ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Una Historia cultural y política de Afganistán (7)

Emilio de Miguel Calabia el

Inicialmente la URSS no quería intervenir en Afganistán, pero llegó un momento en el que vio que no le quedaba otra si no quería que el régimen comunista se hundiera. Además para entonces creían equivocadamente que Hafizullah Amin se traía oscuros tejemanejes con los norteamericanos; estaban tan acostumbrados a la inveterada costumbre afgana de enfrentar a unas potencias con otras, que realmente no les parecía increíble que Amin estuviese en tratos con EEUU. El 27 de diciembre de 1979 los soviéticos dieron un golpe de mano, en el que eliminaron a Hafizullah Amin y colocaron en su lugar a Babrak Karmal. En ese momento pensaban que la presencia de sus tropas en Afganistán sería breve. Justo el tiempo para que Karmal se afianzase en el poder y el orden fuese restablecido.

Hasta la llegada de los soviéticos, la insurgencia había sido local y descoordinada. Lo habitual era que los clérigos diesen el pistoletazo de salida con proclamas incendiarias. Los insurgentes comenzaban a atacar uno tras otros los puestos de las fuerzas gubernamentales en el distrito, cuya resistencia dejaba bastante que desear. Al capturarlos ejecutaban a los oficiales del PDPA y dejaban marchar a los soldados. El movimiento adquiría una dinámica propia hasta que llegaba a la demarcación interétnica, donde se paraba.

Con los soviéticos, la insurgencia se hizo nacional y se marcó un objetivo igualmente nacional: expulsar a los soviéticos. Como cemento entre los combatientes se recurrió a la jihad contra los infieles. Lo novedoso fue el peso que adquirieron los partidos islamistas afganos exiliados en Pakistán, ya que eran los que tenían acceso a patrocinadores extranjeros (básicamente EEUU y Arabia Saudí, más Pakistán, cuyos servicios de inteligencia se ocupaban de distribuir la ayuda) y a las armas y el dinero proporcionados por éstos. Barfield señala cómo de esta manera los principales actores del conflicto fueron el PDPA, por un lado, y los partidos islamistas por el otro. Nadie se preguntó hasta qué punto representaban realmente al pueblo afgano.

Los soviéticos revirtieron las políticas más radicales de Amin y trataron de atraerse a los ulemas. El problema es que no consiguieron ampliar su base de apoyo y no lo consiguieron porque no querían que el PDPA compartiese el poder con otras fuerzas. A la larga ello hizo que perdieran la batalla de la narrativa. Karmal fue visto por todos como un mero peón de los soviéticos, lo mismo que Shah Shuja había sido.

La esencia de la estrategia soviética era militar: aplastar a la insurgencia de tal manera que claudicase. La clave estaba en controlar los centros urbanos y las comunicaciones entre ellos y a partir de ahí lanzar ataques sobre los distritos rurales que apoyasen a la insurgencia. Pronto se llegó a un estancamiento. Ninguna de las partes era lo suficientemente fuerte como para aniquilar a la otra y ninguno de los contendientes quería ceder. La diferencia es que los muyaidines estaban dispuestos a aceptar el castigo que les imponían los soviéticos, mientras que éstos veían cómo sus bajas y su gasto militar (5.000 millones de dólares anuales para conseguir simplemente que el régimen del PDPA no se hundiera) no paraban de aumentar. Y ello en un contexto de crecientes problemas políticos y económicos en la URSS.

Cuando Gorbachov llegó al poder dio prioridad a las negociaciones, buscando acuerdos con los distintos grupos insurgentes, y a la reorganización del régimen del PDPA para hacerlo más resiliente. Gorbachov dio una última oportunidad al Ejército en 1986 para que acabase con la contienda por medios militares. No funcionó.

Entre los insurgentes también hubo cambios. La cultura afgana da mucha importancia al valor en combate. Los líderes de los partidos islamistas estaban cómodamente instalados en Pakistán, donde además se beneficiaban personalmente de la ayuda exterior. Lentamente fue produciéndose el divorcio entre los comandantes militares que se jugaban la vida luchando contra los soviéticos y los vividores que se habían quedado en Pakistán. Los primeros fueron adquiriendo mayor influencia, pero cayeron en el vicio tradicional afgano: eran incapaces de cooperar entre sí; cada uno defendía su parcelita de poder.

Los insurgentes se vieron atrapados en los juegos de la Guerra Fría y del Islam post-revolución iraní. EEUU les apoyaba para causarle un dolor de cabeza a la URSS, igual que ésta le había causado un dolor de cabeza en Vietnam. Los salafistas saudíes, entre los que se contaba un tal Osama bin Laden, veían en los muyaidines afganos la vanguardia de una yihad global, que debería extenderse por el mundo del Islam. Pero allí donde los patrocinadores extranjeros de ambos bandos vendían un mundo de blanco y negro, los afganos hacían la guerra según sus tradiciones, en las que nadie es enemigo ni amigo para siempre, porque las condiciones cambian. De hecho, a medida que pasaba el tiempo, el PDPA se volvía menos ortodoxo y algunos comandantes muyaidines se volvían más pragmáticos.

En mayo de 1988 las últimas tropas soviéticas se retiraron tras el acuerdo de retirada patrocinado por NNUU. La expectativa de todos era que el régimen de Najibullah Amin, quien había sustituido al incompetente de Karmal, se hundiera. Inesperadamente aguantó, más por las debilidades de los insurgentes que por méritos propios.

Los insurgentes se mostraron incapaces de tomar las ciudades fuertemente defendidas; no fueron capaces de alterar sus tácticas guerrilleras tradicionales, que tan bien les habían servido en las zonas rurales. También fueron incapaces de superar la tradicional desconfianza que sentían los unos por los otros. En Afganistán ser visto como caballo ganador es muy importante; muchos pueden cambiar de bando sólo por advertir que otro puede ganar. Najibullah comenzó a ser visto como ganador: había aguantado contra todo pronóstico sin ayuda de los soviéticos. No tener a los soviéticos soplándole en la nuca, dio a Najibullah la libertad de ponerse a negociar a la manera tradicional afgana. Muchos comandantes comenzaron a llegar a acuerdos con él.

La ocupación soviética de Afganistán duró mucho más que cualquier ocupación anterior de los británicos y causó estragos en la economía y la población afganas. La agricultura se vio tan afectada que el país se convirtió en importador de alimentos. Las viejas élites rurales fueron reemplazadas por jóvenes comandantes. Las ciudades crecieron en tamaño, al afluir hacia ellas campesinos que huía del conflicto. Las capitales provinciales cobraron mayor importancia gracias a las inversiones de los soviéticos en ellas. A nivel político, tal vez la principal transformación que trajeron los soviéticos fue que las provincias recuperaron su importancia y su amplia autonomía. Simplemente el régimen del PDPA comprendió que carecía de fuerzas para centralizar todo el poder en Kabul.

 

Historia

Tags

Emilio de Miguel Calabia el

Entradas más recientes