Marta Peris y José Toral pertenecen a una generación de arquitectos que se ha curtido en las dificultades y limitaciones impuestas por la crisis económica de 2008, un reto del que ha salido fortalecida y fuertemente consciente de su compromiso con la sociedad y el futuro. Desde su posición teórica y práctica reivindican una recuperación, desde perspectivas contemporáneas, de los valores más esenciales de la arquitectura, tomando la vivienda social como su principal campo de acción y de batalla e investigando sin temor, dispuestos a abrir nuevas posibilidades funcionales, materiales y espaciales.
La vivienda constituye vuestra vocación fundamental.
Marta Peris.- Absolutamente. Dediqué mi tesis doctoral al tema de la vivienda, soy profesora de Vivienda…Quiero ser arquitecta desde que tenía 10 años y entraba en las casas y las transformaba mentalmente. Siempre me ha apasionado la vivienda. Es una pasión que José y yo siempre hemos compartido.
Escuché a Marta en una de vuestras conferencias formular una pregunta muy pertinente y creo que debería plantearse todo arquitecto que construya vivienda social: ¿viviría yo aquí?
¿Cuáles son los puntos en que Peris + Toral cimentan sus conceptos fundamentales respecto a la vivienda social y cuál ha sido el aprendizaje que habéis desarrollado a lo largo de vuestra trayectoria específicamente centrada en esta tipología?
José Toral.- Una premisa esencial para nosotros es que una vivienda promovida por el Estado debe ser ejemplar. Debe liderar y marcar el camino hacia el que debe dirigirse la vivienda, comprender cuáles son las problemáticas y necesidades de la sociedad.
Construir vivienda social no consiste en hacer viviendas al más bajo coste posible. El coste debe estar ajustado, pero arquitectura debe ser ejemplar en cuanto a materiales, programa, espacios… Como he dicho, tiene que liderar hacia dónde va la vivienda, ya que los promotores privados únicamente se limitan a responder: «Esto es lo que demanda el mercado». Pues habrá que cambiar la demanda, si queremos que el mercado pueda evolucionar y responder a los problemas sociales quien debe ponerse al frente de ese cambio es la Administración pública.
M.P.- Lo cual no significa que no aceptemos las reglas del juego. El presupuesto debe estar muy justificado, muy pautado y muy bien invertido.
Sería algo iluso plantear que las viviendas podrían tener mayores dimensiones cuando la realidad es la que es, al menos en España, donde la repercusión del precio del suelo sobre la vivienda es muy elevada. No es que nosotros no creamos que las viviendas deban tener mayor tamaño. Por supuesto, nos gustaría que así fuera; sin embargo, nuestro planteamiento es ajustarlas a lo normativamente viable, aunque tratando de hacer que parezcan tener más espacio del que objetivamente tienen por sus dimensiones. Logramos esto aplicando recursos bastante cinematográficos, podría decirse: creando espacios fuera de campo, espacios que puedan imaginarse y permitan que el espacio se amplíe visualmente y que, sobre todo, no queden estancos en sí mismos, sino que puedan sumarse y cortarse cuando convenga. Espacios que sean flexibles, pero no tanto porque haya una transformación física del espacio, sino por las expectativas que genera, la capacidad de relacionarse de distintas maneras y que, por ello, puedan ser percibidos de maneras muy diferentes.
El esquema típicamente occidental de un pasillo en torno al cual se van distribuyendo habitaciones estancas lleva a desaprovechar una cantidad importante de metros. Sin embargo, si se evita ese esquema y esos espacios se hacen más permeables introduciendo más puertas y abriendo otras posibilidades de recorrido, el espacio no sólo se percibe de distintas maneras, sino que además parece más amplio, justamente por ese hecho de que puede ser recorrido.
A menudo explico que pienso más andando que estando sentada. Pasear por la casa me ayuda a aclarar mis ideas, mis pensamientos. Es como hallar casi un estado vivencial que facilita el recorrido, a la manera de esos recorridos peripatéticos que los griegos practicaban. Eso es una dimensión fundamental en la vivienda.
Consideramos un valor que haya muchas puertas en una vivienda. Nos parece que esa idea del loft o de un único espacio de gran superficie que se muestra en un solo golpe de vista dificulta la apropiación del espacio o la convivencia. Preferimos generar un espacio secuencial.
Es una cualidad que os interesa extender a la totalidad del edificio.
M.P.- Sí, es algo que siempre tratamos de desarrollar en la medida de lo posible. Que no se trate de entrar directamente a un vestíbulo y, desde ahí, se acceda al ascensor que lleva a la vivienda.
Siempre que las condiciones lo permiten, buscamos generar espacios intermedios entre los ámbitos más privados y los públicos. Encadenarlos, como en una especie de aproximación secuencial, pautada, en la que se produce algo similar a una descompresión: crear un recorrido a lo largo del cual la velocidad con la que se llega al edificio desde la ciudad se vaya desacelerando hasta llegar al ámbito más íntimo.
Ahí son los espacios compartidos los que otorgan otra dimensión: la dimensión común que hace que el confín de la casa, más allá del espacio privado, tenga otra escala. Una escala que permite otra posibilidad de habitar, sea a escala de edificio o a una superior a la que posee la vivienda privada.
Este tipo de espacios compartidos han penalizado históricamente los ratios y, salvo en viviendas dotacionales para gente mayor o joven, no han existido. Recientemente se ha introducido una modificación en el decreto de habitabilidad que permite computar los espacios compartidos al espacio privativo. Esto es algo muy positivo porque va a permitir que el llamado “mercado” –en particular los promotores públicos, cuya confianza está en el espacio compartido− encuentren la posibilidad de que esos metros no se pierdan en un sentido económico, sino que ofrezcan la posibilidad de poner a disposición del usuario final diversas maneras de habitar. Si esta modificación se mantiene, puede dar pie a grandes cambios.
¿Es compatible esta idea de los espacios compartidos dentro de nuestra cultura, quizá más tendiente a entender el ámbito de lo doméstico como algo estrictamente privado e íntimo, o será preciso ayudar a alentar un cambio de mentalidad que lleve a comprender e incorporar paulatinamente el uso de ese tipo de espacios?
J.T.-En nuestra cultura, lo que es de todos no es de nadie; esto es algo patente, por ejemplo, también en nuestras calles. Es algo que hemos de superar. Se trata de empoderar, ya sea con la autogestión, con los procesos participativos o incluso con el codiseño. Cuando el espacio compartido sea de todos, se revelará como algo potentísimo, entendido de una manera profunda.
La cohabitación a distintas escalas dentro del edificio constituye para nosotros un modelo de sostenibilidad social no sólo porque optimiza recursos, sino porque fomenta las relaciones humanas fuera de la unidad familiar. Nos referimos a espacios colectivos fuera del espacio privativo (por ejemplo, una sala con lavadoras industriales, con menos obsolescencia programada que las domésticas, que permite liberar a la vivienda de esta reserva de espacio o el ruido que el aparato produce y, a la vez, es la manera de encontrarse en el edificio con los vecinos), así como a cohabitar a escala de vivienda, donde podemos plantear una cocina y una sala de dimensiones generosas que puedan compartir diferentes unidades de convivencia.
M.P.- La clave ha de ser diversificar todo lo posible: poder ofrecer una vivienda con una cocina grande para una persona a la que le guste y disfrute cocinando y también viviendas con un mínimo equipamiento para personas que apenas cocinan y prefieren esa opción de compartir. Ese abanico de posibilidades ha quedado muy reducido en la vivienda actual y creo que es un cambio que puede funcionar, puesto que ya hay un sector de la sociedad que lo está reclamando.
A la universidad han acudido colectivos de gente mayor que nos dicen que Barcelona no les ofrece ninguna posibilidad para vivir como ellos desearían. Esa opción sólo está al alcance de cooperativas. Hemos estado viendo la gravedad del problema de la soledad de las personas ancianas, esa otra pandemia invisibilizada en el espacio doméstico, pero no hay opciones que permitan cohabitar y compartir. Esa opción debería estar disponible para quien deseara elegirla.
Se trata de renunciar a espacio privativo para disfrutarlo como espacio compartido. Es un gran cambio, ya que no se trata sólo de compartir lo que tenemos, sino conseguir más. En Suiza encontramos ejemplos de viviendas intergeneracionales de más de 300m² compartidos por varias unidades habitacionales con 9 habitantes en total. Esto parece un lujo, pero en realidad en Barcelona estamos construyendo viviendas dotacionales para gente mayor de 40m², que mayoritariamente son hogares unipersonales, con lo cual a 9 personas les corresponderían 360m². Está claro que es otra manera de gestionar el espacio y otra manera de habitar.
J.T.- Pienso que los grandes cambios que están por venir en la vivienda tienen más que ver con la agregación que con la tipología.
¿Cuáles serían esos cambios?
J.T.- Creo que hay muchísimos. Comenzaría hablando de la vivienda dispersa. ¿Por qué la vivienda tiene que ser una unidad concentrada?
M.P.- El cambio consistiría en tomar un programa y tratar de atomizarlo en el edificio, por ejemplo el concepto de habitación satélite. Esto pasa por esa idea de agregación. Son ideas que hace mucho tiempo que los arquitectos defendemos y, sin embargo, aunque han habido algunas experiencias, no se han incorporado de manera general a la vivienda colectiva. Todo parece más abordable desde el nuevo marco de la cohabitación.
J.T.- Dejar de plantear que la vivienda debe estar unida, compactada. Preguntarse por qué debería tener un único acceso, en lugar de varios.
M.P.- Que una casa tenga dos puertas, por ejemplo, permite ubicar en una de sus partes el área de trabajo. Disponer de dos puertas y evitar que se crucen ciertas circulaciones proporciona tanto flexibilidad como intimidad.
El reto que nos planteamos en nuestros últimos proyectos es intentar cruzar las estrategias ambientales y las sociales para fomentar las relaciones humanas y construir comunidad. Ya estamos esponjando los edificios, transformando los patios en atrios bioclimáticos como grandes sistemas pasivos que nos permiten reducir la demanda energética, para llegar al edificio de consumo casi cero (nZEB). Pero en función de cómo se gestione ese vacío activo dentro del edificio tiene además de un retorno medioambiental un mayor retorno social. Igual que nos planteamos la huella de carbono, también nos planteamos cuál es la huella social de nuestros edificios. Si los patios-atrio se atomizan en celoberts independientes, conseguimos reducir la factura de la luz y luchar contra la pobreza energética, que no es poco, pero no hay más retorno social. En cambio, si aglutinamos todo ese vacío y lo desplazamos hacia los sistemas de circulación del edificio, se consigue cualificar los recorridos en espacios intermedios de transición para socializar entre lo comunitario y lo privado; es decir, lograr un condensador social. No se trata de dimensionar con los mínimos normativos de salubridad, sino que modelamos energética y acústicamente los edificios para saber qué volumen de aire necesitan renovar las viviendas, cuál es su tiempo de reverberación, para así dimensionar este vacío a fin de que sea activo social y ambientalmente.
Volviendo a la escala de la tipología, otro cambio importante sería también suprimir la primacía de ciertas estancias, como por ejemplo la de la sala de estar, que primero se disponía alrededor de la chimenea; después de la televisión…Esto es algo que ya ha dejado de tener sentido. Cuando hoy nos reunimos, acostumbramos a hacerlo sobre todo en torno a la cocina, por eso la mesa grande debe estar ahí. Frente a esa hegemonía de la sala de estar como espacio privilegiado, preferimos robarle metros a éste y dárselos a las habitaciones, no para hacerlas más individuales, sino para proporcionarles mayor flexibilidad de uso y que puedan pasar en ellas más cosas, ya que hay actividades que se deben llevar a cabo en silencio y otras que pueden hacerse al lado de otra persona.
J.T.- Las nuevas generaciones ya no comprenden el acto de reunirse en torno a la televisión. No comprenden por qué razón hay que sentarse a ver algo que ofrece un aparato y que todos los congregados alrededor de éste tengan que ver lo mismo. Esto refleja esa nueva manera de relacionarnos con los contenidos audiovisuales y cómo transforma totalmente el concepto establecido actualmente de la sala de estar. En los proyectos que presentamos a concursos, ya no dibujamos el televisor en la sala, sino dos sofás, uno frente a otro, para hablar.
Como ésta, hay muchas cuestiones que la sociedad está cambiando, pero que la vivienda no es capaz de seguir.
La ubicación de la cocina en el centro de la vivienda en vuestro edificio 85 viviendas sociales en Cornellà (Barcelona, 2020) deriva entonces netamente de vuestra constatación de cambios que están ya operándose.
J.T.- Sí, hay en él toda una visualización del trabajo doméstico, de todas esas labores como cocinar, limpiar…se trata de un espacio pensado desde una perspectiva de género
M.P.- Todo ese trabajo que quedaba oculto tras las paredes.
La cocina siempre estaba dando a un patio en el interior de la vivienda. Después saltó a la fachada, una decisión higienista que mejoraba su calidad, pero aún continuaba siendo un espacio estrecho y con escasa conexión con el exterior. Posteriormente, esa conexión se incrementó mínimamente, al abrírsele una ventana y sumarla a la sala, apareciendo así la cocina americana. Ahora volvemos a llevarla hacia el interior, pero abriéndola y evitando imbuirla de esa condición de espacio servidor, colocándola en el centro neurálgico de la casa, actuando como un gran distribuidor que evita los pasillos.
J.T.- Todo el mundo debe pasar por la cocina. Históricamente la cocina era un lugar por el que no se podía pasar; sin embargo, en estos nuevos planteamientos, se convierte en un paso obligado porque es el corazón de la casa.
¿Se trataría de recuperar, actualizado, ese sentido de hogar que originariamente tenía la cocina?
M.P.- En el sentido en que lo tenía para los japoneses, diría que sí. Un ámbito que tenía un vínculo especial con el fuego.
Sí, a esa cuestión en particular me refería. Ahora que surge el tema de lo japonés, la tesis doctoral de Marta explora la casa en el cine de Yasujirō Ozu. ¿Cómo planteáis la implementación de los conceptos japoneses del espacio a la cultura occidental actual?
M.P.- Hay dos aspectos en la habitación japonesa. Uno es el hecho de tener un tamaño considerable, como mínimo suficiente para acoger ocho tatamis. Cada tatami mide 180x90cm, es decir: crean una superficie de unos 13m2 (a partir de ahí el número puede ampliarse y, consecuentemente, abrirse a más usos). Esa superficie de 13m2 permite a los habitantes ir reprogramando la vivienda a lo largo del día. Hay momentos en que se come, otros en que se duerme y todo ello se lleva a cabo en la misma habitación. Es decir, esa superficie mínima genera esa flexibilidad, entendida como ambigüedad de uso.
J.T.- Que va además relacionada con la medida del cuerpo y cuya máxima ocupación sería ocho personas. Un tatami por persona.
M.P.- El otro aspecto, aún más interesante todavía, es la porosidad. La habitación japonesa tiene cuatro puertas. En La casa de Ozu hablo de una escena, la secuencia de inicio de Bakushû (Principios del verano, 1951). En ella, los miembros de una familia formada por siete personas entran y salen de la habitación a la hora del desayuno sin que se sature el plano cinematográfico ni tampoco el espacio. La razón es que el espacio es tan permeable que permite que cada persona vaya entrando y realizando un recorrido distinto. Es un espacio muy fluido: no hay roces, no hay momentos de encontronazo.
Estos conceptos, como la ambigüedad asociada a la dimensión del espacio o la porosidad, ya estaban presentes en el concurso de Cornellà, en la radicalidad de la planta. Hacíamos que todas las habitaciones tuvieran tres puertas. Entendíamos las terrazas como engawas, circulaciones en fachada que permitían dobles circulaciones. La realidad actual nos ha hecho renunciar en algunas viviendas a la tercera puerta, pero, sin embargo, siguen siendo posibles las dobles circulaciones en la planta. Se trata de las circunstancias del momento en el que se construyó, pero que en unos años probablemente serán distintas, por lo que para nosotros era importante que, como mínimo, esta condición de porosidad pudiera ser adaptable en el tiempo.
Lo que la pandemia ha logrado al confinarnos en casa es una conciencia general de todas estas condiciones de permeabilidad. Que cuanto más aire y visiones haya, más rico es el espacio y mejor se habita, por tanto es un valor añadido que mejora la vida de la gente. Para nosotros la habitación japonesa es una referencia perfecta en ese sentido. Y lo interesante es que en ese caso su razón de ser es la adaptación al clima del verano, sumamente húmedo.
Habéis señalado la cuestión de la idiosincrasia y cómo esto incide en la posibilidad de introducir cambios profundos. ¿Cómo prevéis que se produzca la adaptación de los habitantes a estas viviendas, comparándolas con otras que ya existen en el mismo barrio donde vuestro edificio se encuentra ubicado?
M.P.- No lo sabemos. Hemos filmado un video del edificio tal y como está ahora, antes de que entren a vivir los vecinos, y más adelante haremos otro. Este ejercicio es siempre un trabajo de observación. Si los habitantes son generosos, nos dejarán entrar en sus casas y podremos ver así cómo han reaccionado a esas viviendas.
Lo primero que hemos hecho es eliminar esa radicalidad de la tercera puerta porque la gente no va a entender que tiene menos armario en aras de esa relación entre espacios. Si nosotros entráramos a vivir en estas viviendas, lo primero que haríamos sería construir esas puertas. Nosotros vivimos así. Nuestra sala de estar es pasante, se accede a dos habitaciones a través de ella. Sin embargo, esto es algo que no todo el mundo está dispuesto a aceptar; por lo tanto, nuestro primer paso es ser conscientes que las personas ahora viven de una determinada manera. Espero que reaccionen bien a no tener la gran sala de estar, pero, como digo, aún no sabemos si será así.
Realizasteis también este mismo ejercicio en el edificio 105 Viviendas, CAP y Casal para Gente Mayor en Glòries (Barcelona, 2017) a través de un documental.
M.P.- Más que para explicar la arquitectura, encargamos ese documental para describir a través de él la vida del edificio y, sobre todo, reflexionar en torno a la pregunta de si compartimos suficiente y si aún sería posible compartir más. Esa fue la pregunta que lanzamos al cineasta.
Respecto a nuestros proyectos, como no conocemos al usuario final, siempre nos preguntamos si nosotros habitaríamos ahí, pero es necesario recibir ese retorno por parte de quienes habitan en ellos para conocer cómo incide o no la arquitectura, en qué te has equivocado…y aprender de todo ello.
J.T.- Nos interesa muchísimo entender cómo funcionan socialmente los edificios. Ya desde el primer edificio de viviendas para jóvenes que construimos en Can Caralleu (Barcelona, 2008) hemos hecho un retorno. Ahí, nos invitaron a una serie de fiestas que los vecinos, gente joven, hacía en el patio de entrada y que fomentaban que la comunidad se uniera mucho más.
En cuanto a las viviendas, se plantearon con un núcleo central que aglutinaba los servicios sin cerrar la habitación. Al final sólo uno de los 36 pisos cerró esta habitación, el resto la mantuvieron y compartimentaron a través de los muebles. Cada uno amueblaba de una manera particular y esto animaba a que entre ellos se invitaran para enseñarse sus casas.
M.P.- Llevamos a cabo el ejercicio de tomar muebles de Ikea para crear hipotéticas distribuciones, y la verdad es que acertamos en un alto porcentaje. Cuando luego revisitamos en Glòries esta misma tipología, que iba a ser habitada por personas mayores, vimos que era una generación acostumbraba a residir en viviendas muy compartimentadas, de modo que decidimos que era necesario que hubiera puertas. Hicimos grandes puertas y paredes correderas y, por tanto, la misma tipología permitía habitar de una manera algo distinta porque no todo quedaba a la vista. Por ejemplo, una persona que recibe visitas puede sentirse muy incómoda si su cama está expuesta a otro. Se trataba de tener en cuenta cómo vive la gente e intentar dar cierta continuidad a cosas, pero también plantearles nuevos retos.
Estuve todas las horas que pude en ese retorno a Glòries que tuvo lugar durante el rodaje del documental que antes mencionábamos. Hablé con los vecinos, a los que ya conocía −porque para poder filmar un documental primero debes ganarte a la gente−, y recuerdo que un hombre me decía: «El día que llegué vi dos puertas en la habitación y me pregunté por qué, pero que ahora no se le ocurra a nadie quitármelas. Cuando viene alguien de visita, mi mujer sale por un lado y yo me escabullo por el otro.» Otras personas me preguntaban por qué habíamos sacado el lavamanos fuera del baño porque ellos habrían preferido tenerlo más a mano, mientras que para otros esa misma opción resultaba conveniente. Había opiniones tanto en un sentido favorable como en otro más crítico. Todos esos retornos enriquecen nuestra reflexión.
El uso de la madera es un aspecto fundamental del proyecto de Cornellà. Es un material que no forma parte de la tradición constructiva mediterránea. ¿Cómo ha sido la experiencia de tratar de hacer sostenible la construcción en madera en el contexto de la periferia de Barcelona?
J.T.- Además de esa vertiente muy social, en nuestro despacho hay también otra línea digamos, muy centrada en la sostenibilidad, tanto respecto a la vida útil del edificio como del impacto de la huella a la hora de construir. Nos encontramos en un momento de emergencia climática y escasez de recursos.
Los recursos de la biosfera son los más agradecidos porque no se agotan y se regeneran. Además, la madera, al ir creciendo, fija el CO2 que ha absorbido para llegar a ese crecimiento. Es decir, que si la dejamos pudrirse, el CO2 regresa a la atmósfera.
El éxito de la madera se debe al CLT, un invento de los años 90, que permitió la transición de una construcción muy artesanal a otra muy industrializada. Es un sistema creado en Alemania, que también se desarrolló en Austria en sus inicios, y que ha calado tan fuerte en Europa que seguramente algún día será mucho más económico construir en madera. Es inevitable, no hay alternativa.
Nos enorgullece haber podido construir este proyecto utilizando madera española. Hemos podido emplear el pino radiata del País Vasco de la empresa EGOIN y superar toda una serie de dificultades planteadas por la normativa, que actualmente está más pensada para las características del abeto (dado que ha sido definida por fabricantes austríacos, que trabajan con esta madera).
Esto es algo que debe evolucionar y que tendría que ver con esa cuestión que antes comentábamos, respecto al hecho de que la Administración debe liderar los cambios. Este edificio está abriendo la mente a muchos promotores privados, demostrándoles que es algo posible de realizar. No obstante, el hecho de que el edificio sea de madera no es el aspecto que resulta más llamativo a quienes lo visitan. Por supuesto, la construcción en madera implica retos que deben afrontarse como el de la resistencia al fuego, el de índole acústica y el económico, y que se han superado perfectamente en este proyecto. Esto es algo que ayuda a dar confianza al mercado.
M.P.- El precio de la madera se ha disparado por cuestiones coyunturales debidas a la batalla comercial entre Estados Unidos y China. La madera europea se ha convertido un producto que se disputan. Por ese motivo, este proyecto en Cornellà no es replicable en este preciso momento, ya que su precio se incrementaría. Cuando decimos que es algo inevitable, queremos decir que lo es a largo plazo, porque en este preciso momento es complicado poder construir en madera.
Socialmente, es un asunto distinto. ¿Cómo van a aceptar los usuarios entrar en un edificio donde verán un techo de madera que puede dar la impresión de estar inacabado, que tiene un acabado industrial e imperfecto? Será necesario acostumbrarse. Habrá que impartir de algún modo una cierta forma de pedagogía. Del mismo modo que cuando se compra un coche, se explican al cliente todas sus prestaciones y su utilización, aquí se deberá hacer algo similar con quienes adquieran estas viviendas, más allá de sus piezas y materiales. Y nos consta que el promotor IMPSOL / AMB está llevando a cabo esta labor de pedagogía. Por ejemplo, cómo ventilarla bien, porque había muchas cuestiones ancestrales que nuestros abuelos realizaban y que han desaparecido en el seno de una generación que ha pasado toda su vida utilizando máquinas para llevar a cabo muchas tareas. Hay una relación entre todo esto y es necesario llevar a cabo esa pedagogía a todas las escalas a fin de que se entienda de manera generalizada que la madera tiene unas cualidades y prestaciones concretas (absorbe olores, regula la humedad…) y, por otro lado, su capacidad sensorial para crear la sensación de hogar es un factor muy objetivo. Luego, que probablemente alguna persona confeccione una lista detallada de quejas sobre las viviendas es parte natural de este proceso de cambio de paradigma.
¿Se trata de abogar también por una reducción del uso del hormigón?
J.T.- Definimos nuestra manera de entender los materiales como eminentemente prestacional. Cada material tiene sus propias virtudes y es preciso saber aprovecharlas al máximo.
En los años en que nosotros fuimos estudiantes se dejó de utilizar la geometría para pasar a usar la masa. Es decir, los forjados unidireccionales que tenían una cierta geometría dejaron de utilizarse, ya que precisaban mucha mano de obra, y pasó a hacerse losas de hormigón de 25 cm. Con más cantidad de material era posible hacer lo mismo, pero con menos mano de obra. Esto nos ha llevado a una situación en la que se han aumentado mucho los materiales, algo que queda ejemplificado en el documental ¿Cuánto pesa su edificio, señor Foster?. Buckminster Fuller, que era un gran ecologista, entendía que las cosas no deben pesar, sino que sólo debe emplearse lo justo y necesario.
Nosotros defendemos el regreso a la geometría, a que es necesario volver a entender los materiales.
Estamos construyendo ahora mismo un edificio en Ibiza que tiene 400 kg por m2 de emisiones de CO2, es decir, un nivel muy bajo −menos de la mitad del que tiene un edificio convencional− y cuyo forjado unidireccional es de hormigón apoyado sobre paredes de bloque de tierra compactada (BTC). Pero se trata de un hormigón con geometría, reduciendo así su sección consiguiendo el equivalente a un forjado de 9 centímetros. Inicialmente el concurso preveía los forjados de madera pero por cuestiones acústicas teníamos que añadir 9 centímetros de hormigón, en este caso decidimos prescindir de la madera y que ese espesor fuese estructural. Entendemos que en ese caso sí se puede utilizar el hormigón hoy en día. Dado que el proyecto se encuentra en Ibiza, no queríamos que hubiera sistemas activos de refrigeración y calefacción, por ello buscamos maximizar la inercia y con estos materiales hemos logrado que pueda estarse fresco dentro de la casa en verano.
Tendemos a pensar en el cambio como un paso adelante, pero en este caso el cambio supone retroceder en el tiempo y recuperar esos aspectos de la tradición, como las ventilaciones cruzadas, un uso sensato de los materiales y sus capacidades… Frente a esas construcciones algo pomposas y artificiosas de futuro responsable, este simple – pero crucial− regreso a lo que ya existía y que, como Marta señalaba antes, ha caído en el olvido en solo una generación, que ha vivido vinculada a máquinas, además de muchas otras cuestiones de lo vernáculo que el Movimiento Moderno tal vez se llevó por delante.
J.T.- Estoy muy de acuerdo con lo que dices, pero para mí es más fundamental ese concepto de «prestacional» que he señalado antes. Hoy en día debemos hacer lo máximo con lo mínimo.
Si analizamos prestacionalmente los materiales somos capaces de conseguir más con menos. Por eso, no se trata necesariamente de volver a hacer las cosas como antaño, sino más bien hacer las cosas lo mejor que se pueda en este momento pero con lo mínimo. Ser muy conscientes de las propiedades concretas que tiene cada material que se ha elegido aplicar: térmicas, de resistencia, de densidad… Analizar todo ello y averiguar si un elemento particular funciona a compresión o a tracción. Eso te va conduciendo a la toma de a una serie de decisiones que te hacen llegar a un sistema coherente que optimice al máximo todo ese material que colocas.
Creo que esa necesidad existente de optimizar al máximo todos los procesos es la que genera este cambio. Es cierto que esta optimización ya se llevaba a cabo antes, tiempo atrás, pero entonces se hacía por escasez de materias primas; hoy debemos llevarla a cabo no sólo porque hay escasez de recursos, sino también para evitar contaminar cuando usamos estas materias. Por esa razón lo vernáculo sigue siendo un gran referente: partimos de la misma base de escasez. Eso es lo que nos emparenta, pero yo no lo describiría como un “volver atrás”.
Es cierto. Matizo la formulación de mi reflexión anterior. No sería hablar de una “regresión” literal, sino de apoyarse en esos fundamentos, aunque desde fórmulas actuales.
J.T.- Seguimos teniendo mano de obra cara. En esta evolución que describía, donde antiguamente la mano de obra era barata pero las materias primas caras, se trabajaba con la geometría y de una manera muy artesanal. Luego, durante los años en que nosotros nos formamos, las materias primas eran muy baratas y la mano de obra se fue encareciendo y se optó por aumentar la masa. Ahora, nosotros entendemos que, aunque la materia prima pueda tener un precio bajo, es en realidad cara porque su costo es elevado a nivel medioambiental e intentamos por ello minimizarla. Y la mano de obra sigue siendo cara. Por eso, el camino que ofrece la prefabricación se vuelve importantísimo.
Tras la crisis económica de 2008 se dirigió la atención a las arquitecturas más primitivas o construidas en contextos de escasez que nada tenían que ver con Europa o el “primer mundo”, reivindicando materiales, como el adobe, que aquí resultarían excesivamente caros y tal vez no idóneos para el contexto.
Esas viviendas en Ibiza que antes mencionaba están construidas en bloque de tierra compactada BTC. Un equivalente al adobe, con la diferencia de que no es prensada por una persona en obra, sino por una máquina capaz de prensar diez toneladas. Esto significa que podemos construir una planta baja y cuatro más. Cinco plantas construidas en este material, algo que no sería posible con adobe. Son viviendas con un gran confort higrotérmico, gracias a la capacidad higroscópica e inercia de los materiales. Es decir, se trata de combinar el potencial que brinda la tecnología de hoy con esos conocimientos más ancestrales.
M.P.- Además, sus emisiones son escasas porque no hay cocción, sino prensa. No es como un ladrillo de cerámica. También, el aglomerante de las arcillas es cal y no cemento. El caso del BTC es muy interesante porque ofrece una posibilidad de transición ecológica para los fabricantes de bloque de hormigón, ya que se utiliza el mismo tipo de maquinaria. Cuando te das cuenta de que la decisión de utilizar un material u otro es capaz de cambiar a largo plazo el tejido productivo, te vuelves consciente de la responsabilidad ambiental que tenemos los arquitectos.
J.T.- Volviendo un momento a ese detalle que antes apuntabas respecto al hormigón, creo que es un material fuertemente implantado y que la solución no es prescindir de él, sino optimizarlo. El recorrido de optimización del hormigón es muy potente.
Nosotros ahora mismo nos sentimos satisfechos siendo capaces de optimizar todo aquello que utilizamos, pero no queremos criminalizar nada.
M.P.- No somos radicales. Tratamos de llevar cada sistema al límite, sin renunciar a ninguno. Un edificio de diez plantas como el que estamos construyendo ahora en Barcelona al lado del barrio de La Mina no puede hacerse en tierra compactada, por ejemplo.
Quizá haya que cuestionar el planeamiento, pero nuestra postura es la de ponernos al servicio de la sociedad; por lo que, si existe ese planeamiento, debemos responder a ello: a esa realidad que vivimos.
Esto nos lleva de vuelta a otra idea que apuntabais antes: construir pensando en la normativa o, mejor dicho, utilizar la normativa como una herramienta de diseño.
J.T.- Es imprescindible para poder llevar al límite los proyectos.
M.P.- Siempre decimos que nuestro trabajo es local porque hemos de conocer muy bien la normativa de vivienda del lugar. Hay normativas de distintas escalas y todas ellas construyen un marco de constricciones. Si las impones al final del proceso de proyecto, lo más probable es que el proyecto pierda. Por eso es tan frecuente que se diga que proyectos ganadores de concursos poco tienen que ver luego con la realidad construida. Nosotros las introducimos desde el principio como input de proyecto.
Por ejemplo, la normativa urbanística de Ibiza ofrecía bastante libertad volumétrica, pero también unas constricciones muy claras: cada planta construida debía retrasarse tres metros de la inferior, como si fuera una especie de zigurat, y en los áticos debía retrasarse cuatro. En las habitaciones comunicantes, el patrón madre tiene un 4×3 m para poder adaptarse a esa constricción. Si hubiéramos partido del 3,60×3,60 m de Cornellà el crecimiento del edificio no hubiese sido el óptimo.
J.T.- Ganamos este concurso porque fuimos los únicos que orientamos todas las viviendas a la cara sur, logrando así que sean viviendas que no precisan de ningún tipo de calefacción. Y ése es para nosotros el éxito de ese proyecto: partiendo de entender claramente cuál era el límite normativo, conseguir que cada una de las 43 viviendas tuviera esa orientación al sur y sus captadores.
Y surgen así dos edificios muy diferentes. Cornellà es un edificio compacto, con una forma, digamos, clásica, mientras que Ibiza va construyéndose desde adentro y su forma es un momento congelado del proceso.
M.P.- Exactamente. En el caso de Cornellà el planteamiento y la forma son directos. No existía ninguna libertad. La forma ha sido decidida por quien ha elaborado el planeamiento, no el arquitecto. El plano de situación de Cornellà no describe el lugar, sobre el que no hemos podido decidir, sino su ubicación respecto a Barcelona y la renta per cápita que ilustra el contexto social en el que se inserta. En este caso, lo que nosotros hemos hecho ha sido entrar dentro de ese rectángulo establecido y habitarlo. Su apariencia más clásica, como dices, no surge como una decisión nuestra, sino que es algo que ya estaba prefigurado.
J.T.- En cambio, la desmaterialización de Ibiza tiene mucho que ver con los vórtices. Cada esquina de la volumetría de un edificio genera unas corrientes de aire que favorecen la ventilación cruzada. En Ibiza, donde lo más complicado era afrontar la alta temperatura en los meses de verano, se busca esta estrategia de aumentar la velocidad del aire para mejorar la ventilación. Nada es casual. La forma del edificio responde a su adaptación al clima del verano.
M.P.- Proyectamos siempre tratando de que todo esté al servicio de algo. Tratando de que haya una coherencia en la que todas las decisiones estén poniéndose al servicio de una estrategia muy concreta. En este caso, se trataba de un lugar sin tejido físico muy condicionante, lo cual nos brindaba una cierta libertad de forma urbana. No existía un urbanismo previo condicionante. A partir de ahí, tomamos los inputs previos de la normativa y nos centramos en construir el mejor edificio posible para adaptarse al verano. En cambio, en Cornellà, se trató de aceptar la regla de que el proyecto debía ser una caja muy imponente en el lugar y decidir entonces que todo el mundo entrase por un mismo patio.
J.T.- En Cornellà siempre nos preocupó el volumen y, cuando llegamos a la fachada, tratamos de desmaterializarla. Introducir en ella una serie de transparencias que le restaran peso y le confirieran profundidad.
M.P.- En el caso del proyecto de viviendas de realojamiento en el barrio del Bon Pastor en Barcelona, había un gran bloque predeterminado por el planeamiento de 80×15 m. Un bloque muy contundente. Nos sorprendía que un proyecto de remodelación transformara radicalmente la manera de vivir en las Casas Baratas del Bon Pastor, viviendas de una planta a ras de calle. Decidimos por eso hacer el edificio lo más permeable posible: una fachada de celosía, grandes terrazas de 12m2 y casi 3m de profundidad que son verdaderos lugares habitables al exterior y una especie de compensación para los vecinos, por haber sido arrebatados de su anterior forma de vivir.
Pertenecéis a la generación de arquitectos a los que la crisis de 2008 atrapó siendo aún muy jóvenes. La crisis fue una circunstancia que agravó la brecha o distancia generacional entre aquellos profesionales que ya tenían unas trayectorias consolidadas gracias a la abundancia de oportunidades de las que habían tenido acceso y aquellos que justamente entonces estaban comenzando a abrirse camino. Observando esta situación ya con cierta retrospectiva, ¿creéis que esa situación definió en vosotros una actitud y comprensión acerca de qué debía ser la práctica de la arquitectura, y de la arquitectura social en concreto? En otras palabras, ¿la crisis del 2008 motivó una reflexión profunda en vuestro caso? Sé que os estoy planteando una ucronía, pero ¿hubiera proseguido aquella inercia en la arquitectura de no haberse producido aquel quiebre que supuso la crisis?
J.T.- Nosotros siempre hemos vivido en crisis.
M.P.- El primer edificio que construimos se terminó en 2008. A partir de ahí, todos los proyectos que hemos desarrollado se han realizado durante la crisis económica. Es más, el proyecto de Glòries concluyó justo antes de la crisis del coronavirus. Hay concursos que ganamos durante el periodo de crisis económica y que se ha reactivado durante esta crisis sanitaria. Es algo que nos resulta muy chocante.
Hay claramente un antes y un después, no hay duda, y que creo que se percibe en nuestros proyectos. Hay una clara evolución de nuestra manera de trabajar, pero también se ha abierto una oportunidad al otro lado. Este parón que ha hecho que las administraciones frenen y dejen de construir ha supuesto que regresen comprendiendo que ahora hay una oportunidad para hacer que las cosas cambien.
Si al concurso de Cornellà hubiéramos concurrido hace diez años con una propuesta similar a la que hemos hecho ahora, lo hubiéramos perdido.
J.T.- En un concurso de 2006 para el Patronat de l’Habitatge ya planteamos una tipología sin pasillos, con habitaciones comunicantes.
M.P.- Era un concurso abierto y de las cinco propuestas que tomaron parte la nuestra quedó la última.
J.T.- Y ahora la desaparición de esa inercia, comprender que eso no funciona, demuestra que hay alguien dispuesto a intentar nuevas cosas.
M.P.- Y cuando nosotros ahora tenemos oportunidad de recuperar un proyecto lo hacemos desde esos parámetros de sostenibilidad que han transformado profundamente nuestra manera de pensar. Hemos eliminado revestimientos como resultado de un proceso de destilación de la construcción siempre que no implique perder prestaciones
Profundicemos en eso.
J.T.- Ahora mismo hay edificios que no han minimizado las capas, pero sí dejan la última sin revestir. Para nosotros el desnudar tiene que ver con el minimizar: usar lo mínimo posible, pero vemos como se está dando una “estetificación” consistente en colocar muchas capas y dejar la última desnuda, como si se tratara de un ejercicio de simplificación, cuando en realidad es todo lo contrario.
M.P.- Los revestimientos tienen también una función constructiva. Nosotros eliminamos los revestimientos decorativos, pero hay otros que son prestacionales. Entonces, si para poder lograr cierta estética por todas partes, van doblándose capas y un muro que podría tener 20 cm (y menos emisiones) acaba teniendo 40 ó 45 cm (y, por tanto, más emisiones) acabamos en una construcción que no es tan sostenible.
J.T.- Se está relacionando “desnudez” con sostenibilidad. Y, en realidad, debería relacionarse con la idea de reducir.
Esto confirmaría cómo todo, en gran medida, acaba convertido en una moda. La propia vivienda social hace quince años estaba totalmente desvalorizada como asunto de relevancia para los arquitectos, que preferían centrarse en construir grandes edificios, o se pretendió reivindicar desde la absurda idea de encargar el proyecto a arquitectos-estrella, con resultados lamentables en casi todos los casos. Hoy todo debe llevar incrustada la etiqueta de «social» y «sostenible», y creo que, como acabáis de hacer, es muy necesario señalar cuándo esos conceptos están usándose de manera banal o distorsionante.
J.T.- En mi opinión, se debería partir ante todo de un planteamiento más conceptual para resolver las cuestiones sociales y sostenibles.
M.P.- Para nosotros la clave es la coherencia, que consideramos sumamente importante en todas las fases de nuestro trabajo.
J.T.- Observamos, sin embargo, que el actual acceso a las propuestas ganadoras de concursos facilita referencias que se aplican de manera directa y “a la carta”, sin el proceso específico que cada proyecto requiere.
En mi opinión, estamos en un momento de transición donde la generación anterior aún no comprende los cambios que se están produciendo y los jurados siguen tomando sus decisiones con base a reglas de otros tiempos.
J.T.- Es difícil generalizar sobre los jurados, ya que cada caso es totalmente específico.
Nosotros somos un despacho que escogió vivir a través de la participación en concursos, porque, como hemos dicho al principio, entendíamos que era la Administración pública la que debía liderar los cambios necesarios en la arquitectura.
M.P.- El sistema de concursos es insostenible con tantos estudios participando. Cuando nosotros empezamos, nuestra única opción era acceder a un concurso público para arquitectos jóvenes, que se convocaban con cuentagotas. La única alternativa eran los concursos de ideas que exigían entregas que requerían mucho esfuerzo (5 DIN A1 o DIN A0) y que en muchos casos no han llegado a construirse nunca. La mayoría de los concursos eran restringidos, y para poder presentarnos debíamos formar UTES o asociarnos con arquitectos consolidados.
M.P.- Actualmente los concursos de vivienda se han abierto. Por un lado, es algo que celebramos porque permite brindar oportunidades a los jóvenes, pero también sería importante que hubiera otras fórmulas que diversificasen el tipo de acceso, permitiendo valorar el oficio y la experiencia. Esto haría posible redistribuir el número de participantes, ya que la alta concurrencia es uno de los problemas que tienen hoy estos concursos.
J.T.- Los actuales requerimientos de la sostenibilidad llevan a que por ejemplo, la mayoría de las propuestas para los concursos de vivienda social están planteadas con estructura de madera. Al analizar las propuestas que concurren, desde nuestra experiencia, muchas veces vemos que la estructura de madera no es necesariamente la opción más óptima.
M.P.- Al final del proceso, cuando estos proyectos se van a construir, se exclama que la madera es muy cara. ¿Es un problema exclusivamente de la madera?
Por esa razón os formulaba esa pregunta, porque creo que el edificio en Cornellà no responde a esa cuestión de moda que acaba de señalar José, sino que es fruto de un trabajo extremadamente riguroso y reflexionado. No se trata de lanzar eslóganes ni tampoco de seguir irreflexivamente y con facilismos el dictado de los tiempos.
M.P.- Hubo una época en el que el proyecto de vivienda era la “Cenicienta” de la arquitectura, seguramente porque en esa época la Administración tampoco permitía hacer mucho más. De ahí, hemos pasado ahora a esta situación en la que los concursos de vivienda son tratados con un cuidado absolutamente impresionante, elevadísimo.
Nosotros hemos empezado a enseñar la vivienda desde adentro. Antes, en un concurso de vivienda únicamente se mostraba el edificio desde el exterior. Nosotros siempre mostramos tres escalas como mínimo: la vivienda desde dentro, los espacios intermedios y la lectura urbana. Hace diez años esto no existía.
Digamos que se ha producido una especie de súbito deslumbramiento por la vivienda que, sin duda, nos reconforta, pues consideramos que debería ser un objetivo prioritario por su dimensión social, al igual que debería serlo también el espacio público. Nos queda por delante todo el reto de la rehabilitación de vivienda, que consideramos que debe ser el futuro. Esta es la posición desde la que hemos visto esta revolución, este enorme interés compartido por la vivienda.
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