Tiene talento, pero es irregular. Magia, pero es inconstante. Personalidad, pero choca con sus hundimientos. Otros años ha empezado igual, con un triunfo así, dominante, y luego se diluye como un azucarillo. Persigue la corona de MotoGP desde hace años y no la ha conseguido aún. Piensa que este puede ser el año.
Es una obsesión. No desea que le suceda como a Dani Pedrosa, que nunca fue campeón del mundo de la cilindrada grande y el reto se convirtió en ansiedad. A Maverick le ha sucedido lo mismo en diversos momento. Ha ganado grandes carreras, en esos espasmos de talento que le surgen para demostrar que lo tiene. Pero tras esos golpes de magia aparecen los hundimientos. La moto falla y llega la desmoralización. Lucha a tope, siempre, pero cuando la Yamaha no rinde se desespera.
La escudería no ha funcionado en el último lustro. Se ha visto superada por Honda, por Suzuki y hasta por Ducati en diversos momento y en varios aspectos. Eso ha afectado a Maverick, un piloto que tiene clase, pero no esa fuerza mental para superar todos los inconvenientes. Y si la posee, no la demuestra con regularidad. Y sumar puntos entre los cuatro primeros de cada gran premio es decisivo para ser campeón.
Viñales tiene que plasmar en la pista que va a por todas en todas las carreras. Ha ganado la primera y eso es importante. Ahora hay que conquistar la segunda. El regreso de Márquez tardío es otra oportunidad para ganar el entorchado. El año pasado, la lesión de Marc dejó el Mundial libre y Maverick no supo aprovecharlo. Lo hizo otro compatriota. Es la hora. Es un piloto brillante, capaz de demostraciones supremas de clase. Esa brillantez ha de mantenerla en una quincena de carreras para ser campeón.
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