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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Mao visto por un trotskista

Emilio de Miguel Calabia el

Esta entrada me la sugirió el libro de Wang Fanxi, “El pensamiento de Mao Zedong”. Wang Fanxi era una rara avis en China, ¡un trotskista! Bueno, los trotskistas fueron raras avis en China y en muchísimos otros sitios.

Leyendo el libro, me di cuenta de hasta qué punto el marxismo es una teología con sus textos sagrados, sus intérpretes más o menos acertados y sus herejes. Karl Marx habría sido el profeta que supo discernir científicamente cómo funcionan la sociedad y la economía y profetizó cuál sería su evolución. Lenin fue el discípulo bienamado, aquél que supo leer a Marx como había que leerlo. Stalin fue el falso profeta, el mediocre que impuso su versión distorsionada del pensamiento marxista, frente a Trotsky, el verdadero heredero de la visión correcta de Lenin. Mao, que no entró en contacto con el marxismo hasta los 27 años, no llegó a desarrollar un conocimiento cabal del marxismo y se limitó a repetir como un loro las máximas de Stalin.

En esta visión teológica del marxismo, los trotskistas serían como los arrianos. La cristiandad estuvo en un tris de acabar siendo arriana. La URSS hubiera podido ser trotskista. Trotsky había sido un colaborador estrecho de Lenin, su brillantez intelectual era respetada por todos y a él le correspondía en buena medida la organización del Ejército Rojo que permitió la victoria de los bolcheviques en la guerra civil. Trotsky tenía muchos números para haber sucedido a Lenin. Le perdió que se cruzó en su camino Stalin, igual de cabrón, pero infinitamente más maniobrero.

Los trotskistas acabaron siendo los gnósticos del comunismo. Un conventículo minoritario y perseguido de personas que estaban convencidas de que ellos sí que habían sabido interpretar correctamente las escrituras del profeta. Troskistas y gnósticos acabaron yéndose por el desaguadero de la Historia.

China fue el país en el que hubo más trotskistas después de la URSS. Desde el inicio el comunismo chino había estado estrechamente dirigido por el Komintern, para el cual lo principal eran los intereses de la URSS y secundariamente los del comunismo internacional. Fue siguiendo las consignas del Komintern, que el PCCh se alió en la década de los 20 con el Kuomintang. La alianza terminó en desastre para los comunistas chinos, cuando Chiang Kai-shek decidió aplastarlos en 1927. Muchos de los supervivientes se dieron cuenta de que habían sido sacrificados en aras de los intereses de Stalin.

Trotsky se había opuesto a la alianza con el Kuomintang y había propuesto un curso diferente de acción: la constitución de soviets y la guerra con la burguesía y el imperialismo. Las ideas de Trotsky atrajeron a muchos comunistas chinos, que se estaban lamiendo las heridas y trataban de comprender qué era lo que había salido mal. Si seguimos lo que afirma Wang Fanxi, más del 25% de los miembros del PCCh se habrían vuelto trotskistas o simpatizantes. Como históricamente ha ocurrido con los trotskistas en todas partes, en China no consiguieron formar un frente unido ni encontrar un líder que los aglutinase. Chen Duxui, el principal de los fundadores del PCCh, intentó unificar a los trotskistas con un éxito moderado, que se vino abajo cuando el Kuomintang detuvo a una buena parte del liderazgo poco después.

Aparte de sus desacuerdos y de la persecución del Kuomintang un grave error de los trotskistas chinos fue no advertir que la situación política había cambiado como consecuencia de la invasión japonesa y que la alianza entre el PCCh y el Kuomintang 1937 tenía una naturaleza muy distinta y más favorable para el PCCh que la de los años 20. Asimismo, más preocupados por el proletariado urbano, pensaban que la estrategia de Mao de crear bases en las zonas rurales era un error. No fueron capaces de ver que el PCCh se impondría, hasta muy tarde. Pero incluso si lo hubiesen visto, tampoco tenían los medios para aprovechar u oponerse a esta victoria.

Tras el establecimiento de la República Popular China, los trotskistas trataron de mostrar alguna actividad, pero carecían de fuerza como para hacer nada más que acciones testimoniales en algunas ciudades del este del país. En 1952 el PCCh hizo una limpia de todos los elementos trotskistas que pudo encontrar. Muy pocos se salvaron. Los que no terminaron en la cárcel, partieron a Hong Kong o a Macao a esconderse. El trotskismo dejó así de ser un factor en China.

En “El pensamiento de Mao Zedong” me da la impresión de que Wang Fanxi tiene dos objetivos. El primero es descubrir qué factores de su pensamiento le llevaron al triunfo. El segundo es tratar de especular sobre el rumbo que tomaría la revolución china a partir de lo que sabemos de Mao (el libro fue escrito básicamente a comienzos de los sesenta, aunque la redacción final sea de 1972).

Mao Zedong tuvo una formación muy tradicional. Lo que aprendió en esos primeros años le acompañaría el resto de su vida. Como no podía ser menos, en sus primeros estudios tuvo mucho peso el confucianismo, enseñado a la manera tradicional, como un pensamiento conservador tendente a mantener las estructuras sociales existentes. No obstante, Confucio es un pensador que puede tener muchas lecturas, más allá de las que se le han dado tradicionalmente. Dos vestigios confucianos que Wang cree que Mao absorbió son: 1) Su tendencia a burocratizar el Partido y la revolución, así como su aceptación de la línea política de Stalin. Aquí discrepo algo. Creo que lo esencial para Mao, algo que entendía muy bien, era el poder. La burocratización y también el reventamiento de esa burocratización en la Revolución Cultural hay que verlos no tanto desde un contexto ideológico sino en tanto que herramientas para mantener el poder; 2) En contra de lo que podamos pensar, Confucio era un pensador flexible, que adaptaba sus fórmulas al contexto y al interlocutor. Era un pensador pragmático, que no se perdía en abstracciones, sino que buscaba fórmulas concretas y prácticas.

Otra influencia muy importante fue la tradición de los caballeros errantes (los youxia) que vivían de manera anarquista y robaban a los ricos para dárselo a los pobres y sobre los cuales se escribieron obras que han sido muy populares entre los chinos a través de los siglos. La idea de una clase que rompía las normas movidos por un sentimiento de justicia, que desafiaba al poder establecido con sus armas y su astucia, le resultó muy atractivo al joven Mao y le influyó incluso más que el confucianismo.

Mao no entraría en contacto con el marxismo hasta que no tuvo 27 años, en 1919. Entonces había muy poca literatura marxista traducida al chino y Mao no hablaba idiomas extranjeros. Se sabe que leyó una versión abreviada del “Manifiesto comunista”, la “Lucha de clases” de Karl Kautsky y la “Historia del socialismo” de Thomas Kirkup. También leería otras obras que no conocemos, pero su formación marxista fue mediocre y más si la comparamos con la de Wang Ming, que se había formado en Moscú, que contaba con la confianza del Komintern y que durante buena parte de la década de los treinta rivalizó con Mao por el liderazgo del PCCh.

Ya he dicho que el marxismo es como la teología. Uno tiene que empaparse de los textos sagrados y dirigir su acción conforme a sus máximas. Uno tiene que hacer una lectura de la realidad conforme a lo que dicen los textos. Mao era un hombre de acción y tenía un espíritu romántico, algo que no cuadra con ser un buen pensador marxista y más cuando entró en contacto con el marxismo a una edad tardía. La única parte del marxismo en la que sobresalía algo era en el manejo de la dialéctica, un área que el pensamiento clásico chino ha explorado con entusiasmo.

Wang no tiene en demasiada estima la producción teórica de Mao. Uno podría decir que Mao comenzó a escribir obras teóricas por dos motivos: emular al mediocre de Stalin, que iba de heredero ideológico de Lenin, y ponerse los galones de gran teórico en el marco de su rivalidad con Wang Ming, quien estaba mucho mejor formado que él en marxismo-leninismo. Wang Fanxi se detiene especialmente en dos obras teóricas que Mao escribió en 1937: “Sobre la práctica” y “Sobre la contradicción”. Para Wang Fanxi, la segunda de las dos obras es algo más notable que la primera, pero aun así, en ella Mao se revela como un pensador oportunista, no como un pensador profundo.

Lo que nos lleva a otra de las afirmaciones de Wang, que encuentro muy discutible: que Mao fue un táctico brillante y un estratega mediocre. Para empezar, encuentro difícil deslindar táctica y estrategia una vez que se ha alcanzado determinado nivel. En el Día D, resulta fácil comprender que el capitán Harris es un buen táctico si consigue conquistar un pueblo con pocas pérdidas y Eisenhower es un gran estratega si consigue que las divisiones que han desembarcado rompan el frente en la primera semana. Wang Fanxi considera que Mao es un estratega mediocre porque no supo ver los procesos revolucionarios en liza, ni, por ejemplo, entender si los trabajos de la democracia china podían resolverse solamente mediante una dictadura proletaria y si había que imponer una agenda socialista inmediatamente o incluso simultáneamente con la dictadura del proletariado. Otro ejemplo más flagrante, al menos para Wang, tras el desastre de 1927, Mao, como Trotsky, hubiera debido llegar a la conclusión de que la revolución había dado paso a la contrarrevolución y que el PCCh debería hacer un llamamiento para la constitución de una Asamblea Nacional que acabase con su aislamiento, promoviendo la lucha por la democracia política y económica, incluyendo a la pequeña burguesía…

Lo siento, pero las afirmaciones de Wang me parecen disquisiciones teológicas. De manera pragmática Mao optó por crear bases militares en las zonas rurales y desde allí lanzarse a la conquista de las ciudades, algo que a Lenin y a Trotsky no se les hubiera ocurrido. Después de casi veinte años de vicisitudes varias, derrotó al Kuomintang y creó la República Popular China. Que esta República no respondiese a los ideales marxistas-leninistas-trotskistas por los que aboga Wang, es harina de otro costal. Vale que Mao no haya seguido el manual marxista-leninista-trotskista para tomar el poder, pero habiendo conseguido lo que consiguió, ¿realmente se sostiene considerarle un estratega mediocre?

Hay otras observaciones y críticas a Mao que, en cambio, son más ajustadas. Que su idea de la literatura como herramienta de la revolución, acababa reduciéndola a mera propaganda. Que su idea del realismo socialista en las artes es otra manera de decir “canta las alabanzas y no critiques”. Que al mismo tiempo que coartaba la libertad de los escritores, escribía unos poemas imbuidos de lirismo, clasicismo y hasta de valores feudales, poemas que, si los hubiera escrito otro, le habrían costado caros. Que su visión del internacionalismo no era sincera, sino que dependía de los vientos que soplasen y de consideraciones oportunistas. Que defendía o no la autosuficiencia en función de si había cooperación internacional disponible. Que su aproximación a la economía era “acelerada, osada, romántica y nada científica”. Que, a diferencia de Marx y de Lenin, pero a semejanza de Stalin, estaba dispuesto a sacrificar los principios por ganancias cortoplacistas; aquí yo respondería, “sí, es cierto, pero consiguió sus objetivos.”

El libro se termina con algunos ensayos de Wang. Hay uno de 1967, titulado “Sobre la Gran Revolución Cultural Proletaria” que destaca por su presciencia. Mientras los sinólogos de todo el mundo trataban de dilucidar lo que estaba ocurriendo en China, Wang supo ver que la Revolución Cultural se resumía en dos cosas: una lucha por el poder entre facciones del PCCh y una explosión de malestar juvenil, que Mao supo encauzar y convertir en una herramienta para prevalecer en esa lucha por el poder.

No sé si saber que tenías razón basta cuando te cuentas entre los derrotados. Espero que a Wang Fanxi, le bastase.

 

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