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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El sueño húmedo de Putin

Breve historia para entender lo que ocurre en Ucrania

El sueño húmedo de Putin
La Plaza de la Independencia de Kiev durante los duros días del Maidan
Francisco López-Seivane el

Lo que está ocurriendo en Ucrania no puede entenderse sin Yulia Timoshenko, la primera ministra ucraniana que, dando la espalda al Kremlin, inició abiertamente el camino de acercamiento a Europa. Yulia nació pobre, pero a los treinta años ya había amasado una de las mayores fortunas del país. No dudó, sin embargo, en enfrentarse abiertamente al presidente Yanukovich, rusófilo declarado, en la Revolución Naranja, liderando a las masas en su lucha por la democracia, la justicia, la libertad y el acercamiento a Europa. Su historia tiene todos los ingredientes para convertirse en un magnífico folletín, pero se trata, en realidad, de una historia inacabada y llena de enigmas, guerras e intrigas, cuyo final resulta impredecible en estos momentos.

Yulia Timoshenko en sus buenos tiempos

Todo empezó un buen día de 1979 cuando, siendo aún estudiante, Yulia recibió una llamada telefónica de un tal Oleksandre Timoshenko. Se trataba de un error, pero la breve conversación de disculpa prendió en el ánimo de ambos jóvenes y terminaría llevándolos al altar ese mismo año. Oleksandre era hijo de un alto funcionario del Partido Comunista, lo que ayudó a Yulia a abrirse camino a pasos agigantados por los enrevesados vericuetos  de la burocracia soviética hasta llegar a obtener, en 1989, con la Unión Soviética aún en plena vigencia, los permisos necesarios para montar su propia (y exitosa) empresa ‘capitalista’ de alquiler de vídeos.

Eso sería sólo el principio. Tras la desmembración de la Unión Soviética, en 1991, llegaron las privatizaciones y Yulia entendió enseguida dónde estaba la pasta gansa, así que, aprovechando sus influencias, logró la Presidencia de Sistemas Unidos de Energía de Ucrania, una importante empresa recién privatizada que acaparaba toda la importación del gas ruso. Desde ese puesto, y en sólo unos años, llegó a amasar una de las mayores fortunas del país. No me pregunten cómo.

La Revolución Naranja de 2004, además de molestar sobremanera al Kremlin, que veía desdibujada su influencia en el país, sirvió para pasear la atractiva imagen de Yulia Timoshenko por todos los rincones del planeta. De la noche a la mañana, sus formas suaves, su hermoso rostro de rasgos delicados, su dorada coleta áulica, marca de la casa, que nunca la abandonaba, y su encendido fervor democrático y filo europeo, la convirtieron en una figura mediática muy del agrado de las cancillerías de todo el continente. De hecho, ese mismo año fue declarada la tercera mujer más influyente del mundo por la revista Time.

Timoshenko tenía todas las condiciones para convertirse en la líder que condujera a la balbuciente democracia ucraniana al redil de Europa: era una mujer valiente (la ‘Juana de Arco’ ucraniana, la llamaban), que había triunfado en un mundo de hombres y tenía la firme voluntad de hacer de Ucrania una democracia homologable que pudiera entrar a medio plazo en la nueva Europa. Ya tenemos a la joven heroína, rica y hermosa, de hablar dulce y pausado, que se atreve a enfrentarse sin más armas que su carisma al maligno tiburón Yanukovich, encarnación de todos los males de la extinta Unión Soviética: autócrata, oligarca, hampón y rusófilo.

Pero… no todas las historias tienen un final feliz. Se da la circunstancia de que Ucrania está dividida en dos mitades casi exactas por la elegante ‘ese’ que forma el río Dnieper en su descenso desde Bielorrusia hasta el Mar Negro. A oriente del gran río, en la extensa zona del Donbás, gran parte de los ciudadanos son étnicamente rusos, rechazan el idioma ucraniano y aspiran a unirse a la Rusia actual. Y lo que es peor: son mayoría, algo que termina siempre imponiéndose en la implacable aritmética de la democracia. Olesia Bilyk, una joven veinteañera de Donetsk, la capital oficiosa de la Ucrania rusófila, me lo explicaba no hace mucho así: “Ucrania siempre ha estado dominada por otras potencias. Ahora que es independiente nadie sabe qué hacer con el país. Por eso muchos aquí quieren volver a unirse a Rusia”.

Donbas Palace, el mejor hotel de Donetsk. Foto: F. López-Seivane

Y por eso el voto masivo de los rusófilos llevó de nuevo a Yanukovich a la presidencia en las elecciones de 2010. El oligarca llegó al poder determinado a deshacerse de quien consideraba su mayor amenaza, la Primera Ministra Yulia Timoshenko. Ahí empezó el calvario de la ‘princesa del gas’, como era conocida en Ucrania. El 3 de marzo de ese mismo año fue destituida de su cargo por la Rada Suprema, tras una moción de censura contra su gobierno. Dos meses más tarde, se iniciaron varios procesos judiciales en su contra. En agosto de 2011 fue arrestada “por haber violado en repetidas ocasiones su interdicción de salir de Kiev y obstruido la investigación que se llevaba a cabo en su contra”. Al conocerse la noticia de su inminente arresto, distintas embajadas le ofrecieron refugio, garantizándole un exilio dorado, pero Yulia, genio y figura, hizo una declaración pública en televisión asegurando que rechazaría todas la ofertas: “No pienso salir nunca de Ucrania. Me enfrentaré a las acusaciones y lucharé por defenderme desde aquí, cualesquiera que sean las consecuencias”.

En octubre de ese mismo año fue condenada a siete años de cárcel, tras haber sido declarada culpable de “abuso de autoridad y firmar con Rusia contratos de gas desventajosos para los intereses del país”. Aunque el juicio estuvo plagado de irregularidades e incidentes y sus seguidores no pararon de protestar por lo que consideraban una condena política, lo cierto es que el asunto del gas, que tanto le había ayudado a encumbrarse en las cimas del poder económico y político, terminó estallándole en las manos y llevándola a prisión. Los gobiernos europeos y el norteamericano condenaron también sin fisuras el ‘proceso político’ a que había sido sometida y presionaron al máximo al presidente Yanukovich para que la pusiera en libertad, llegando incluso a boicotear una reunión de mandatarios europeos del máximo nivel que iba a celebrarse en Yalta, así como la asistencia a los partidos del Campeonato Europeo de Fútbol que tuvo lugar por entonces en Ucrania. Lo cierto es que Yanukovich aseguró que no pensaba intervenir en las decisiones judiciales y no hizo más concesiones que autorizar a Timoshenko a ser tratada de su hernia discal en un hospital por un médico alemán, con lo que ésta dio por finalizada la huelga de hambre que había mantenido durante tres semanas.

Yulia Timoshenko durante su cuestionado juicio en Kiev

En las calles de Kiev, sin embargo, donde Yanukovich no tenía apenas partidarios y en su día Yulia Timoshenko fuera aclamada como adalid de la Revolución Naranja, las simpatías hacia ella se habían enfriado. La verdad es que su gestión política decepcionó a muchos que habían puesto en ella grandes esperanzas y, aunque tomó algunas medidas populares, como devolver el dinero que los ciudadanos tenían en los bancos de la antigua Unión Soviética y que, con la independencia del país, había desaparecido como por ensalmo, y logró aumentar considerablemente los ingresos en las arcas del estado, lo cierto es que los electores le dieron la espalda y aún hoy día la mayoría cree que, en efecto, fue una víctima ‘nada inocente’ de las maniobras del presidente Yanukovich. Esta visión era compartida mayoritariamente por el cuerpo diplomático acreditado en Kiev. Oficialmente la defendían porque era filoeuropea, pero, en privado, admitían que se había forrado utilizando una doble moral, algo que recordaba el cinismo de Estados Unidos con Noriega: “Es un hijo de perra, pero es ‘nuestro’ hijo de perra”

Con el nuevo panorama político de cariz mas proeuropeo surgido tras la Revolución Naranja y especialmente enfatizado en el sangriento EuroMaidan de 2014,  que terminaría desencadenando la huida del presidente Yanukovich, Rusia no se quedó con las manos quietas, sino que tomó por sorpresa y sin resistencia la península de Crimea, base de su flota en el Mar Negro, consolidando la situación con un relampagueante referendo bajo el escrutinio de su ejército. Acto seguido, haciéndose eco del malestar en el rusófilo Donbás, apoyó, armó y asesoró una resistencia armada contra Kiev, que desembocó en los enfrentamientos fratricidas que tanto dolor y destrucción causaron, incluido el derribo de un avión de Malaysia Airlines que pasaba por allí lleno de turistas, camino de Kuala Lumpur. Aunque las acciones de guerra cesaron tras un precario alto el fuego, el asunto nunca quedó definitivamente resuelto y Rusia no ha parado de mecer la cuna, sobre todo tras las últimas elecciones ucranianas que llevaron sorprendentemente al poder a un cómico sin experiencia política, pero absolutamente europeísta y prooccidental.

La Plaza de la Independencia de Kiev durante los duros días del Euro Maidan

La tensión actual es el último envite de una Rusia crecida por su poder militar y un líder que es un auténtico zar y no necesita dar explicaciones de sus decisiones a nadie. La Duma (el parlamento ruso), como las Cortes franquistas, sólo está allí para corear lo que diga su líder. Tras la obscena exhibición de músculo bélico que Rusia nos ha ofrecido en prime time las últimas semanas, subyace el sueño húmedo de su mandatario de pasar a la posteridad como el líder que sacó a Rusia de la depresión post soviética para convertirla en la mayor potencia del mundo, anexionándose media Ucrania, embolsándose, de paso, el mar de Azov y creando un potente corredor terrestre que una definitivamente Crimea a la Gran Rusia. Y, ya puestos, ¿por qué no unir la Transinistra moldava a la vecina Odessa, también rusófila en buena medida, y reducir la Ucrania resultante a un pequeño país irrelevante y sin salida al mar?

Bucólica imagen de Sebastopol, capital de Crimea, cuando aún era ucraniana. Foto: F. López-Seivane
Apacible imagen en las calles de Odesa. Foto: F. López-Seivane

Esto no son elucubraciones fantasiosas, sino el envite de máximos de Putin. Su gran esquema. Su sueño húmedo. Lo saben muy bien los estrategas de las grandes potencias y tampoco ignoran que son planes que requieren tiempo. De ahí el interés inmediato de Rusia en que Ucrania no pase a ser miembro de la OTAN. Si así fuera, todo su gran esquema se vendría abajo. Por eso la acción será rápida y no muy distinta de la que dio tan buenos resultados en Crimea. Sin la ayuda de las potencias de Occidente poco puede hacer Ucrania para impedirlo. Falta por ver si la Alianza tendrá las agallas de hacer frente a Rusia con firmeza, aún a riesgo de desencadenar una gran guerra que nadie desea, o si se conformará con salvar la cara imponiendo sanciones económicas.

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