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Un hombre llamado Otto

Emilio de Miguel Calabia el

Debo decir en mi descargo que para mi reloj biológico eran pasadas las tres y media de la madrugada, que me esperaban seis horas de vuelo, una escala y otras siete horas de vuelo y que andaba buscando una película que se dejase ver y no me obligase a pensar. “Un hombre llamado Otto” cumplía con todas esas premisas y presentaba el aliciente de que Tom Hanks era el protagonista.

El argumento es muy sencillo. Tom Hanks representa a un hombre misántropo y maniático que no ha terminado de superar la muerte de su mujer. Para añadirle drama, cuando ella estaba embarazada de seis meses, en un viaje en autobús sufrieron un accidente. Ella perdió el niño y quedó paralizada. Ya no pudieron tener hijos. Detalle dramático de regalo: en el desván guarda la cuna y la ropita que habían preparado para ese niño que no llegó a nacer.

Una familia latina con dos niñas se instala frente a él y consiguen ir sacándolo de su aislamiento. Tom Hanks se convierte en el abuelo postizo de las niñas y su buen corazón, que el espectador sabía desde el primer momento que lo tenía en alguna parte, aflora. De regalo salva la vida heroicamente a un hombre que había caído a las vías del tren.

Uno de los pocos elementos algo novedosos es que Tom Hanks intenta suicidarse de varias maneras, pero sus esfuerzos siempre se ven interrumpidos por la intervención de un tercero. Unas palabras al final de la película dejan ver que ésta es la parte de la moralina que inevitablemente tenía que incluir: suicidarse es malo.

Al final Tom Hanks muere de muerte natural, le entierran junto a su esposa y la familia latina, que se ha visto aumentada por la llegada de otro bebé, va a ponerle flores a su tumba. Todo tan buenista como predecible.

El esquema del viejo gruñón y misántropo al que una persona que inesperadamente llega a su vida, le hace cambiarse en un ser bondadoso y angélico es el mismo que tenemos en “Up”, donde un anciano viudo y que no pudo tener hijos, sale de su concha gracias a un boy scout japonés torpe y pesado. “Up” tiene a su favor que le echa mucha más imaginación. “Un hombre llamado Otto”, en cambio, es tan predecible que a los quince minutos ya sabía cómo se iba a desarrollar la película y no me equivoqué.

Cada vez más las películas de Hollywood me recuerdan a los libros para colorear de cuando era niño. Te daban una plantilla con unas figuras y tenías que colorearla. Tu único margen era decidir si te salías de los colores que te proponían y decidías, por ejemplo, que el pico del pato fuese violeta en lugar de naranja. ¿Para qué arriesgar siendo creativo, cuando dispones ya de un modelo que ha funcionado en el pasado? Y si puedes contar con el tirón asegurado de un actorazo como Tom Hanks, ya no necesitas ni esforzarte. Cuando oigo que la ceremonia de los Óscares cada vez interesa menos, mi respuesta es que no me extraña: se ha convertido en una celebración del adocenamiento, mientras todos se dan palmaditas de congratulación en la espalda.

Para resarcirme, a continuación me puse a ver “El cuarto pasajero” de Alex de la Iglesia. No me defraudó.

 

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