ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Norman Foster

Entrevista a Norman Foster
Fredy Massad el

El pasado 22 de enero tuvo lugar la inauguración del Norman Foster Institute con una serie de conferencias, diálogos y propuestas en torno al tema “ciudades sostenibles”. La creación de este Instituto supone la continuación y formalización de las conferencias y talleres que vienen celebrándose en la Norman Foster Foundation, una institución creada para promover el pensamiento y la investigación interdisciplinar “a fin de ayudar a las nuevas generaciones de arquitectos y diseñadores a anticipar el futuro”.  El Norman Foster Institute va a estar esencialmente centrado en el estudio de las ciudades a través de talleres, clases, formación en laboratorio y trabajo de campo a cargo de profesores de prestigio, arquitectos ganadores del premio Pritzker, investigadores laureados con el Nobel, expertos en tecnología avanzada y líderes sociales. 

Foster reafirma y consolida así su apuesta por la ciudad de Madrid.

La ocasión da la oportunidad de sentarse a conversar con él sobre estos emprendimientos, así como de la reciente publicación de una colosal monografía sobre su obra en la editorial Taschen.

Norman Foster lleva décadas al frente de uno de los estudios de arquitectura más importantes del mundo. Ha sabido siempre adaptarse con ductilidad a los cambios de contexto y las transformaciones sociales que estos han conllevado, situándose en una posición de cabecera. La presentación de Foster + Partners recalca hoy cómo es un estudio dedicado a la arquitectura sostenible, con un equipo étnica y culturalmente diverso. El gran elemento inmutable, el eje sobre el que se ha fijado esa constante adaptación, ha sido posiblemente él mismo: el personaje de un individuo carismático y cuasi-genial, hiperactivo y visionario, capaz de hacer creer en la omnipotencia de la arquitectura.

Ha publicado recientemente en Taschen un colosal libro compuesto por dos volúmenes: uno titulado Works y el otro, Networks. En este último habla de las raíces y fuentes subyacentes en su carrera. Lo hace a través de una exhaustivísima reflexión sobre su arquitectura a partir de un concepto clave: “naturaleza”, “volar”, “lugar”, “hacer”, “arte”, “ciudades”… ¿El contenido que ofrece este volumen es una memoria intelectual o más bien un ejercicio de pensamiento consistente en examinar su trayectoria a través de conceptos y valores actuales, pero sin ánimo alguno de cerrar aún conclusiones?

Mediante Networks quería compartir muchas de mis inspiraciones e influencias -algunas son conscientes y otras tal vez sean más subliminales- desde la premisa de que las raíces del diseño se encuentran en las realidades de las necesidades. Un edificio es la respuesta a una necesidad, pero, al traducir esas necesidades a la dimensión física del edificio, no puedes evitar sentirte influido por tu propia reacción al medio que te rodea. Dicho medio puede ser la naturaleza, el paisaje construido –urbano o rural-… Muchas de esas inspiraciones e influencias que comparto proceden, deliberadamente, de ámbitos externos a la arquitectura y quizá puedan invitar al lector a imaginar si incidirán de diferentes maneras sobre los edificios y el urbanismo venidero.

Dos de los dibujos con que se abre el volumen son una recreación protagonizada por usted de la portada de Aterrizaje en la Luna, uno de los álbumes de Tintin, que Justo Isasi dibujó para un número de la revista Arquitectura Viva, y un esquema de su trabajo agrupado en categorías bajo el que puede leerse: “Arquitectura sin arquitectos. Arquitectura anónima. Vernácula. Informal”. Forman un díptico que podría interpretarse como una especie de ‘retrato mental’ de Norman Foster. Pero, en sus palabras, ¿cómo sintetizan el arquitecto que usted es, el arquitecto que siempre ha sido?

Desde muy joven he estado interesado en la arquitectura tradicional y vernácula: los molinos de viento, los graneros, los cottages… Todo eso es lo que denomino “arquitectura sin arquitectos”: el construir con lo que se tiene a mano. Hay contenida mucha sabiduría en lo vernáculo y esa arquitectura del pasado ofrece al mundo de hoy importantes lecciones sobre cómo disfrutar de una elevada calidad de vida consumiendo menos energía. Mi masterplan en el desierto de Abu Dhabi incluye una universidad abastecida por energía solar. Es un edificio que brinda un elevado nivel de confort e incluye todo tipo de comodidades, como aire acondicionado, pero empleando un bajo consumo de energía, ya que aplica todas las enseñanzas de los arquitectos del desierto, basadas en la sombra, la refrigeración por evaporación…Hay que atender a esas lecciones del pasado, no únicamente por una idea romántica, sino a fin de aprender cómo aplicar dichas lecciones de manera positiva y en beneficio del medio ambiente para así reducir la contaminación y el consumo energético manteniendo una óptima calidad de vida.

Su nombre se hizo célebre asociado al término “high-tech” que conceptualmente puede parecer situado en las antípodas del de “arquitectura vernácula”.  

Depende de cómo entendamos “high-tech”. En mi opinión, la arquitectura vernácula habría recibido en aquel tiempo el apelativo de “high-tech”, puesto que era la forma de arquitectura más avanzada. Fijémonos en un molino de viento, que aprovecha la energía del viento, y comprobaremos que consiste fundamentalmente en aerodinámica: tensaba al máximo los límites del material para crear mecanismos que transfirieran energía para moler el trigo. Una catedral medieval es un logro arquitectónico supremo que dudo que hoy fuéramos capaces de emular. Considero por eso una arrogancia asumir que la palabra “tecnología” únicamente tiene que ver con nuestro tiempo. La historia de las civilizaciones es la historia del aprovechamiento de la tecnología. Empleamos la tecnología para resguardarnos del frío, del calor, de la lluvia…

El siglo XX estuvo tal vez excesivamente obsesionado por el presente.

Estoy de acuerdo. Se produjo una desconexión de la historia y nos sumimos en ese espejismo del uso ilimitado de la energía. Creo que el ingenio humano está capacitado para lograr generar un ingente caudal de energía limpia, y quiero pensar que la sabiduría colectiva posee la sabiduría que la capacitará para usar esa energía con mayor sensatez.

Ha mencionado su proyecto en el desierto de Abu Dhabi, la ciudad de Masdar. ¿Es un proyecto fallido o un concepto visionario que se ha adelantado demasiado a su tiempo?

Masdar condensa aproximadamente unos veinte experimentos y la realidad es que hoy es una comunidad entera y permanentemente abastecida por energía solar. La primera fase del emprendimiento se encargó a un equipo y la segunda a otro distinto, que no siguió el diseño original en los desarrollos que fueron realizados posteriormente. No obstante, esa primera fase de Masdar es una ciudad que funciona plenamente mediante energía fotovoltaica y en cuyos espacios exteriores puede disfrutarse de un agradable aire fresco. Yo afirmaría que es un éxito. Ha sido un experimento muy valioso, ha demostrado la factibilidad de construir un entorno desértico una comunidad gracias a la energía solar. Está ahí y está funcionando.

Como se pone fuertemente de manifiesto tanto en Works como en Networks, y también en muchas de las publicaciones editadas por su Fundación, el dibujo es y ha sido siempre una herramienta absolutamente fundamental para usted. Es la herramienta con la que visualizar aquello que imagina, la que le permite disponer pensamientos e ideas sobre un folio en blanco… ¿Ve preocupante cómo parece estar dejando de ser parte prioritaria de la educación de los estudiantes de arquitectura?

Hay escuelas de arquitectura que estimulan muchísimo el uso del dibujo, como la de la Universidad de Yale, donde está estudiando mi hija. En ellas, la tradición del dibujo sigue manteniéndose muy viva. En mi estudio, alentamos de muchas maneras el uso del dibujo, incluso contribuimos a fomentar su uso en los colegios de educación primaria. No obstante, coincido con su planteamiento: hay muchas escuelas donde el dibujo hoy brilla por su ausencia. Sin querer incurrir en generalizaciones, a mi parecer, alguien que posee la habilidad de dibujar puede utilizar el ordenador de manera más eficaz. Es por esa razón por la que lo considero una buena disciplina y celebro que siga habiendo escuelas que lo incentiven, a la vez que deploro que existan otras donde ya no se le conceda prioridad o que, directamente, ni se lo tenga en cuenta.

Aunque suene a tópico, cerebro y mano están absolutamente conectados.

El arquitecto dispone de herramientas: el lápiz es una herramienta; el ordenador es una herramienta. El ordenador permite llevar a cabo ciertas cosas que en la época del dibujo habrían llevado una eternidad. Lo que señalaría, sin intención de polarizar el asunto, es que, a mi parecer, esos estudiantes que pasan por una escuela en la que se ha dado importancia al dibujo tienen mucho más firmes los pies en el suelo, están mejor equipados como arquitectos y diseñadores. No obstante, he conocido igualmente a arquitectos que jamás han tocado un lápiz y que son sumamente creativos y cuyo trabajo es extraordinario.

Permítame un inciso: ¿fue influido de alguna manera por los dibujos del arquitecto Amancio Williams a la hora de diseñar el rascacielos sede del HSBC (1985)? Tengo esa duda desde que era estudiante.

Conozco la obra de Amancio Williams, pero la verdad es que nunca establecí ese tipo de conexión con ella. La sede del HSBC deriva del proyecto que hice como estudiante, durante el curso de máster en la escuela de arquitectura. Si hubo alguna inspiración por parte de los dibujos de Williams, le aseguro que no fui en absoluto consciente.

Regresando a Networks, Philip Jodidio, su editor, destaca que usted ha diseñado minuciosamente al milímetro todo el libro.

Así es. Me he implicado en cada página, literalmente. He dibujado cada una de ellas varias veces, contando por supuesto con la ayuda de un diseñador gráfico, Fernando Gutiérrez, con el cual ha sido excelente trabajar.

Leyendo y recorriéndolo surge claramente la impresión de que se trata de algo concebido por un arquitecto: la construcción de un objeto contenedor (imagen, texto, reflexión), la creación de especie de promenade a través de todo el corpus intelectual de su obra. ¿Sería correcto decir que este libro representaría para usted otra modalidad de “obra construida”, otra concepción de la idea de “edificio”?

No lo compararía exactamente a construir un edifico, pero sí es verdad que reconozco ciertos paralelismos: buscar quizá una experiencia equivalente a la secuenciación de espacios. Pienso que estoy en una ciudad y en que voy desplazándome a lo largo de una calle, que llego a un arco, lo cruzo, y voy a parar a una extraordinaria piazza. En esa idea hay un sentido teatral: compresión y, luego, explosión. Su equivalente en el libro sería el estar pasando las páginas, que son muy densas, y de repente toparse con una imagen a doble página. Como en una ciudad o un edificio, esa explosión es algo que no puede hacerse con excesiva frecuencia, sino que requiere un tempo. Si en cada página se despliega algo epatante, se anula por completo la capacidad del libro para fascinar. Digamos que hay en él un trabajo curatorial a la manera en que se articula un escenario teatral o espacial.  

Lo he usado como una exploración para compartir imágenes que para mí son muy poderosas; para llamar la atención sobre esa arquitectura en el Valle de Engandina, en los Alpes suizos, que tal vez no todo el mundo ha visto o interpretado; para hablar del trabajo con artistas, de cómo incorporar e integrar el arte en la arquitectura, de cómo un arquitecto puede trabajar desde el comienzo de un proyecto con un artista y lograr que de esa colaboración emerja un resultado mucho más rico… Ha sido para mí una oportunidad para plasmar y registrar muchas cuestiones que he dado por sentadas y que, quizá, valdría la pena compartir con otros.

Los aspectos más personales de su biografía siempre convergen en su arquitectura. Todas sus experiencias vitales, sus intereses y pasiones… parecen ser parte intrínseca de su construcción como arquitecto. ¿Es la arquitectura lo que define absolutamente su “ser” y su “estar en el mundo”?

Uno de los ponentes que intervinieron durante el acto de presentación del Instituto señaló cómo a los arquitectos se nos inculca durante nuestra formación la idea de que estamos destinados a construir edificios impresionantes, subyugantes. Al estudiante de arquitectura no se le educa para que atienda las necesidades humanas más básicas.

Como arquitecto, me interesa un edificio con fuerza simbólica, como el Reichstag: símbolo de democracia y de la Alemania unificada, ejemplo de neutralidad de carbono, manifiesto social de la relación entre un pueblo y sus políticos; pero creo que, a diferencia de muchos arquitectos, quiero implicarme en un tipo de arquitectura como la que llevan cabo los colegas miembros de mi Fundación. Con su labor, trabajando sobre el terreno en un asentamiento informal en India, fueron capaces de involucrar a la comunidad en el diseño de una nueva planificación urbana, introducir instalaciones sanitarias modernas, asfaltar rutas…Muchos dirían que eso no es “arquitectura”; sin embargo, si concordamos en que la finalidad de la arquitectura es generar calidad de vida, entenderemos que ese tipo de acciones plantean en ese sentido una enorme transformación para esa comunidad, a la vez que se evidencian como planteamientos aplicables a una escala más amplia.

Ese modelo para el que fuimos formados en la escuela de arquitectura encontró un abrupto final con la grave crisis económica de 2008. Hoy, la emergencia de esas nuevas concepciones de hacer arquitectura pone de manifiesto la insostenibilidad e incoherencia de ese paradigma.

Las escuelas de arquitectura hablan a sus alumnos de edificios individuales, pero no de la manera en que puede funcionar una calle o una plaza ni la fuerza que poseen los edificios para unirse y crear espacios al aire libre. Los cursos universitarios sobre planificación urbana raramente abordan la realidad tridimensional de una ciudad. Quiero pensar que el Instituto Norman Foster puede contribuir a suplir esa carencia.

¿Este tipo de motivación es el que le ha animado a emprender la creación de este Instituto? Tomar esta complicación, si me permite decírselo. Está en la posición de disfrutar tranquilamente de su vida en Suiza…

¡Y ahorrando este dinero!

Me parece que he sido muy afortunado. Me he ido encontrando con excelentes oportunidades a lo largo de mi camino, y esa experiencia me ha ido haciendo comprender que las cosas no tienen por qué quedarse siendo como son: pueden ser mejores.

Creo que uno tiene que intentar devolver algo de lo recibido dándolo a las futuras generaciones. Antes que una herencia, lo que hay que legar a los hijos es una buena formación que los prepare la vida, de ahí esta voluntad de crear un instituto que pueda ayudar a formar mejor a las generaciones venideras. Así, en lugar de quedarnos simplemente en la queja respecto a las malas decisiones que actualmente se están tomando, estaremos intentando hacer algo al respecto a largo plazo y tal vez aportemos algo que ilumine y ayude a tomar mejores decisiones.

En las ponencias de presentación de la Fundación se indicó que, para 2050, un elevadísimo porcentaje de la humanidad vivirá en ciudades. Cabe presumir que eso conllevará que un gran número de personas viva en condiciones deficientes. ¿Está de acuerdo con Rem Koolhaas en que hay que reconquistar el campo? 

En mi mundo ideal, la ciudad sería el lugar donde reunirse para interactuar. Creo que somos animales sociales por naturaleza.

¿Prefiere usted entonces las ciudades?

Planteémoslo al margen de mi preferencia. Queremos comer en un restaurante. Primero pasamos por delante de uno que está vacío y, después, de otro que está lleno de gente y atmósfera animada. ¿Cuál elegiríamos?

Ese que está lleno de gente nos haría deducir que se trata de un buen restaurante.

Eso es la ciudad: un microcosmos. En ese escenario, el campo sería la naturaleza en estado puro. Y no sería algo estrictamente reducido a la agricultura o quizá estaría dedicado a ella sólo en parte, porque mucha de la agricultura podría también proceder de cultivos urbanos. No estaría recubierto de paneles solares. Allí encontraríamos la pura naturaleza, la verdadera biodiversidad.

Infatigable, con una larguísima trayectoria; sigue al frente de un estudio internacional en el que actualmente trabajan cerca de 2.000 personas; lleva décadas incuestionablemente reconocido como uno de los arquitectos más notables de su tiempo. ¿Qué queda en usted de aquel niño de Manchester empeñado en ser arquitecto?

No puedo apartarme de ese niño y ese joven, sigue siendo parte de mi ADN. Le diré que creo que, en muchos sentidos, todavía continúo siendo un niño.

 

 

Norman Foster fotografiado en el hall de su Fundación en enero de 2024. Fotografía: Ignacio Gil

El resto de imágenes son cortesía de Editorial Taschen.

Otros temas
Fredy Massad el

Entradas más recientes