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¿Separación natural?

¿Separación natural?
Maria C. Orellana el

En los últimos años he tenido ocasión de viajar varias veces a Argelia y conocer algunas de sus costumbres. El relato sobre la situación de la mujer en ese país y las enormes distancias culturales que nos separan (pese a la proximidad geográfica, ya que Orán está a sólo 200 km de Almería) no cabe en una entrada de un blog. Pero hay algo que me impresiona cada vez que vuelvo, y es la línea de separación que la sociedad argelina traza en la vida social entre los hombres y las mujeres.

No hace mucho me invitaron a una boda entre una chica argelina y un joven ingeniero gallego, expatriado allí por razones de trabajo. A la ceremonia religiosa sólo asistió el novio con los familiares varones de su futura esposa (que inexplicablemente no es requerida en el acto). Éstos fueron los testigos de las preguntas que el imán realizó al gallego para constatar su conversión al islam, necesaria para el enlace, pues en Argelia no existe el matrimonio civil. Los invitados por ambas partes sí pudimos asistir a la celebración que tuvo lugar posteriormente en un conocido hotel de Argel. Como es costumbre, durante la celebración los padres de la novia se sentaron en mesas separadas, la madre con las hijas y el padre con los yernos y otros amigos o familiares, aunque se reunieron orgullosamente para el posado fotográfico familiar. Debo aclarar que se trataba de una celebración al estilo occidental, ya que en las bodas tradicionales argelinas la separación entre hombres y mujeres es todavía más patente, pues se hacen dos banquetes totalmente independientes.

Siempre había creído que esta separación que acostumbran en los países musulmanes va contra natura. Pero conforme va pasando el tiempo, empiezo a dudar si en realidad está grabado en nuestros genes que hombres y mujeres no nos juntemos naturalmente más que para procrear.

Lo pienso cuando veo a mis hijas, educadas en la igualdad y en un colegio mixto, que desde niñas han elegido a amigas de su mismo sexo para compartir juegos, aficiones, estudio y confidencias.

En la oficina, a la hora de comer, observo a algunos compañeros poniéndose la chaqueta después de quedar en ese nuevo restaurante donde tomarán vino mientras hablan de futbol y arreglan el mundo… Y a grupos de chicas que bajan con su tupperware a la cafetería, o cruzan al Vips mientas comentan que el niño no va muy bien en la guardería, o enseñan en el móvil la foto de los zapatos que se han comprado el fin de semana.

Y en las cenas entre amigos ¿cuántas veces nos hemos puesto voluntariamente las mujeres en un extremo de la mesa y nuestras parejas en el otro? La excusa es que “así hablamos de nuestras cosas”…

Sí. Con el paso de los años creo que, sin llegar al extremo de nuestros vecinos argelinos, darnos cierto espacio entre hombres y mujeres nos relaja, nos hace disfrutar más de nuestro tiempo libre. ¿Soy presa de un pensamiento retrogrado?

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