenes, no siempre bien conocidos ni contados, ya que fueron un secreto de estado hasta la muerte del emperador en Yuste.

Regensburg -Ratisbona para los latinos- es una ciudad vibrante, dinámica, acogedora, bullente y cargada de historia viva. Aquí pasó Carlomagno tres años, Napoleón tres días y Carlos V tres meses que marcarían la historia de Europa, ya que durante esa estancia fue concebido Juan de Austria. En la triangular Haidplatz, corazón histórico de la ciudad, aún se encuentra en pie y gozando de buena salud el nido del amor imperial, el hotel donde solía alojarse Carlos V en las escasas visitas que hacía a la ciudad.

Imagen del Goldenes Kreuz con la estatua de la Justicia en primer término

En 1546, Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano, convocó la Dieta Imperial -algo así como un parlamento compuesto por nobles y clérigos-. El emperador, ya viudo, viejo y cansado, llegó allí tras un penoso viaje desde Valladolid. Durante su estancia de varios meses en la ciudad que fundara Marco Aurelio a orillas del Danubio en el año 179 de nuestra Era, se alojó, como de costumbre, en el Goldenes Kreuz, el más afamado de la época y frecuente residencia de emperadores, reyes, príncipes, nobles y diplomáticos. Allí le reverdeció la pasión al conocer a Bárbara Blomberg, una bella doncella de sólo dieciocho años, que cantaba como los ángeles en el coro de la catedral y de la que no se separaría hasta el momento de partir. Fruto de aquellos amores nacería, meses más tarde, el pequeño Jeromín, de quien el Emperador no quiso ni oír hablar hasta que, ya en trance de muerte, sus remordimientos le llevaron a reconocerle como hijo bastardo y ordenar en su última voluntad que fuera educado en España. Don Juan de Austria, el futuro ‘Salvador de Europa’, tenía entonces diez años.

El Goldenes Kreuz, situado en una antiguo castillo patricio del siglo XIII, en pleno corazón de Ratisbona, muestra ahora orgulloso en su fachada una inscripción que deja claro a quien lo lea -no sin cierta sorna- que el famoso vencedor de Lepanto fue concebido allí. La vieja posada imperial, tras una importante reforma que ha reducido a ocho sus confortables habitaciones, dotadas de todos los artilugios que el moderno confort exige, sigue abierta al público como hotel. Es tan peculiar y exclusivo este lugar que cada cliente recibe una llave que abre todas las puertas y entra y sale del establecimiento con total privacidad y autonomía, como si estuviera en su propio apartamento.

La espléndida habitación del primer piso que sirvió de nido de amor a Carlos y Bárbara ha sido convertida en el Salón del Emperador, un lugar presidido por el águila imperial y decorado con estuco y frescos en el techo, propios de la época barroca, así como altorrelieves de los más ilustres huéspedes que pernoctaron allí, incluyendo, además del citado Carlos V, al emperador Francisco José y a su bella esposa, la Emperatriz Sissi, que tantos sueños despertara entre las clases plebeyas de su tiempo. No pude dejar de emocionarme cuando me asomé a la alcoba donde fue concebido Juan de Austria, fruto de aquella pasión prohibida, ni tampoco al caminar por la estrecha callejuela de los artesanos donde el pequeño Jeromín pasó su infancia en la casa de los padres de Bárbara, la cantante de dieciocho años que fascinó al emperador y fue su amante secreta durante meses.

El actual Salón del Emperador fue la habitación del Goldenes Kreuz donde fue concebido Juan de Austria.

La habitación que ocupé en el segundo piso del Goldenes Kreuz, llamada Napoleón III, se asoma a Haidplatz, la plaza triangular que atesora muchos más acontecimientos históricos de relevancia de los que se puede mencionar en este sucinto relato. Su peculiar forma se debe a una bifurcación de caminos en forma de Y en su extremo oriental, uno de los cuales llevaba al campamento romano, Castra Regina. Esta plaza, que en sus orígenes fue una pradera de pastizales, se convirtió en la Edad Media en campo de justas. Allí tuvo lugar el legendario duelo entre el pagano Krako, un gigante descomunal, y Hans Dollinger, un convicto que aceptó enfrentarse al formidable guerrero húngaro, de casi tres metros de estatura, a cambio de salvar su vida si conseguía vencerle. Un sacerdote le auguró que saldría victorioso si peleaba con el símbolo de la cruz. Tras ser derribado dos veces en sendos cruces a caballo, Dollinger recordó las palabras del clérigo e improvisó con dos palos una cruz de madera, lanzándose de nuevo al ataque con tal furia que logró alancear certeramente al gigantón, quedándose con su traje protector de piel de elefante.

Desde mi ventana también podía ver, separando los dos angostos caminos en que se bifurca la plaza, el rojo edificio de la Casa de Pesas y Medidas, donde tuvo lugar un extraordinario debate público entre dos prominentes teólogos -protestante el uno y católico el otro-,  propiciado por el propio Emperador para tratar de resolver las diferencias que amenazaban con llevar a la Iglesia a un cisma. El resultado no pudo ser peor. El “buenismo” de Carlos V, que sin duda ignoraba que los fanatismos se acendran en la confrontación, sólo sirvió para acelerar la Reforma y propiciar un cisma que llevaría a la Guerra de los Treinta Años.

Frente a la vieja fachada gris y almenada del Goldenes Kreuz se encuentra un extraño edificio de paredes ligeramente inclinadas que el vulgo ha dado en llamar “El Arca” porque recuerda vagamente lo que debió de ser el Arca de Noé. Entremedias, ocupando el centro de la plaza, la Fuente de la Justicia, construida en 1656, con su pilar central coronado por gárgolas de querubines cabalgando a lomos de delfines, completa la decoración de esta singular plaza medieval, de la que arrancan numerosas callejuelas en todas las direcciones. Sobre los rojos tejados, asoman las torres góticas de la catedral y las numerosas torres patricias que los ricos comerciantes levantaron para dejar bien claro que Regensburg, o Ratisbona, que tanto monta, era una ciudad libre en la que el todopoderoso clero y la no menos influyente nobleza nada podían contra el pujante desarrollo comercial.

En la agradable cafetería del Goldenes Kreuz, en una sala gótica del fondo que fue capilla imperial en su día, se sentaban en Semana Santa doce nobles para que el Emperador les lavara humildemente los pies en conmemoración del gesto que tuvo Jesús con sus discípulos, mientras arriba le esperaba la joven Bárbara, probablemente tan emocionada como asustada. Se preguntarán qué fue de ella. En mi próxima crónica se lo cuento.

Terraza de la cafetería del Goldenes Kreuz en la actualidad

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