Lo he dicho muchas veces: no doy valor alguno al premio Pritzker como reconocimiento. «Honorar la trayectoria de un arquitecto o arquitectos vivos, cuya obra construida sea una combinación de talento, visión y compromiso, y que haya contribuido de manera consistente y significativa a la humanidad y al entorno construido a través del arte de la arquitectura» es una declaración de intenciones tan pomposa como ambigua y que nada me aclara sobre cuáles son los criterios con los que escoge a sus laureados.
No obstante, sí le otorgo valor, y mucho, como síntoma. Porque entiendo (y esa impresión se ha reforzado comprobando cuáles han sido la mayor parte de los laureados en últimos años) que el Pritzker es el gesto que marca la dirección ideológica legítima que debe adoptar el sistema.
En el caso de este año, y aunque haya quien quiera leer esto como un detalle irrelevante, el Pritzker ha ido a manos de un arquitecto que formado parte de su jurado durante los últimos siete años, entre 2009 y 2015. Aunque esto no vaya contra ningún reglamento del Pritzker, a mi entender, con este hecho se ha pasado por alto el decoro más esencial; y hace que, para aquellos que miramos al Pritzker con escaso respeto, se refuerce aún más la impresión de que el premio es una broma, pero saturada de intereses dudosos, tendencioso y oportunista. Galardonar a Aravena ha sido otorgar con prisas el premio a la última estrella mediática antes de que su fulgor se apague. Una decisión que, creo, equivale a darse uno mismo un disparo en el pie. Y de la que no hay que hacer responsable únicamente al jurado sino también, y quizá sobre todo, al propio ganador, que no tenido los reflejos necesarios para desaconsejar a sus excompañeros del importante desatino que sería convertirlo ahora mismo en laureado.
Podría replicarse a esto argumentando que el Pritzker ya ha recaído anteriormente en arquitectos que estuvieron fugazmente de moda y cuya obra finalmente no trascendió en absoluto. Sin embargo, lo que nunca se había dado es el caso de que el Pritzker se pusiera tan ostentosamente al servicio de culminar el encumbramiento de una figura cuidadosamente autoconstruida mediante la promoción de un proyecto arquitectónico cuya realidad construida poco o nada tiene a ver con el cautivador poder del discurso de su autor y la narrativa mediática con que ha sido vendido.
«−En 2009, fue nombrado miembro del jurado del premio Pritzker. ¿Qué podría decirme sobre éste?
−[…] Siento como un privilegio y como un reto el poder participar en las discusiones del más alto nivel profesional e intelectual que he encontrado. Recuerdo una de las discusiones, sobre el corpus profesional de un arquitecto (y, por supuesto, todos los arquitectos sobre los que se debate tienen un enorme talento) pero debatimos sobre lo indiscutiblemente mejor. Recuerdo que se hizo este comentario sobre un edificio. Alguien dijo: ‘El trabajo de este arquitecto es demasiado dulce.’ Esto te permite entender el nivel de estos debates: todos los proyectos finalistas cumplen con los estándares más elevados y lo que se debate son las impresiones más sutiles y delicadas. Puede compararse con criticar un sofisticado plato de cocina. No estamos hablando de si un plato está más cocinado de la cuenta o si está salado… Hablamos de la experiencia transformadora.» (Alejandro Aravena en conversación con Vladimir Belogolovsky, 2014)
(Antes de proseguir: No pretendo persuadir a nadie de que esté de acuerdo conmigo, y asevero esto con las palabras y tono de esta cita, citada a su vez por Emmanuel Carrère en El Reino: « En cuanto a las personas que necesitan, en beneficio de sus creencias, que yo sea un ignorante, un falsario o un hombre de mala fe, no pretendo modificar su opinión. Si es necesario para su sosiego, me reprocharía desengañarlos.».)
1.Mis problemas con Aravena*
(* Tomo prestado del crítico cinematográfico Jordi Costa y el dibujante Darío Adanti el título del cómic que ambos crearon, Mis problemas con Amenábar, donde Costa exponía inteligentemente y con un rigor que no evitaba la incorrección política sus motivos contra la figura de Alejandro Amenábar, para hablar de él como síntoma y no como problema: «Amenábar es una punta de iceberg, el pretexto para explicar algo más grande […]: una creación colectiva orientada a impulsar y mantener un determinado status quo. Y ese estado de la cuestión es el auténtico tema de Mis problemas con Amenábar […].»)
Alguien sugería respecto artículo sobre el premio Pritzker que mis críticas a Aravena se deben a una inquina personal y, pese a que el comentario tenía la intención de desautorizar mi opinión, lo cierto es que ese opinador tenía toda la razón. Tengo algo personal contra Aravena porque detesto el personaje que ha construido, las consecuencias que emanan de éste y el fanatismo a ultranza de su corte de fans y aduladores.
Lo detesto por su fabricación y empaquetado de una falseada y simplista realidad iberoamericana for-export. Por su posición clasista, que finge preocuparse por los desfavorecidos pero que en realidad contribuye a evitar a que su situación pueda mejorar, detesto a alguien que puede sugerir que «con el diseño adecuado, las favelas y asentamiento informales ya no son quizá el problema sino que hoy son quizá de hecho la única solución posible», una afirmación lanzada durante la conferencia TED celebrada Rio de Janeiro en octubre de 2014, y que me resulta de una frivolidad infame. Pero lo más grave es que se ha transformado en un argumento para muchos de estos adalides de esta idea de “lo social”.
Detesto a alguien que, para dar autenticidad a su perfil de héroe de la “arquitectura social”, adorna su historia personal con unos términos lo bastante ambiguos como para hacer parecer que conoce de primera mano, como por haber vivido él mismo, la situación de personas en circunstancias de pobreza: «Cuando yo era pequeño si tenías sed tomabas agua… no había más. Eso te obliga a solucionar tus problemas por la vía más directa. No la más pobre, la más directa. Eso te entrena para necesitar poco. Y cuando necesitas poco, en momentos complicados, tienes más libertad. Sobre todo cuando empiezas. No tienes que mantener los trabajos que te permiten pagar un estilo de vida. Aceptas sólo los que te parece que van a ser relevantes y te van a permitir crecer. Si necesitas pagar muchas cuentas al mes te pones la zancadilla a ti mismo.»
Me causa rechazo la autoconstrucción de un personaje a base de falacias, capaz de borrar de un plumazo todo lo que lo precedió, tanto en lo concerniente a sus precedentes locales −como refleja este extracto de la entrevista que Vladimir Begolovsky realiza a Aravena en 2014 (publicada en el libro Conversations with Architects in the Age of Celebrity)−:
«-¿Y el siglo XX?
-Bueno, el Movimiento Moderno no produjo ninguna obra significativa que uno desearía visitar ex profeso si estuviera haciendo turismo en Sudamérica. Ni remotamente tiene que ver con Brasil, que tiene una herencia moderna muy potente.
-¿Estás entonces asegurando que no había aquí nada con interés arquitectónico antes de la ola de proyectos contemporáneos que han atraído atención internacional?
-Todos estos proyectos son muy recientes. Los jóvenes arquitectos no tenemos el peso de ninguna herencia arquitectónica sobre nosotros. No tenemos miedo de innovar radicalmente.»
o a los propios referentes sobre el concepto de vivienda incremental. El arquitecto presentó su investigación como producto de una indagación propia, desarrollada en Harvard, aunque no ha relacionado con la suficiente frecuencia el desarrollo de la vivienda incremental en Iberoamérica durante mediados del siglo pasado (debe señalarse que dos miembros de Elemental son co-autores de un estudio dedicado al PREVI en cuyas conclusiones apuntan que el trabajo de ese doing tank podría considerarse una actualización de los propósitos de aquel proyecto experimental desarrollado durante los años 60). No obstante, y como también señala Andrés Lepik (pese a podérsele considerar uno de los promotores de la fama global de Aravena) :«[…] el concepto vivienda incremental acuñado por Aravena y Elemental son descendientes directos de aproximaciones arraigadas en la historia, ésta ya presentada en la exposición Das Wachende Haus de Martin Wagner, en 1932. Alejandro Aravena todavía no ha mencionado tales puntos conceptuales de referencia en sus escritos o conferencias».
No obstante, y aun sin ahondar en detalles, en una entrevista publicada hace pocos días, Aravena parecía querer dejar de ser susceptible de recibir tal reproche:
Veo su figura como síntoma de una sociedad cultural y éticamente empobrecida, que disfruta de alguien que únicamente lanza eslóganes fáciles y complacientes, que más tienen que ver con los contenidos de un libro de autoayuda que con una posición cultural y política firme pero que cala tan profundamente entre el esnobismo primermundista. Me desagrada ese sentimentalismo , apelado también en esas lágrimas de emoción que, cuenta él mismo, vertió al saber que había sido considerado merecedor del Pritzker ( «…no lo vi venir. Quizá precisamente porque estuve en el jurado y conozco el tipo de debates que mantienen. Nunca pensé estar dentro de ese nivel. Fue tal así que cuando me llamaron fue tan fuerte la emoción que, bueno, me puse a llorar. No me quedó otra. Así de inesperado fue»). Esa falsa sensibilidad y solidaridad tras las que en realidad hay un empresario astuto y narciso.
Me desagrada porque hace persistir en un estado de las cosas en el que la opinión y la reflexión han quedado transformadas en una cuestión de fe ante un predicador que lanza dogmas e, incluso, de una cuestión de entrega a un seductor sucumbiendo a él en algunos casos, los menos, por desconocimiento y en la mayoría por el deseo y la necesidad de plegarse a su figura y poder. «Lo que hace único a Aravena es que lo que él hace es elegante, tiene una cierta dignidad”, ha dicho el arquitecto Ricky Burdett, del circuito de conferencias Urban Agel. El año pasado, la revista Icon le dedicó todo un artículo a Aravena, en el que afirmaba que el chileno ‘podría convertirse en el niño símbolo de una arquitectura con enfoque social, que enfrente los problemas únicos del siglo XXI’.»
Porque muchos críticos y periodistas que no han vacilado en erigirlo como el nuevo poster-boy de lo social han mencionado sólo en voz baja o han callado directamente que ELEMENTAL pertenece al poderoso grupo Angelini, sin querer ver que es agente activo de una sociedad regida por lobbies, del filantrocapitalismo; porque han consentido en nutrir los medios con conceptos e imágenes que no hablan de reparar la pobreza sino que son poverty-porn, gestos fariseos recubiertos con una pátina de caritativa bondad cool, y que no tienen empacho en lanzar epítetos de admiración, y hasta llegar presentarlo como una especie de Robin Hood como recientemente hacía Oliver Wainwright en The Guardian: «ELEMENTAL es una sociedad establecida entre un grupo de arquitectos, una universidad y la compañía petrolífera nacional, Copec (que proporcionó la financiación inicial). Esta estructura robin-hoodesca atraviesa el trabajo de ELEMENTAL, y se divide en tres vías diferentes: vivienda social, planificación urbana y contratos comerciales más lucrativos. Proyectos como la nueva sede del gigante farmacéutico Novartis en Shanghai ayuda a financiar el trabajo con carácter más público […].»
En definitiva, mis problemas con Aravena tienen que ver con el hecho de que lo entiendo como un claro producto de merchandising arquitectónico. No encuentro grandes diferencias entre él y otros productos mediáticos actuales. Encuentro muchos puntos de contacto entre él y otro golden boy de la arquitectura, Bjarke Ingels. Ambos con discursos efectistas y alta capacidad de seducción. Aunque parezca extraño, y con dos proyectos que parecerían diametralmente opuestos, uno y otro comparten el mismo posicionamiento ideológico y trabajan en la construcción de un mundo cuyo concepto me desagrada.
Como Ingels, Aravena pertenece a esa categoría que en La cultura en el mundo de la modernidad líquida Zygmunt Bauman considera específica de esta época y a la que denomina cazadores. Entendible como individuos insaciables, ávidamente en pos de una presa, un logro.
«La caza es una ocupación de tiempo completo en el estadio de la modernidad líquida. Consume una cantidad desmesurada de atención y energía que deja poco tiempo para cualquier otra cosa. Distrae la atención de la infinitud inherente a la tarea y difiere ad calendas graecas -a una fecha inexistente- el momento de reflexionar y admitir sin ambages que resulta imposible concluida. […] Cazar es como una droga: una vez que se prueba, se vuelve un hábito, una necesidad interior y una obsesión. Dar caza a una liebre seguramente deparará una ingrata decepción, y volverá aún más irresistible la tentación de iniciar otra cacería, porque la expectativa de atrapar la presa resultará ser la experiencia más deliciosa (¿la única deliciosa?) de todo el evento. La caza exitosa de la liebre pone fin a la emoción y aumenta las expectativas: la única manera de aplacar la frustración consiste en planear e iniciar de inmediato la próxima cacería.»
Esta idea del triunfo como fin, dejando por el camino toda posibilidad de cuestionamiento de duda, de reflexión… Ingels, Aravena parecen anteponer el éxito a la reflexión crítica sobre el logro real y sus consecuencias.
«En lugar de una vida hacia la utopía, a los cazadores se les ofrece una vida en la utopía. Para los “jardineros’: la utopía era el final del camino, mientras que para los “cazadores”, el propio camino es la utopía. […] Los jardineros veían en el fin del camino la .realización y el triunfo final de la utopía. Para los cazadores, llegar al fin del camino equivaldría a la derrota ignominiosa y final de la utopía. A las injusticias existentes se agregaría la humillación, con lo cual este revés pasaría a ser una derrota personal. Puesto que los otros cazadores no cesarán de cazar, la exclusión de la caza continua será equivalente a la desgracia y la vergüenza del rechazo: y en el análisis final, a la ignominia de que haya quedado expuesta la ineptitud propia.»
Igualmente, en la banalidad acrítica con que se construye y sostiene todo este contexto resultan ya cómicas las papanatadas de Patrik Schumacher, que le sirven para tener su minuto de gloria y escándalo y termina reforzando al antagonista contra el que clama. Tanto uno como otro son parte de lo mismo. No hay antagonismo real: son dos opciones del mismo mundo de espectáculo y banalidad intelectual. Los papeles son intercambiables.
2. Necesitamos otro nuevo héroe
Recupero a continuación el fragmento de un artículo que escribí en julio de 2010 en torno al congreso Arquitectura Más por Menos. Dentro del marco de éste tuve oportunidad de escuchar por primera vez a Alejandro Aravena.
«José María Fidalgo (ex secretario general de CC.OO.) elogió como ‘arquitectos tercermundistas’ a los ponentes procedentes de lo que denominó ‘países pobres’, un estereotipo preocupante ya que es absolutamente erróneo concebir como ‘países pobres’ a Chile o Colombia, puesto que no lo son: se trata en realidad de países que padecen de una grave descompensación social, pero que en modo alguno son ‘países pobres’.
El arquitecto carismático y fashionable por excelencia (esto es, Jacques Herzog) había desencantado al auditorio con su intervención, pero un potencial digno sucesor estaba a punto de subir a escena: Alejandro Aravena, que se transformó en una de las absolutas figuras del congreso.
Para una sociedad que necesita encumbrar héroes y nuevas narrativas sobre ellos, Aravena se perfila como un ideal héroe para este momento.
[…]
En consonancia con el congreso, Aravena mostró su amanerada faceta social, dejando de lado otros edificios firmados por él, y que difícilmente se encuadran dentro de ese perfil. Tras una larga disertación sobre Chairless, un modelo de silla diseñada para Vitra, que según él mismo explicara es un diseño utilizado por los indios ayoreo (que habitan en territorios entre Bolivia y Paraguay) – a quienes dijo que donaba parte de los beneficios obtenidos- y sobre el reciente terremoto de Chile explicando una forma de transportar agua dentro de un neumático. Mediante la exhibición de esta ‘silla’, Aravena mostraba, casi sin quererlo, su filosofía: copiar diseños simples y envolverlos en un estuche ‘cool’, tal y como ha hecho de las viviendas de la Quinta Monroy (Iquique): la apropiación de un diseño simple, y ya aplicado, pero que él impregna de un halo mediático de conciencia social a gusto del siglo XXI para presentar su proyecto para la construcción de unas viviendas en las que reasentar a cien familias en la misma área que habían estado ocupando ilegalmente durante treinta años, cuyo concepto se basa en el modelo denominado ‘vivienda incremental’: el arquitecto lleva a cabo el diseño y construcción de base, las viviendas se entregan sin finalizar, quedando a cargo del propietario incrementar la superficie construida según sus propias necesidades.
En el discurso de Aravena fueron emergiendo opiniones más coherentes con un alegato al marketing y a la idea de una arquitectura – limosna. Con sinceridad, confesó haber encontrado en la arquitectura social el factor a través del que otorgar relevancia a su trabajo; confesó no ser un altruista ni tener intención de que ELEMENTAL se convierta en una ONG. Y ocultó o dijo en voz muy baja, que su compañía está financiada por la principal empresa petrolera privada de Chile, COPEC; que los modelos de vivienda incremental no son un descubrimiento suyo, sino que llevan aplicándose en Iberoamérica desde la segunda mitad del siglo XX, mientras que él proponía que surgían de investigaciones desarrolladas en la universidad de Harvard.
La dinámica mediática ha hecho que este proyecto se haya valorado desde todos los ámbitos sin conocerse su realidad cotidiana: las viviendas de la Quinta Monroy son lugares míseros. Además de ser entregadas sin terminaciones no ofrecían a los compradores en el momento de la adquisición ni siquiera recursos ‘elementales’ como agua caliente, y transforman finalmente un proyecto social con ambiciones de transformación social a medio plazo en un proyecto de caridad farisea, donde el beneficiado en ningún caso han sido los residentes sino el arquitecto para quien un manifiesto de conciencia social y de reivindicación ha servido de un trampolín para una deseada (y asumida como necesaria) fama.
Se ha calificado esta arquitectura de clasismo esteticizado, que sólo propicia la segregación social, creando guetos de pobreza. Y ciertamente debe cuestionarse el modo en que a través de emprendimientos como éste, la arquitectura social queda en manos de intereses privados que, lícita o ilícitamente, priorizarán sus beneficios sobre la calidad de la vivienda que ofrecen. Una propuesta como la de ELEMENTAL en países donde el estado no tiene una tradición de promover la vivienda social, complica aún la situación al colaborar en la privatización, en lugar de exigir desde la arquitectura al estado que éste asuma esta obligación. En lugar de tomar una postura política desde la arquitectura se opta por ponerse en las filas del mercado.»
3. Arquitectura para tiempos populistas
La concesión del premio Pritzker a Aravena no debe leerse como un hecho aislado, y en ello estriba su gravedad. Es importante comprender a Aravena como un producto necesario, como el elemento a través del cual una ideología se recicla de nuevo en sí misma.
El comienzo de la crisis puso delante de nosotros un mundo en el que la opulencia, hasta entonces jaleada, se volvió para ciertos sectores incómoda. Aravena había emprendido su estrategia profesional apostando por ELEMENTAL, comprendiendo cómo éste poseía el potencial para abrirle un nicho que singularizara su figura dentro de un paisaje que, aún entonces, estaba demasiado saturado de star-architects entregados a la grandeza y al fasto. Se hacía necesario un remplazo urgente, la recuperación de una credibilidad para una arquitectura que había acabado ido convirtiendo en un chiste cada vez más patéticamente ridículo y venenoso.
Para comprender cuál era el estado de la cuestión y cómo se produce el relevo en el decorado del escenario y sus motivos, y errores, vale la pena leer este texto difundido a través de Facebook por el arquitecto italiano Luigi Prestinenza Puglisi, miembro del jurado durante la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2008:
«Ya ha pasado bastante tiempo y, por tanto, puedo hacerles una confesión. Aaron Betsky, director de la Bienal de 2008, me nombró miembro del jurado del León de Plata. (El de Oro es asignado por el director y ese año fue entregado a Gehry). El Jurado estaba presidido por Jeffrey Kipnis.
[…] Cuando se decidió el premio al trabajo del mejor arquitecto expuesto en la Bienal, Kipnis y los otros miembros escogieron unánimente un viejo juguete 3D de Greg Lynn. A mí, esa instalación me parecía una búsqueda ya agotada y que no había logrado mantener las promesas iniciales. Me opuse con firmeza. A pesar de mi inglés, para usar un eufemismo, tambaleante, diun discurso de media hora que pareció conseguir algún consenso. Pero, al final, los cuatro votaron por Lynn.
Yo estaba furioso, me parecía una elección estúpidamente formalista y los cuatro estaban tan en sintonía que tuve la desagradable sensación de que se habían puesto de antemano de acuerdo (pero, por caridad, fue mi pura sensación). […] Y así, con mi voto en contra, el premio a Lynn salió por mayoría.
Pedí que, sin embargo, el premio al país fuera a una nación en vías de desarrollo y a arquitectos comprometidos con lo social, incluso para hacer de contrapeso al juguete viejo de Lynn. Salió a la palestra Chile, y Aravena. Parecía un joven prometedor y el país había tenido una historia trágica con un pasado de dictadura. El Jurado lo votó por unanimidad. El proyecto eran las casas por completar: las típicas casas a la mitad. Pero pasa el tiempo y cada vez me convenzo más de que lo que entonces me pareció una buena elección comprometido no era más que un refinado juego−¿lo queremos decir?− radical chic […].»
Dos años después, a fines de 2010, Andres Lepik astutamente reunió en la exposición Small Scale, Big Change que tuvo lugar en el MoMA, a Aravena, Urban Think-Tank, Diébédo Francis Keré, Anne Heringer… entre otros, dibujando así un nuevo paradigma arquitectónico adecuado para la época de recesión. Lepik proponía este batiburrillo de héroes alternativos desde un enfoque que, al propagarse mediáticamente, cada vez ha ido pareciéndose más a aquella solidaridad de los 80 del Live Aid y el USA for Africa.
Lepik introducía este panorama con más espíritu de marketing que convencimiento, o puesta al día ideológica. Creo que no se podía pedir más a quien, en 2003, fue comisario de la exposición Content de Rem Koolhaas.
La versión más flagrante de este populismo o espíritu solidario de nuevo cuño se alcanzó cuando, bajo la dirección de David Chipperfield, la Bienal de 2012, bajo el título Common Ground, se otorgó el León de Oro a un proyecto de investigación que parecía regodearse en estetizar lo pobre: la Torre David en Caracas. El estudio, llevado a cabo por Urban Think-Tank, hacía una apología simplista del valor de la ocupación ilegal, celebrándolo como una acción informal y antisistema, pero pasando por alto muchas de las cuestiones controvertidas (sociales, políticas…) relacionadas con la existencia de la Torre. Cuando la Torre fue desalojada en 2014 no oyó ninguna voz reivindicativa a su favor por parte de los autores del estudio ni de quienes lo galardonaron ni de quienes lo aplaudieron.
En este estado de las cosas, Aravena acaba erigiéndose en principal referente y se encumbra así una peligrosa forma de populismo mediático. Esa mezcla de Che Guevara de camiseta auspiciado por una importante corporación chilena, pasado por Harvard.
4. Las razonables dudas sobre el filantrocapitalismo
En este extracto del artículo “Roberto Angelini explica las razones del fuerte vínculo entre Copec y ELEMENTAL”(*) se detalla la relación de éste con el entramado de empresas que respalda a ELEMENTAL.
«ELEMENTAL es mundialmente conocido por revolucionar el modelo de las viviendas sociales y su cara más reconocida es el arquitecto Alejandro Aravena. Pocos saben, sin embargo, que en la propiedad de este proyecto, creado en 2006, está el grupo Angelini, dueño de Celulosa Arauco y de Empresas Copec.
Desde sus inicios, la distribuidora de combustibles Copec es accionista de la firma, con el 40%. Por eso, a no pocos sorprendió que esta semana, cuando ELEMENTAL recibió dos premios Avonni −que busca difundir la innovación como clave de creación de valor en la empresa−, uno de los que salió a recibir el galardón, junto a Aravena, fue el propio Roberto Angelini, cabeza del conglomerado, cuya fortuna, según Forbes, supera los US$ 6.000 millones.
[…]
La alianza partió cuando los arquitectos Aravena y Iacobelli contactaron a Jorge Bunster y Arturo Natho, entonces gerente general y gerente de desarrollo de Copec, respectivamente.
La idea era proponerles la incorporación de la empresa a la sociedad. El tema fue estudiado en detalle por el directorio y su aprobación fue unánime. Así, Copec ingresó a Elemental con el 40%. El otro 60% lo comparten la Universidad Católica y un grupo liderado por Aravena y Iacobelli. La inversión, de US$ 1 millón, se materializó de manera escalonada, en tres años.
¿Qué llevó al directorio a ingresar a ELEMENTAL? Bunster, director de Copec y presidente del directorio de Elemental -quien estaba en la ceremonia junto a Mauricio Angelini arquitecto y director de Inversiones Angelini-, cuenta que les pareció un vehículo privilegiado para viabilizar el objetivo de que “el talento profesional de clase mundial, en el área de la arquitectura y el diseño, pudiera destinarse a problemas de la vivienda social y urbanismo”.
Para Copec, Elemental es más que un negocio. Es una ‘forma nueva de dar cuenta de la responsabilidad social con sectores de menos oportunidades”, según Bunster. Aravena destaca que la manera en que Copec hizo el aporte es innovadora, porque ha entregado al proyecto horas profesionales “para pensar un problema de interés público’. Según Aravena, la llegada del grupo fue “estratégica”, en un momento en que se estaban implementando políticas habitacionales y el mercado no había producido respuesta alguna.»
Complementando este texto, introduzco estas observaciones del arquitecto chileno Claudio Pulgar, con quien tuve ocasión de conversar a fondo sobre el tema recientemente.
«Creo que es muy fácil para Aravena vender ese personaje en un medio o en un ambiente donde esto resulta como exótico. En los ámbitos donde él se mueve, desde Harvard hasta el premio Pritzker, y hablando sobre el tema de lo social creo que debe ser visto como una especie de Ché Guevara pero en realidad está totalmente dentro del discurso del sistema, donde ejerce como del niño rebelde. Yo creo que ése es el personaje que él construyó y lo que vende. Y que él mismo reconoce que, cuando inventaron este asunto de las viviendas sociales en Harvard con Giacobelli y Pablo Allard estando ellos terminando su doctorado en Harvard, comprendiendo que era un nicho de mercado.
Parte del éxito del fenómeno ELEMENTAL y de Aravena tiene que ver con esa mirada colonialista y que es reflejo de una ignorancia y un desconocimiento sobre Latinoamérica, de sus condiciones, de la propia historia latinoamericana y de las diferencias porque el caso chileno no tiene nada que ver con el caso peruano o el caso boliviano o el caso argentino… En ese sentido, el proyecto chileno es único. Lo que, según mi punto de vista, hace interesante el fenómeno ELEMENTAL es como la punta del iceberg del proyecto neoliberal en Chile. Es lo más bonito que tiene y que tapa todo lo que hay debajo del iceberg.
Es fortísimo el apoyo mediático que tiene Aravena y la construcción propagandística que se ha hecho en torno a ELEMENTAL y al personaje de Aravena −porque él ya se ha construido como un personaje−. Si uno se pone a revisar la prensa chilena comprobará que aparece un artículo dedicado a Aravena o a ELEMENTAL con una frecuencia de uno o dos meses.
−¿Cómo se beneficia ELEMENTAL del nombramiento de Iacobelli como subsecretario de vivienda para el gobierno?
No sólo Iacobelli, también Pablo Allard el 3er fundador de elemental y quien fuera el encargado de reconstruccion entre 2010 y 2012. La posición y la influencia de los “elemental boys” en el gobierno de Piñera se puede traducir en el proyecto que hicieron de “plan” (PPP) de reconstrucción, sin concursos ni licitaciones, de la ciudad de Constitución, donde además se encuentra la mayor planta de celulosa de Arauco, de empresas copec! Iacobelli además luego renunció por un escándolo de corrupción del Ministerio de Vivienda por la compra de terrenos a sus familiares y la especulación asociada con platas fiscales.
−¿Cómo se percibe hoy la figura de Aravena en Chile? Hace poco se publicó su fotografía siendo recibido por Bachelet. ¿Cuál es su relación con el gobierno de ésta?
Los ‘Harvard boys’, de los que Aravena es su vocero arquitectónico, (hay otros en economía y otras áreas) son una especie de equivalente de los “Chicago boys” de la dictadura de Pinochet, son los continuadores del neoliberalismo tecnocrático a la chilena. Por eso son transversales en la clase política neoliberal que va desde la derecha extrema hasta el partido socialista de Bachelet, todos hoy implicados en presuntos casos de corrupción y financiamiento ilegal de la política por los grupos ecónomicos, como Angelini-COPEC. Aravena es portada de los diarios del duopolio mediatico (de derechas) como el gran líder y embajador de Chile, y en sus entrevistas cita con frecuencia a De Soto.»
Otro matiz sobre ELEMENTAL puede verse en el documental 74 metros cuadrados de Tiziana Panizza y Paola Castillo sobre la construcción de viviendas sociales en Valparaíso, donde se pueden observar ineficaces procesos participativos en los que se pide a los futuros propietarios de las viviendas construir maquetas de las que serán sus viviendas; la dudosa calidad constructiva de las casas; donde se escucha al delegado de ELEMENTAL decir lo siguiente: «Nosotros pensamos que esos subsidios que entrega el Estado hay que destinarlos a esas cosas que las familias, por su cuenta, no pueden hacer. Son las cosas difíciles de la casa. Esa mitad difícil son una buena localización, una estructura segura. El resto, que ustedes van a poner a la casa: terminaciones, pintura, equipamiento…van a hacer que estas casas se valoricen en el tiempo y lleguen a ser casas de clase media.»
En este mismo documental puede verse una secuencia en la que, durante una tormenta, las viviendas quedan muy dañadas. La subsiguiente respuesta de Aravena, emitida por televisión (valga señalar que a lo largo del documental no hay una sola secuencia que muestre a Aravena en el lugar de construcción de las casas ni manteniendo conversaciones con los futuros residentes), aparece ligera y poco comprometida con proveer una solución inmediata y eficaz al problema puntual que se planteaba. Querer aseverar la validez del eslogan (y desde el plasma) parece suficiente solución: «”Entiendo la rabia y frustración de las familias”, insiste Aravena. “Vienen saliendo de una situación muy vulnerable y un hecho como éste los retrotrae a una historia reciente dolorosa”, reconoce. Sin embargo, pide cautela ante la lluvia de acusaciones que, sobre todo en la informalidad y la urgencia de las visitas a terreno, comienzan a caer. “Se ha hablado de error de diseño. Creo que hay que ser bien cuidadoso con ese tipo de conclusiones”, dice. “No sólo porque puede ser injusto, sino sobre todo porque puede equivocar la respuesta. El objetivo primordial es que no vuelva a ocurrir lo mismo”.» «A nadie se le puede pedir que corrija, por ejemplo, quedar segregado de la red de oportunidad que la sociedad ofrece.»
Frente a estas evidencias, se presenta la necesidad de preguntarse si hay algún significado real en esta respuesta de Aravena:
«−¿Cuál es el último indicador de calidad?
−Una pregunta: ¿yo viviría aquí? Si la respuesta es no, el proyecto no pasa la prueba.»
(*) Artículo publicado en www.lignum.cl (7 septiembre 2009, fuente original: diario La Tercera, enlace original no disponible)
5.El negocio de la pobreza
En Ciudades radicales. Un viaje a la nueva arquitectura latinoamericana, libro que puede leerse como un manual de la visión romántica y afectada de primermundismo de los procesos populistas latinoamericanos, Justin McGuirk, obsesionado por ver la realidad del continente a través de la lente del hipster concienciado, escribe estas palabras sobre la Quinta Monroy:
«Era un modernismo estandarizado de hormigón que se alternaba, como los anversos y los reversos de cartas de una baraja, con una espontaneidad de favela. Era como un PREVI 2, solo que esta vez a precio de saldo. Se dijeron muchas cosas grandes sobre este proyecto, y yo tampoco me quede atrás. Mucho antes de haber puesto un pie en Chile, lo llamé obra maestra: del diseño abierto, plataforma de adaptabilidad o el iPhone de la vivienda social. Hasta saqué a Aravena en la portada de la revista que dirigía entonces, con el titular “Viviendas para miles de millones”. ¿Tenía razón?»
A lo que más adelante agrega:
«En cuanto llego lo reconozco, no solo por las fotografías, sino también por el leve regusto a decepción que se deriva de haber viajado miles de kilómetros para ver algo que no es más que lo que es: un puñado de casas baratas, y no las pirámides de Egipto. La luz no favorece el paisaje tanto como en las fotos, las vistas no tienen la misma composición artística y mi propia presencia aquí (un turista frente a algo que no es una atracción) resulta en cierta manera incongruente. Ahora es cuando merece la pena recordar que sé está ante la manifestación de una idea, no ante una obra maestra.»
Este extracto me da a entender que no ha sido sólo Aravena quien se ha inventado a sí mismo, sino que parecía existir la necesidad de inventarlo o de caer seducidos ante un producto como él. Si no, de ninguna manera se entiende que alguien haya exaltado a un arquitecto a través de tal titular y un retrato en primer plano en portada sólo a partir de la somera descripción de una idea que parece atractiva y prometedora. Y creo que esa última frase de su texto resume la cuestión perfectamente: los hechos, la realidad están frente a nosotros, y es una realidad sucia y grosera en lugar de la pobreza pintoresca que esperábamos encontrar pero preferimos persistir en la fantasía en lugar de abrir los ojos para seguir sintiéndonos bondadosos, solidarios, idealistas y radicales.
Es muy significativo observar cómo los mismos que antes se arrastraban detrás de los arquitectos estrella, justificando sus despotismos y arrogancias, ahora se postran ante este nuevo ídolo y lo creen a pies juntillas. Se obstinan en no comprobar, no revisar, cuál es el sustento de sus palabras. Periodistas desinformados, acomplejados, con la necesidad imperiosa de personajes que a ellos también les permitan destacar, no van a contrastar la información que les permita comprobar que la Quinta Monroy es un verdadero fracaso (o lo hacen, pero sucumben al mismo síndrome de McGuirk).
Otro dato remarcable ante el fenómeno Aravena es escuchar a quienes sostienen que, aunque la obra de Aravena pueda tener puntos débiles, ayuda a poner el foco sobre lo social. Partiendo de la ignorancia del que no quiere ver, como conversos que ahora se fanatizan con su nueva religión y que hoy descubren que existía la arquitectura social y además esos problemas de desigualdad social.
Pareciera que la arquitectura social ha nacido de la mano de este nuevo mesías, que se ha encargado de hacerla trendy y deseable. Decir que Aravena está poniendo la arquitectura social en el foco de atención es otro simplismo. Más aún, se podría sostener que si el foco que se pone sobre lo social es el puesto es Aravena la consecuencia será distorsionar por completo el significado del concepto social aplicado a la arquitectura, puesto que toda genuina arquitectura en el siglo XXI ha de ser intrínsecamente social.
El fenómeno Aravena no destapa nada nuevo: corrobora el vacío crítico de una sociedad cada vez más informada pero sin interés en decodificar la información que recibe. Una sociedad fanatizable, incapaz de reconocer los espejismos. En este sentido, vale la pena la lectura del ensayo de Nicole Aschoff The New Prophets of Capital, donde analiza el peso que las narrativas difundidas por personajes como Bill Gates, Sheryl Sandberg, John Mackey u Oprah Winfrey, presentando sus experiencias e ideologías personales como referentes para una redención del mundo y el individuo contemporáneos.
El aviso de Aschoff es la necesidad de reconocer cómo estos individuos que «vienen a explicarnos en qué falla la sociedad y cómo hay que arreglarlo todo (…) son el coro de una nueva élite de voces que apelan a una nueva clase de capitalismo. Presentan soluciones prácticas a problemas sociales que se pueden encontrar dentro de la lógica de las vigentes estructuras de producción y consumo basadas en el beneficio. Proporcionan soluciones basadas en el mercado para resolver problemáticas como las desigualdades de género, los conflictos dentro de los poderes corporativos, el deterioro medioambiental, la alienación del individuo… Sus visiones albergan un significado coherente y sistémico que parece posible, seguro y alcanzable dentro de los parámetros del capitalismo. Sin embargo, aunque sus perspectivas destacan problemas reales asociados al capitalismo, sus soluciones no desafían ni a éste ni a sus efectos destructivos. Al contrario: lo apuntalan. Ofreciendo soluciones seguras y convenientes para el mercado a los problemas sociales, estos nuevos profetas refuerzan la lógica y las estructuras de acumulación. Sus historias marcan los términos del debate y los campos de posibilidad, dominando el plano de ideas y devorando las historias que desafían al statu quo. Sus narrativas permiten que el capitalismo evolucione, absorba las críticas y, consecuentemente, se preserve a sí mismo como sistema.»
«Los nuevos profetas del capitalismo creen que las soluciones a nuestros problemas están en refinar el actual sistema político y económico, ampliar el alcance de los mercados capitalistas, someter más y más aspectos de nuestras vidas a la lógica de mercado y canalizar a través de las grandes corporaciones nuestras luchas por una vida mejor.»
Y tener presente también el hecho de que, como bien sintetiza Slavoj Žižek, la «caridad ha devenido el constituyente de nuestra economía», exponiendo cómo tras la aparente limpieza de intenciones, conciencia ética y responsabilidad que vibra en nuestra sociedad no hay más que una estúpida fantasía sentimentaloide y buenista que lleva a creer que, por ejemplo, la compra de un determinado producto contribuirá a mejorar las condiciones de vida en entornos desfavorecidos por la desigualdad. Mientras más complejo es el problema, mayor parece ser la necesidad de simpleza.
6. El Pritzker ha muerto, viva Aravena
En este contexto cada vez más perverso Aravena intenta ser presentado como una suerte de Robin Hood que recibe dinero de los ricos para poder ayudar a los pobres. Y Aravena nos quiere persuadir de que él mismo cree su propia narrativa. Se cree ese Che Guevara , ese Robin Hood, con el que se lo compara. Pero todo forma parte de esa idea de marketing que culmina con su lema, Reporting from the Front, para la Bienal de Arquitectura de Venecia que dirige este año, y que presenta en estos términos:
«Hay muchas batallas que es necesario ganar y muchas fronteras que hay que extender para mejorar la calidad del entorno construido y, en consecuencia, la calidad de vida de las personas. Más y más personas en el planeta buscan un lugar adecuado en el que vivir y las condiciones para lograrlo se vuelven cada vez más y más duras. Cualquier intento de ir más allá del negocio a la manera en que es habitual tropieza con una enorme resistencia en la inercia de la realidad y cualquier esfuerzo por abordar cuestiones relevantes debe superar la creciente complejidad del mundo.
Pero a diferencia de las guerras, en las que nadie gana y prevalece un sentido de derrota, en los frentes del entorno construido hay un sentimiento de vitalidad, porque la arquitectura tiene que ver con observar la realidad en clave de propuesta.»
Por todo esto, más allá del descaro y la torpeza de haber otorgado el Pritzker a Aravena, la operación ha logrado desactivar toda posibilidad de reconversión o regeneración de un panorama de arquitectura agotada, que ha cambiado la figura del arquitecto estrella por la figura del arquitecto estrella. Todo sigue igual.
Lo que ha sufrido es la propia cultura, realmente abocada a la miseria más absoluta. El mundo dominado por los cazadores, insaciables y astutos, que rigen su discurso mediante eslóganes que, aunque sean fácilmente desmontables, su entorno prefiere tomar el atajo de creerlos a preguntarles. Han logrado que sus postulados efectistas de saldo adquieran la categoría de dogma e incluso de esperanza, en una sociedad cada vez más tosca que se obstina en negar la realidad aunque la tenga delante de sus propios ojos.
(Agradezco a Maaik su entusiasta y generosa colaboración con este artículo, dibujando las caricaturas y la tira cómica que lo ilustran. Agradezco también a Claudio Pulgar la valiosa conversación mantenida en torno a la realidad chilena y que ha constituido un aporte fundamental para la redacción de este artículo.)
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