Marc Márquez se dispone a conquistar su segunda corona mundial en Motegi, en la casa de Honda, su moto. Solo tiene 21 años y es reconocido, desde los 20, como el nuevo ídolo universal del motociclismo. Rossi le endosó el galardón virtual que todo el mundo presagiaba: “Es mi sustituto, se parece mucho a mí”. El español es diferente, único.
Su forma de adelantar, por dentro y por fuera, rompe los sentidos. Su manera de solventar los problemas marca la diferencia entre un campeón y un buen piloto. Cuando la Honda no funciona, el ilerdense coge la máquina, la gira abruptamente en las curvas y entra en ellas. ¡Vaya si entra en las curvas! A palos. Es lo que hacía Stoner con la Ducati en 2007. La maltrataba hasta que giraba. Y el australiano, otro genio, se proclamó campeón con una montura que nadie más supo domar desde entonces. Ahora, MM93 hace lo mismo. Es un ganador. Por eso, si la moto se pone tonta, la coge en las curvas, la levanta y la mete por la derecha o por la izquierda. Nunca escucharán a este chaval decir que la moto no gira en curva. Eso queda para los segundones.
Es, Márquez, un icono de las masas. Y solo acaba de empezar. Si se dedica al motociclismo con la continuidad y la perseverancia de Valentino, imitará su historial. Posee todas las condiciones para ello. Es caníbal en la pista. No cede con tal de ganar un gran premio, aunque el título esté asegurado. En eso se distinguen los campeones. Siempre necesitan vencer. No se conforman con ser segundos. Sus luchas contra Lorenzo, saldadas con dos victorias polémicas, definen a un número uno. Y lo ha demostrado contra otro número uno, Jorge. Son los dos mejores pilotos de esta época. El catalán piensa igualar los dos entorchados de Lorenzo en MotoGP este domingo. Quedarán empatados como líderes históricos del motociclismo nacional, con permiso de Ángel Nieto, el culpable del nacimiento profesional de estos campeones. Puso todas las semillas.
Márquez y Lorenzo no han tenido que llamar a las puertas de TVE ni de Tabacalera, como hacía Nieto en los años sesenta y los setenta, para obtener dinero o repercusión televisiva, armas que le permitieron demostrar que era un dios de las dos ruedas. Ángel debería contar cuántas puertas se le cerraron en sus narices cuando fue a solicitar apoyos. Aquel trabajo del zamorano de Vallecas, consumado en el asfalto con trece títulos mundiales y noventa grandes premios ganados, permite ahora que Marc y Jorge viajen en las mejores condiciones. Que tengan todas las ayudas técnicas, humanas, médicas y sociales para triunfar. Los dos deben decirle: ¡Gracias, Ángel!
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