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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Julio Touza

Entrevista a Julio Touza
Fredy Massad el

La profesión de arquitecto es una carrera de fondo. Julio Touza es un claro ejemplo de este hecho. Ha labrado, y sigue labrando, consistentemente una carrera sólida, aprendiendo y reaprendiendo.

El valor de la experiencia es esencial para un tiempo inestable, donde casi todo caduca en el mismo momento en que surge. Un tiempo en el que nacen estrellas de luz fulgurante, pero efímera.

En tiempos así, arquitectos como Touza son quienes construyen verdaderos cimientos sólidos, reflexionando, experimentando y proponiendo.

La vivienda social está situándose hoy en el núcleo de la arquitectura tras un largo periodo situada en un segundo plano. (Y, si se le otorgó protagonismo, fue para someterla a los caprichos absurdos de la arquitectura del espectáculo).

Cada vez es más acuciante el problema de la vivienda y más necesario el esfuerzo para afrontarlo. Cada día que pasa sin solución, aparece el desanimo y la tristeza, entre quienes buscan un hogar digno y a un precio justo. Sin duda, para los arquitectos, constituye uno de los más importantes retos de su profesión, pero pocos se vuelcan con la intensidad, el conocimiento y el compromiso que requiere. En Touza Arquitectos, y dentro de un firme compromiso social, llevamos ya más de cuarenta años entregados al empeño de construir una vivienda digna, asequible, que sea una respuesta de arquitectura sostenible.

Para todos los que intervienen en ello, hablar de vivienda social supone hablar de compromiso. Es algo totalmente ineludible para abordar algo que exige sensibilidad, esfuerzo, dedicación, conocimiento y también ilusión.

Me parece necesario explicar cómo, desde dónde y quién interviene en las promociones de vivienda, ya que la gente no sabe distinguir entre la vivienda promovida por la Administración (estatal, municipal) y la impulsada por particulares (como promotores específicos, colectivos ciudadanos…). Todas tienen carácter “social”, pero no todas buscan la misma respuesta y, sin duda, el resultado final suele ser directamente proporcional a la implicación y participación de sus futuros habitantes. Las promociones en régimen cooperativo tienen un singular interés entre los colectivos vecinales.

El conocimiento de estas tipologías nos permite reconocer dónde radica el mayor problema, y este se encuentra claramente en el suelo. La construcción bien hecha es costosa, pero si el precio del suelo es tan alto como el de la propia construcción se vuelve imposible crear vivienda digna dentro de un mercado que además cada vez está más encarecido e impone mayores exigencias normativas. Solamente si el suelo es barato o es recibido de la Administración a un precio simbólico es posible que están promociones sean viables y resulten asimismo especialmente exitosas.

El mundo cooperativo atrajo mi atención hace ya mucho tiempo: grupos de familias que, a través de un gestor a cargo, buscaban un arquitecto en quien poder depositar su confianza. Ellos aportaban sus ideas, detallaban sus necesidades, volcaban sus ilusiones y ponían fe en el arquitecto que iba a liderar el proyecto. Eran imprescindibles numerosas reuniones de trabajo, asambleas a las que las familias acudían para contrastar con el profesional el avance de los trabajos y un control exhaustivo de los costes a fin de generar la confianza fundamental para permitir que los proyectos llegasen a buen puerto. El arquitecto iba conociendo una por una a todas esas personas, participaba de sus ilusiones, vivía sus dificultades… Se implicaba. Al final, un resultado feliz era la culminación de tanto esfuerzo y sacrificio. Así, desde los años 80, proyectamos miles de viviendas, generamos barrios enteros y pusimos en vanguardia la arquitectura social de Madrid. Era imposible no ilusionarse con estos proyectos

Viviendas que en aquel entonces tenían un coste que no superaba los diez millones de pesetas (en torno a los 60.000 €), incluyendo garaje, trastero, zonas comunes, piscina y jardín, tras liberarse el plazo de venta (en Madrid, transcurridos quince años desde su construcción, la vivienda de protección pública puede ser vendida a precio libre) han adquirido en el mercado inmobiliario un precio superior a los 450.000€. Este dato es el más claro indicador de que lo bien hecho no tiene fecha de caducidad. Las viviendas han resistido de manera ejemplar estos años de vida y han conseguido un plusvalor muy notable; y son viviendas que en su origen fueron económicas porque surgieron de un régimen cooperativo y social, se construyeron con sentido común, buenas calidades, cuidadas distribuciones, adecuadas orientaciones y, sobre todo, con compromiso. Sin embargo esto no siempre ha sucedido de esta forma en las promovidas por las administraciones públicas, en las que la traza es monótona, el diseño no recibe tanto cuidado, hay menor implicación con la familia concreta que habitará la casa, el control económico suele ser deficiente y los resultados finales son, en consecuencia, dispares.

Edificio Residencial de 170 viviendas sociales, VPPB en El Cañaveral (Madrid).

TOUZA Arquitectos tiene experiencia en el trabajo con la administración pública.

Sí, hemos hecho vivienda social para organismos públicos y, en particular, para lo que se ha dado en llamar “Empresas Municipales de Vivienda”. Algunas de ellas han funcionado de manera excelente. Puedo hablar en concreto de dos cosos en el extrarradio de Madrid: la Empresa Municipal en Rivas-Vaciamadrid y la Empresa Municipal de Torrejón de Ardoz. Una liderada por un gobierno social-comunista y la otra promovida por un gobierno del Partido Popular; es decir: ideologías opuestas, y en ambos casos funcionaron a la perfección gracias a sus equipos gestores y a la confianza que los alcaldes de ambos municipios tenían en sus profesionales y el respaldo que les brindaron. Estos dos ayuntamientos ofrecen ejemplos de una arquitectura social de altísimo nivel. Sin embargo, en otros municipios se dan casos desastrosos, en los que además la vivienda social ha sido utilizada como un subterfugio para la especulación y la corrupción.

Si el precio está contenido, ¿cómo puede ofrecerse un alto nivel de calidad?

No es fácil, ciertamente. En particular hoy, ya que, como antes señalaba, los costes de construcción se han disparado y las exigencias normativas son muy altas. Es importante acudir a profesionales que sepan resolver ese nudo gordiano de la relación calidad y precio, algo que exige conocimiento, experiencia y compromiso. Las propuestas desbordadamente novedosas, las arquitecturas atrabiliarias, las falsas vanguardias y los ‘experimentos’ suelen ser malos compañeros de viaje.

En mi opinión, la calidad de la vivienda social construida en España en las últimas cuatro décadas es notable. No obstante, coincido en que cuando se introduce la intención de tensar la experimentación a los resultados acostumbran a ser fallidos.

Es verdad. El modelo de iniciativa pública permite ‘experimentos’ y, en la mayoría de los casos, resultan desastrosos. Se ofrece libertad absoluta a arquitectos que, casi siempre faltos de esa experiencia necesaria y de ese compromiso indispensable proyectan viviendas de ‘colorines’, ‘cerramientos de chapas microperforadaspensando que con ello hacen ‘propuestas de vanguardia’. No piensan en las familias que van a habitar las casas; no profundizan en las calidades, en los aislamientos, en la eficacia de las instalaciones, en la sostenibilidad… y, desde luego, no buscan la armonía con la ciudad. Son arquitecturas con escaso corazón, faltas de criterio, y que además, difícilmente encajan en el entorno habitado que las circunda. Nacen para el lucimiento y acostumbran a culminar en un despropósito.

Como ya señaló Vitruvio hace más de 2.000 años, los edificios deben ser útiles, robustos, y hermosos; es decir, las personas quieren que sus casas sean seguras, confortables, salubres, cómodas y bellas, proyectadas y construidas para que les sea posible vivir felices en ellas y disfrutarlas. Lograr esto es el cometido de la arquitectura, más allá de chapas, ‘colorines’ y demás caprichos sin sentido. Si hoy se visita, por ejemplo, el PAU de Vallecas en Madrid, verá unos edificios pintados de colores llamativos en los que la gente no quiere vivir, y no sólo por su estética, sino porque cuando el sol baña sus fachadas esa chapa se calienta y el calor pasa hacia el interior de las viviendas haciéndolas inhabitables, exigiendo un excesivo consumo de aire acondicionado e incluso causando extraños sonidos, debido a las diferencias de temperatura que se dan entre las temperaturas diurnas y nocturnas. Cuando los niños pasan jugando por el parque vecino y tocan esa chapa, se queman. Por esa razón es importante la experiencia y el compromiso de quien proyecta y quien construye, así como la exigencia de quien promueve.

Edificio Residencial de 170 viviendas sociales, VPPB en El Cañaveral (Madrid).

Creo que los dos tenemos en mente numerosos de esos ejemplos de vivienda social que fracasaron por esa causa. Me parece que un factor que lleva a esos errores es el hecho de que muchos jóvenes estudios que afrontan el diseño de vivienda social lo hacen sin conocer el lugar. Además de una determinada materialidad, se impone a los habitantes residir en espacios a los que no están acostumbrados, o a los que les supone un esfuerzo acostumbrarse. Supongo que el origen de esto se remontaría a Le Corbusier.

Los ejemplos de arquitectura social fallida son numerosos, como también lo son por cierto, las promociones de éxito. Insisto: esto no va de extravagancias ni de llamar la atención, va de saber e implicarse.

Recuerdo un proyecto para un edificio de vivienda social de promoción pública municipal al sur de Madrid que fue ganado por un equipo de jóvenes arquitectos. Plantearon unas viviendas que denominaban “de polivalencia permanente” donde todos los tabiques eran móviles y el pasillo de acceso a las viviendas estaba a un metro de altura respecto al interior de esta. Según la memoria del proyecto, la “flexibilidad de la idea” permitía, por ejemplo, unir todas las piezas habitables en uno o dos espacios únicos, gracias al uso de tabiquería de madera móvil y plegable y a la posibilidad de poder ocultar la mayor parte de los muebles en el hueco bajo del decalaje entre el pasillo exterior y el interior de las piezas. El caso era absoluto: no existía aislamiento ni independencia entre dormitorios; al exigir cinco escalones desde el pasillo para entrar a las viviendas, se las hacía inaccesibles; y, a fin de poder ser guardados en un espacio de escasa altura, los muebles debían estar hechos a medida y ser plegables. En síntesis, una idea ‘original’ que acababa resultando nefasta, confirmando lo que ya señalaba Ortega y Gasset: “los experimentos deben hacerse con gaseosa”, nunca deben hacerse jugando con la condición humana.

El arquitecto no puede obligar a las personas a vivir como él cree que deben hacerlo, sino que debe meterse en su piel y saber cómo quieren vivir y, en todo caso, ayudarles a mejorar ese deseo. Hacer lo que necesitan esos futuros habitantes es la función más importante del proyectista.

Edificio de oficinas para Citrus Limited (Pozuelo de Alarcón, Madrid).

Creo que ese es uno de los puntos en donde falla la formación que los futuros arquitectos reciben en la universidad.

La realidad es que en la actualidad son los propios profesores quienes incitan a los jóvenes a llevar a cabo esos mal entendidos atrevimientos, sin explicarles que, en todo caso, es más fácil llevarlos a cabo en proyectos singulares, como un teatro, un polideportivo o incluso un centro comercial. La vivienda, es algo demasiado serio para ello.

Cuando voy a una cooperativa a hablar a la gente, lo primero que les digo es que se encuentran ante uno de los momentos más cruciales de su vida. Uno no se adhiere a una cooperativa para comprar una vivienda como si fuese a adquirir una corbata, unos zapatos o un reloj. Les recuerdo que van a realizar la inversión más importante de su vida, en la que habrán de poner toda su ilusión y que, seguramente, están adquiriendo esa para que sea su hogar definitivo. La mayoría de las personas no cambiarán de casa durante el resto de su vida, por eso insisto en que es tan importante la seriedad del profesional en el que confían, la experiencia que posee, el conocimiento que aporta y el compromiso con el que se implica. El arquitecto debe saber escuchar, transmitir e incluso debe saber ceder, pero especialmente debe ser capaz de insuflar seguridad y confianza. Hacer que las personas sientan la cercanía de quién va a volcar su tiempo, con una vocación que yo denominaría cuasi-sacerdotal, en hacer la vivienda de su vida

Ha aludido en un par de ocasiones a los requerimientos impuestos por la normativa. ¿La normativa puede suponer un escollo demasiado insalvable?

Las normas siempre son limitaciones, restricciones y exigencias. Coartan los proyectos y establecen fronteras, a veces insalvables, entre lo que se desea hacer y lo que se puede hacer.

Existen dos tipos de regulación: de una parte, las limitaciones urbanísticas, y de otra, las regulaciones y exigencias de calidad y técnicas. Hay una normativa de calidad que está condicionada por el Código Técnico de la Edificación y que pone en valor la calidad del objeto a construir. Le da categoría, pero lo encarece. Da seguridad, orienta en los procedimientos, es garantía en las instalaciones, en la accesibilidad, en los aislamientos, etcétera. La arquitectura se ennoblece y se iguala sobre una base mínima de alto nivel, pero los costes son ineludibles. Conocer el CTE y saber utilizar sus exigencias modulando la inversión es una de las responsabilidades del arquitecto.

Hay además otra normativa, la urbanística, y que está, mayoritariamente, mal hecha en todas partes.

Por ejemplo, parece que tras la pandemia hayamos tomado conciencia sobre algo que en realidad ya sabíamos: que las personas deseamos poder contar en nuestras casas con un espacio que nos permita asomarnos al exterior para respirar. Es decir, un balcón o una terraza. Sin embargo, dada la pequeña superficie de las viviendas, ese balcón o terraza suele colonizado por el habitante, que lo cierra, quedándose así sin ese espacio abierto. ¿Por qué no hacer entonces que las terrazas no consuman edificabilidad computable en el proyecto? ¿Por qué en Madrid, por ejemplo, las terrazas computan al 100%? Eso está evitando que se proyecten terrazas, porque el arquitecto prefiere utilizar la edificabilidad que tiene asignada en ampliar el salón. Modificar esa normativa, es simple y permitiría que todos los edificios tuvieran viviendas con una terraza exterior. Hoy, los responsables municipales de Madrid, están trabajando en una normativa que se orienta en este sentido: espacios necesarios para un modelo de vida saludable que no consuman edificabilidad (terrazas, zonas de trabajo comunitario, gimnasio, salas de estancia y esparcimiento comunal, cineteca, gastroteca, y otros), todo ello orientado hacia una mayor calidad de vida, procurando un ocio familiar saludable y espacios de relación vecinal compartida.

Complejo Tecnologico-industrial y de fabricación de drones CPS (Getafe, Madrid).

Así pues, ¿es partidario de modificar la normativa para poder generar de esa forma en el edificio espacios de usos comunes? Es decir, plantear edificios que no estén únicamente conformados por las viviendas.

Hace ya muchos años que en todos nuestros proyectos imponíamos la condición de un modelo de vida saludable; lo que yo denominaba “modelo familiar de ocio en salud”.

Por “ocio en salud” entiendo que los vecinos se encuentren y relacionen, que los niños cuenten con espacios para jugar, de locales para estudiar, y de otros para divertirse; que la comunidad, disponga de generosos espacios de jardín, con plantas autóctonas y de bajo consumo hídrico que introduzcan la naturaleza en la vida comunitaria… Sin embargo, este tipo de actividades que permiten que las personas se refuercen en su dimensión humana estaba penalizado por ser “consumo de espacio” al edificar. Así, el promotor o la propia cooperativa consideraban que, si se construían esos espacios, se debía renunciar a algunas viviendas o bien reducir el tamaño de todas. Por eso, el paso positivo de implementar estos espacios sin cómputo edificable se orienta en el buen camino del futuro de la vivienda en general y de la vivienda social en particular.

¿Cuestiones como esa toma de conciencia respecto a la necesidad de espacios tales como los balcones, que antes señalaba, y otros factores sobre los que parece habernos abierto los ojos la situación de confinamiento durante la pandemia van a incidir verdaderamente en la planificación de la futura vivienda social?

Sí, creo que los cambios van a orientarse en ese sentido.

Hoy, en vivienda social se nos pide que cada casa cuente con una terraza o balcón, aunque no sea muy grande, pero que permita asomarse al exterior y respirar; que tenga un salón confortable y un espacio privado e independiente, aunque sea pequeño, destinado a teletrabajar; que haya modelos saludables que garanticen que el aire sea limpio y eficaz; que los aislamientos sean perfectos y que el confort interior permita disfrutar de la casa a cualquier hora del día o de la noche.

En este sentido, nuestro estudio está siendo pionero en la instalación de sistemas de climatización por aerotermia o por geotermia en viviendas sociales, los cuales incorporan actuaciones contra los genes patógenos no saludables y el COVID. Es decir, el propio aire acondicionado incorpora un producto en suspensión que anula los patógenos ambientales y contribuye a que el aire sea sano, siendo además un sistema que apenas tiene coste alguno añadido.

Hay que estar inmerso en las vanguardias de las tecnologías, pero insisto en que lo más importantes es que la vivienda social participe de áreas comunitarias para el disfrute colectivo, de buena orientación y de zonas de jardín.

Residencial Espartales Norte, complejo de 150 viviendas sociales VPPB (Alcala de Henarés, Madrid).

¿Es importante la industrialización?

Importantísima. Trabajé en la Cátedra de Industrialización de la Construcción y Prefabricación de la Escuela de Arquitectura de Madrid desde 1975, cuando estaba terminando mi doctorado. Siempre pensé que era el futuro; sin embargo, ese futuro quedó estancado porque los arquitectos no supimos explicarle a la sociedad que la repetición seriada de un elemento constructivo no estaba reñida con la belleza, del mismo modo que no lo está en el caso de un coche o de un buen traje, por ejemplo.

¿Dónde aparece ahora esa necesidad que convierte la industrialización en virtud? Aparece en tres factores. El primero es la necesidad de acelerar los procesos constructivos. Con la industrialización de la construcción es posible construir en la mitad del tiempo que requiere la construcción tradicional. El segundo, la garantía del buen hacer. Por desgracia, se ha ido perdiendo la buena calidad en la mano de obra en la construcción. Los oficios se han encarecido porque apenas hay buenos profesionales, creo que necesario volver a crear escuelas de oficios, como las que existían antiguamente. Esto, que hoy escasea, lo proporcionan los materiales prefabricados. Y, por último, la calidad final del proceso constructivo asegura una garantía para siempre.  Por consiguiente, si es más rápido, es un sustitutivo de esos oficios en desaparición y constituye un sistema de mayor garantía, motivo por el que clarísimamente puede afirmarse que la industrialización del proceso constructivo y la prefabricación han venido para quedarse.

El arquitecto debe conocer muy a fondo el proceso de industrialización. Saber cómo se genera, ir a las fábricas de prefabricados, aprender, conocer las dificultades y las ventajas, y proyectar en consecuencia. Dentro de ese proceso de público-privado al que antes aludía, se ha dado en Madrid la iniciativa, denominada Plan VIVE, de sacar suelo gratis para construir 6.500 viviendas en cuatro lotes de casi 2.000 cada uno. El promotor que se adjudica uno de esos lotes se obliga a construir con calidad una tipología de vivienda dirigida al mercado inmobiliario de alquiler para personas con pocos recursos. Así, la Comunidad de Madrid pone en valor arquitectura-construcción-vivienda de calidad en alquiler a bajo precio y el promotor que ha sido capaz de hacerlo obtiene una rentabilidad muy básica, pero suficiente. Todos los equipos que han concurrido a estos concursos han optado por procesos industrializados. En los próximos años veremos miles de construcciones ejecutadas íntegramente por sistemas industrializados parcial o utilizando totalmente la prefabricación como método de garantía y de futuro.

¿Asegura un mayor grado de sostenibilidad?

Al prefabricar se pone en valor lo sostenible. Tanto los materiales como los procesos se seleccionan mejor y tienen un mayor control, y se huye de materiales no sostenibles o que por su utilización incrementan la huella de carbono. Los elementos contaminantes, tanto del CO2 como del NO3, quedan relegados en los procesos industriales, ya que la tecnología de los materiales permite eliminar o filtrar los componentes nocivos, e incluso minimizar los recorridos de transporte utilizando siempre productos que en la escala de valor tienen una menor génesis de producción negativa de CO2 .

Torre Riverside. Complejo residencial en Madrid Rïo.

En este contexto, me explicaba antes que su estudio está siendo uno de los primeros en estar desarrollando tecnología en Madrid y, probablemente, también en España. Optando por mantener un perfil bajo está construyendo no sólo vivienda pública sino también obras privadas como la Torre Riverside.

Estamos haciendo por primera vez –y temo que, por desgracia, también por última− dos rascacielos de vivienda social en Madrid. Un reto que ha sido solo posible por haber convencido al promotor, un fondo extranjero, de que la rentabilidad, aunque económicamente resulte baja, es enormemente alta por su relevancia social y que esta propuesta tendrá réditos para el futuro de la compañía. Recientemente, resolvimos un proyecto de 400 viviendas sociales, de alquiler limitado, con un producto íntegramente prefabricado que permitirá ejecutar la obra en un tiempo record, y trabajamos también con sistemas industrializados mixtos (prefabricación parcial o de componentes) a fin de poder encajar el precio de la vivienda social en la limitación de costes que el modelo requiere.

Pero, incluso en nuestros proyectos residenciales de vivienda libre, utilizamos elementos prefabricados en una proporción destacada. Es el caso, por ejemplo, de la torre Riverside, a orillas del Rio Manzanares donde numerosos elementos son prefabricados, pero de manera singular la fachada de hormigón blanco, absorbente de los óxidos de nitrógeno (NO3) y que no requiere apenas mantenimiento en el tiempo.

La rehabilitación ha sido también una de las prácticas clave de Touza Arquitectos desde sus inicios. En la actualidad, esta ha adquirido un protagonismo fundamental en la arquitectura, pero es un tema en el cual es precisa una cierta especialización. Creo que el Pritzker a Lacaton & Vassal ha afirmado claramente la relevancia de ese conocimiento: arquitectos que saben trabajar en edificios no necesariamente dotados de un gran valor patrimonial y que con un pragmatismo inteligente y sensible ponen de manifiesto cómo es posible redescubrir valor en un edificio. Es decir, que no hay que demoler todo lo que está construido y ha quedado, en apariencia, inservible.

Recientemente hablé de esto en una rueda de prensa en Bilbao, planteando que el grado de sostenibilidad de un edificio es más o menos elevado en función de su capacidad de ser reciclado cuando ya ha envejecido o ha quedado obsoleto y alguien plantea demolerlo. Casi todos los edificios son potencialmente recuperables.

En el País Vasco estamos llevando a cabo la recuperación de un antiguo depósito de vinos y licores, la Alhóndiga de Barakaldo, para convertirlo en un centro de formación profesional dual: una escuela de oficios y un centro de investigación. Cuando explico que una construcción que servía como almacén de vinos y licores va a ser un magnífico centro formativo y que su estructura y otras partes del edificio van a conservarse íntegras, lo que estoy contando a la sociedad es que todo es susceptible de ser reutilizado si se tiene la voluntad y el conocimiento para hacerlo. En muy pocos meses se verá el resultado, que, como ya puedo adelantar, será excepcional.

Por otro lado, las ciudades necesitan regenerar y hacer que esos edificios viejos y obsoletos recobren la vida. Estamos haciendo numerosas rehabilitaciones, algunas de un calado importantísimo, en diferentes ciudades de España, especialmente en Madrid.

Residencial Shopping Center (El Bercial).

¿La universidad enseña a hacerlo e inculca el sentido y valor de esto?

Los alumnos salen de las escuelas de arquitectura con escaso o nulo bagaje rehabilitador. Es un auténtico problema porque requiere conocimientos específicos que la carrera no contempla, a diferencia de antiguamente.

Rehabilitar es un proceso complejo, que exige mucho conocimiento y que precisaría de una formación de posgrado especifica e impartida por profesionales de experiencia. Ya se imparten cursos en este sentido. Yo mismo dirijo uno para CIARE, con un notable eco de asistencia e interés.

Quizá la universidad no pueda enseñarlo todo, pero debería incluir ya en el grado de arquitectura algunas asignaturas relacionadas con la rehabilitación. Actualmente no hay ninguna. Debería enseñarse la esencia de la rehabilitación, que es volver a utilizar las cosas. En segundo lugar, cómo debe hacerse, cómo debe protegerse aquello que es bueno y obviar aquello que no lo es tanto. Y, finalmente, cómo cuidar todo lo relativo a la mecanización del producto de desecho. En un proceso de rehabilitación se debería tratar de reciclar todo aquello que va a demolerse o asegurar la sostenibilidad de su transporte, en caso de que no sea reutilizable. Todo ese tipo de acciones exigen un conocimiento del que carece el arquitecto cuando acaba de terminar sus estudios.

Es muchísimo lo que hay que hacer. Se necesitan muchos profesionales preparados, y esto es algo que generará una importante fuente de trabajo ya que, sólo en las grandes ciudades españolas hay ya más de seis millones de edificios que precisan rehabilitación. Y no olvidemos que todavía quedan importantísimos núcleos de vivienda social realizados en los años 50 del pasado siglo, asentados hoy en centros neurálgicos de las ciudades (lo que se llamaban “unidades vecinales de absorción” o “casas baratas”), que precisan urgentemente ser rehabilitados, que es un reto hermoso que no puede retrasarse por más tiempo.

Edificios que no tienen una excesiva calidad, pero sí una impronta muy marcada como, digamos, elemento microhistórico de la ciudad.

Exacto. Por la época en la que fueron construidos, y las carencias de todo tipo que había entonces en España, son mayoritariamente edificios humildes, casi siempre faltos de aislamiento, con humedades, muchas veces sin ascensor y con instalaciones obsoletas que requieren inmediata rehabilitación. Como también la requieren aquellos que, habiendo tenido usos diversos, hoy podrían convertirse en otros modelos de actividad y uso: residencias de estudiantes, hogares para mayores, centros de formación, colegios,… Pienso por ejemplo en antiguos cines que, por desgracia, han quedado casi abandonados y pueden convertirse en centros culturales, academias de formación, centros gastronómicos, pequeños gimnasios y polideportivos…

Insisto, hay por delante una labor de rehabilitación fundamental, pero que requiere de un conocimiento profundo de las infraestructuras, de las estructuras portantes, de la reaparición de sus cubiertas y fachadas, así como de todos aquellos aspectos que hagan sostenible y eficaz lo que hoy es viejo y que, en muchas ocasiones, ha quedado sumido en el abandono.

Rehabilitación del Palacio Circulo Mercantil en Gran Vía para Gran Casino Madrid

Diría que este posicionamiento flexible es lo que marca una dirección clara para la arquitectura hoy. Saber adaptarse a garantizar calidad en proyectos con presupuesto acotado es un perfil de arquitecto que, creo, es necesario afirmar.

Agradezco estas palabras porque esa actitud se ha convertido en, digamos, una ‘cuestión de Estado’ para todos los miembros del equipo: el compromiso con el fin social de la arquitectura, especialmente con el de la vivienda, proyectando con conocimiento de costes y resolviendo con eficacia las dificultades que surjan a fin de que el resultado económico de la intervención se mantenga dentro de los parámetros previamente establecidos. Peleamos para construir la mejor vivienda, le dedicamos todo el tiempo que sea necesario, ponemos todo nuestro cariño y conocimiento en ello. Esa vocación se ha convertido en parte esencial de nuestro ADN.

Su estudio está siendo responsable de la definición de diversas zonas de Madrid. ¿Cómo percibe el desarrollo de esta ciudad hacia el futuro?

Yo creo que Madrid está alcanzando un alto nivel de protagonismo en lo urbano, lo social, lo económico, lo lúdico y lo cultural. Está ahora mismo a la cabeza de las ciudades con un crecimiento más armónico y con una clara orientación hacia un futuro sostenible como una ciudad amable y de tradición.

El urbanismo muchas veces ha tropezado con el desconocimiento de los políticos, pero Madrid, aun tropezando, ha hecho las cosas con una cierta dignidad. Ha sabido crecer con sensatez y ha sabido desarrollar sus barrios, creando núcleos que, como partes importantes de la ciudad, tienen su propio corazón, conservan sus orígenes y participan todos de una estructura global común, lo cual es sin duda muy positivo.

La ciudad en sí es compacta y abierta. Los nuevos desarrollos mantienen esta trayectoria, sin olvidar que en un entorno de no más de 30 kilómetros hay municipios de más de 200.000 habitantes que configuran un área metropolitana sólida, uniformemente repartida, suficientemente equilibrada y con una red de conexiones (carreteras, ferrocarril de cercanías, autovías, metro) excelente.

Hay que centrarse ahora en humanizar la ciudad: resolver los graves problemas de tráfico, generar actividad en los entornos de vivienda para acercar casa y trabajo, evitando largos trayectos, tiempos perdidos y consumos excesivos. Con este objetivo nace el nuevo Madrid-Norte, generador de un nuevo barrio donde conviven los ciudadanos con grandes espacios verdes, generosas dotaciones de servicio, magnificas comunicaciones y una deseable mistificación de usos para que vivir, trabajar, relacionarse y disfrutar formen un todo y se complementen.

Esta zona norte de Madrid es un objetivo magnífico de crecimiento y desarrollo próximo. Yo he apoyado desde el punto de vista sociopolítico el concepto de lo que debería ser Madrid Norte. Un área en el entorno de la estación de Chamartín y el Paseo de la Castellana, con más de dos millones y medio de metros edificables y algo más de 11.000 viviendas, de las cuales una parte sustancial tendrá un concepto social. Un modelo de lo que ahora se denomina ciudad densa o lo que, políticos y urbanistas han dado en llamar “la ciudad de los quince minutos”, en la que se puede trabajar, vivir y ubicar todos sus elementos necesarios en un ámbito muy próximo. Factores como estos son lo que hacen sostenible a la ciudad.

Residencial Shopping Center (El Bercial).

Y yendo a una dimensión más personal, ¿dónde se produjo su encuentro con la arquitectura?

Durante el tiempo que fue del último tramo de mi bachillerato hasta el comienzo de la universidad, estudie en Cataluña. Ahí estuve asistiendo a clase durante dos años con profesores de la Universidad de Barcelona. La formación que recibimos fue absolutamente magnífica. Realicé mi examen de selectividad en la Universidad Central de Barcelona, aunque posteriormente hice mis estudios de arquitectura en Madrid. Por entonces, cada uno de mis profesores me alentaba a que cursara estudios de aquella asignatura específica que ellos me enseñaban. El profesor de Matemáticas quería que hiciera Ciencias Exactas; el de Biología, que cursara esa carrera, etcétera, pero yo tenía ya la curiosidad, aunque fuese remota, de estudiar Arquitectura.

Me vine a Madrid para iniciarme en ella con el miedo o el complejo de no llegar a ser capaz de llegar a ser arquitecto para, finalmente, acabar descubriendo que esa carrera no sólo me gustaba, sino que era la pasión de mi vida. A partir de ahí, yo entendí que cada hora que pasaba ante el tablero de dibujo era una más de felicidad, un reto continuado que al ir superando (con los consiguientes fracasos) me alentaba a seguir. Era lo que me gustaba, y poco a poco me fui dando cuenta de que Dios había sido muy generoso dándome unas gotas de virtud para ser un buen arquitecto. Mediante el trabajo, el sacrificio y el dedicar horas y horas, conseguí finalmente establecer un estudio importante, fruto de un trabajo de cinco décadas, y contar con un equipo de personas extraordinario a mi lado. Tengo además la fortuna de que mi hijo mayor, también arquitecto, participa de las mismas ilusiones y comparte mis mismos compromisos. Formamos un buen tándem.

Evidencia de que la arquitectura es una carrera de fondo.  Es preciso ir lentamente y crear la propia identidad como arquitecto despacio. Respecto a esa conformación de la identidad, ¿quiénes fueron las figuras que más le influyeron?

Tuve una enorme suerte porque en la Escuela de Arquitectura de Madrid fueron mis profesores los mayores maestros de la arquitectura de aquel momento. Me impresionaban, como persona y arquitecto, figuras como Cano Lasso, Carvajal, Vázquez de Castro, Sáenz de Oiza, Cabrero, Aburto, de la Sota, Fernández Alba… Todos ellos personas muy cultas, una cualidad que ha desaparecido de la arquitectura. Seres tremendamente vocacionales y siempre valoraban la arquitectura desde un plano de racionalidad y equilibrio. Con ellos fui acrisolando mis ideas, aprendí y, teniéndolos como referente, di mis primeros pasos en la profesión.

Mientras hacía mi doctorado (entre el año 1974 y 1976) e iniciaba mi labor docente en la Escuela de Arquitectura, tuve la fortuna de encontrarme con Enrique Nafarrate, un arquitecto excepcional, venido de México, con quién inicie una colaboración fructífera de cinco años que constituyeron el más interesante aprendizaje real que uno pueda imaginar. Estoy para siempre agradecido a Enrique: excelente arquitecto, excelente persona, un caballero.

Residencial Espartales Norte, complejo de 150 viviendas sociales VPPB (Alcala de Henarés, Madrid).

 

Un rasgo que caracterizaba a muchas de esas personas que fueron nuestros maestros, en los dos sentidos posibles del término, era su cultura. La extensión de sus conocimientos, que abarcaban campos que iban más allá de la arquitectura, y su permanente inquietud por seguir pensando, profundizando en ellos y ampliándolos. Una vocación humanista que, lamentablemente, hoy es más difícil encontrar.

La formación que habían recibido estos arquitectos era muy vasta. Los estudios de Arquitectura requerían entonces más años. Se estudiaban también muchas más disciplinas y, cuando uno se introducía en el mundo profesional, se daba cuenta de que, si su cultura era corta, estaba muy limitado para ejercer la arquitectura. Si no se tenían conocimientos de arqueología, por ejemplo, seguramente no sería posible afrontar determinadas rehabilitaciones. Era preciso tener conocimientos de Historia del Arte o de Música para poder entender el trabajo de construir un auditorio, por ejemplo; si no se manejaban conceptos de salubridad, higiene, movilidad y accesibilidad aparecían numerosas dificultades para diseñar un hospital o un colegio.

Los arquitectos enriquecían su cultura paralelamente a su formación como tales, porque entendían que era absolutamente imprescindible para poder llevar después a cabo sus proyectos. Esto ya no sucede hoy. La arquitectura debería ser más culta, más seria, más comprometida, y todo ello exige sacrificios enormes que  a las jóvenes generaciones de hoy les cuesta asumir. Ya no queremos sacrificarnos por nada. Yo tuve la suerte de tener profesores y colaborar con arquitectos que eran la  imagen viva de la dedicación, la cultura, la responsabilidad y el buen hacer.

Vivimos en una sociedad que rehúye el sacrificio o, quizá dicho de otro modo, responder a la exigencia. Formarse implicaba afrontar constantemente la autoexigencia y tener la voluntad de crecerse frente a esas dificultades ante las que podía ponernos la severidad de un docente.

En el pasado era un sacrificio permanente. Recuerdo discusiones tremendas con Paco Sáenz de Oíza cuando yo estaba terminando la carrera. Me dijo: “Voy a tener que suspenderle”. Finalmente me aprobó, pero me tuvo en vilo quince días. Cosas como ese “trabaje usted más durante estos quince días” las llevaban hasta el extremo final para que todo tu ser estuviera pendiente de lo que hacías, profundizases más en el proyecto, elaborases con mayor mimo los planos… En suma, que te esforzases hasta el último día en mejorar aquello que tú ya creías que estaba bien… Siempre la exigencia, siempre el sacrificio, pero siempre la ilusión por lo bien hecho y la perfección del trabajo final.

Nos encontramos en tiempos demasiado difíciles para el rigor crítico, la objetividad y la mesura. Esa arquitectura que reconstruyó el país después de la guerra hoy puede ver menoscabado el reconocimiento de su estricto valor como tal debido a su asociación con la dictadura.

Sin duda, nos hemos olvidado de las penalidades de entonces y de la falta de recursos en un país empobrecido por la guerra y el aislamiento internacional. Desde el estado se hicieron esfuerzos notables para reconstruir lo que aquella barbarie había dejado, se crearon direcciones generales específicas para el desarrollo de nuevos barrios en las ciudades o de nuevos pueblos nacidos de la nada en zonas que la guerra había destrozado; se creó la Dirección general de Regiones Devastadas, la Dirección Urbanística de Nuevas Unidades Vecinales de absorción; y desde el nuevo Ministerio de la Vivienda, se promovieron cooperativas de colectivos sociales y se desarrolló un ingente programa de “casas baratas” que fueron la base para que este país saliera adelante.

Los mejores arquitectos colaboraron en estos desarrollos y, aunque los nuevos barrios eran planteamientos humildes y sencillos, todos ellos tenían un concepto centrado en esa vida familiar que ahora estamos buscando, y que, por desgracia el urbanismo de los años 80 y 90 había olvidado… Visitar estas zonas en Madrid, visitar los pueblos reconstruidos en la comunidad o en zonas de campiña de Extremadura te transportan a reconocer un mundo donde el sacrificio maridaba con la ilusión y a respuesta última resultaba excepcional. ¿Cuántos de estos proyectos tuvieron el sentimiento de arquitectos comprometidos, aunque de algunos no recordemos hoy sus nombres?

Siempre he pensado que el esfuerzo es fundamental; la dedicación, imprescindible y la exigencia de compromiso, vital.

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Fredy Massad el

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