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Cómo ha cambiado el cuento

Cómo ha cambiado el cuento
Maria C. Orellana el

Cuando era pequeña, coincidiendo con el cambio de estación dos veces al año, mi madre separaba la ropa que no íbamos a usar más y la embalaba cuidadosamente en una enorme caja que enviaba a Josefa, una antigua asistenta que había trabajado con la familia. Josefa se casó y volvió a su pueblo en Badajoz para trabajar en el campo y llenarse de hijos, cinco en total, que criaba como podía en un medio rural todavía hoy muy duro.

La preparación de la caja constituía en casa todo un ritual, que empezaba con mi madre lavando y repasando cada prenda para que pareciera nueva y en el que al final todos metíamos algún juguete u objeto que nos fuera preciado como regalo, además del sobre con dinero que se ponía para ayudar a otras necesidades de aquellos niños que solo conocí en foto. Por su parte, Josefa nos agradecía los regalos con cartas cariñosísimas, a las que añadía un paquete con chorizos de matanza y perrunillas que entonces a mí me parecían los mejores manjares del mundo.

Me vino a la cabeza este recuerdo cuando el otro día, haciendo limpieza de armarios, aparecieron unos mocasines de verano tod’s que hace años regalé a mi marido por su cumpleaños sin atinar con la talla. Por no hacerme el feo, los calzó no sin dificultad durante un par de días, pero con los dedos de los pies engurruñidos, los desterró a un rincón del armario y no volvió a usarlos.

Como lógicamente los zapatos estaban como nuevos, se me ocurrió regalarlos a quien le vinieran bien. Al cruzarme con la portera en la verja de casa se los ofrecí para su marido si el número coincidía y me respondió con un sí entusiasta. Pero al día siguiente busqué por todos sitios y los mocasines no aparecieron. Pregunto en casa y oh, sorpresa, la tarde anterior mi hija mayor los había vendido por 40 euros en Wallapop a un chico del barrio que se fue encantado con la operación.

Cómo ha cambiado el cuento ¿no? Realmente ésta es la era del peer to peer digital, las aplicaciones de intercambio entre particulares… Yo misma contraté mis últimas vacaciones en airbnb, no salgo a un restaurante sin consultar las opiniones de tripadvisor y hasta he usado los servicios de blabla car (eso sí, para transportar a mi perrita, porque a mí montar en coche con cualquiera me da reparo).

Hoy no nos fiamos ni del vecino de enfrente, pero hacer tratos con un desconocido a través de una app nos parece lo más razonable. Y para ello, entregamos nuestros datos personales, la dirección, el mail, el número de teléfono al primero que pasa, siempre que sea a través de una plataforma digital gratuita. Gratuita… ¿y cuál es el negocio entonces? Pues claramente el negocio somos nosotros, nuestra preciada información que regalamos sin reparo a la primera web que se nos pone por delante y que conoce bien quiénes somos y lo que hacemos.

Me disculpé un poco abochornada ante la portera.

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