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Aquellas abuelas ecologistas

Aquellas abuelas ecologistas
Maria C. Orellana el

 

Observo la expresión de perplejidad, guasa o desaprobación cada vez que en un comercio digo que de no acepto bolsas de plástico como envoltorio de los artículos que voy a comprar. Algunos dependientes me preguntan si quizá lo prefiero envuelto para regalo, entonces  argumento que es únicamente por salvaguardar (algo) el medio ambiente. Tras la explicación veo más perplejidad, guasa o desaprobación.

No hace tantos años, en los ultramarinos envolvían las viandas en papel encerado, en lugar de esas antiecológicas bandejas de poliestireno (corcho blanco) que también hoy intento evitar con enorme dificultad.

Y puestos a recordar, pienso en mis abuelas, que sacaron adelante a sus familias en la posguerra y mantuvieron hasta los noventa años sus costumbres de ahorro y reutilización. Desayunaban picatostes con el pan duro del día anterior, cocinaban croquetas y ropa vieja con los restos del cocido. Las sartenes no se lavaban cada vez que se usaban: tras guardar el aceite para la próxima fritura, se pasaba bien un papel de periódico y quedaban listas. Se utilizaba la cantidad justa de agua y detergente y los cascos de vidrio se devolvían en los comercios. Y no todos los días había que bañarse, era perjudicial para la piel; eso sí, mi abuela Luisa me preguntaba cada día si me había restregado bien detrás de las orejas o si me había lavado las manos antes de sentarme a la mesa.

Me recuerdo pintando en el reverso de listados de plotter en fino papel bicolor, taladrado con agujeritos en los bordes, que mi abuelo Vicente traía de su oficina para reciclar. No me importaba repetir una y otra vez los dibujos, porque aquel papel era como un interminable acordeón.

Los muebles se compraban pensando en disfrutarlos durante toda la vida, cuando no se heredaban de los padres. Y con un buen abrigo de lana merina de Valladolid se podía estar veinte años, en vez de elegir cada temporada un trapo sintético cuyo destino inevitable será la basura al año siguiente. Zurcían los agujeros de los calcetines y cogían los puntos sueltos de las medias.

Declarar hoy militancia ecologista está mal visto en todas partes, y mis compañeros de mesa no acaban de entender por qué en el restaurante rechazo las botellas de pet y pido un vaso de agua del grifo. Me explican que el aguan mineral está incluida en el menú del día… yo entonces evoco a mis encantadoras abuelas y su economía de guerra, que tan bien vendría ahora enseñar en las escuelas.

Puedes seguirme en twitter @mariac_orellana

 

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