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Pequeñas miserias

Pequeñas miserias
Maria C. Orellana el

El otro día fui en metro a la oficina, ya que no tenía que visitar a ningún cliente ni cargar con el portátil, que se había quedado sobre la mesa la tarde anterior. En verano los vagones van mucho más vacíos y pude sentarme cómodamente al lado de una señora que, a diferencia del resto de pasajeros absortos en sus dispositivos móviles, hojeaba una revista del corazón. Lamenté no haberme traído un libro y al cabo de un par de estaciones, terminé echando un vistazo fugaz a la revista de mi vecina. Estaba enganchada en las fotos de la boda sorpresa de Guti, cuando noté que ésta giraba la revista para impedirme su lectura, así que miré a otro lado durante un rato. Pero, incapaz de vencer al aburrimiento del trayecto, cada vez que de reojo yo volvía a la revista, la señora se retiraba y la giraba, ya sin disimulo.

Reconozco que por mi parte quizá no era muy correcto mirar su revista, pero al fin y al cabo no era material privado y estábamos sentadas muy próximas. La cicatería de esta mujer me trajo a la mente otras pequeñas miserias que vivimos cada día en nuestro entorno.

Un amigo me contaba que cuando viaja en avión, si el pasajero de delante reclina su asiento haciéndole sufrir aún más las estrecheces del lugar, él sube y baja la bandeja con frenesí, golpea el respaldo sin disimulo y enchufa el aire acondicionado directo a la coronilla del “enemigo”. Hasta que éste renuncia a la siesta y devuelve la butaca a la posición normal.

En una de las zonas de vending de la oficina apareció un día una cafetera Nespresso. Sólo la máquina, supongo que sus propietarios guardaban en sus mesas bajo llave las cápsulas del café que cada uno compraría. Sobre el aparato habían pegado con abundante cinta adhesiva un papel que decía “Uso exclusivo de Raúl, Antonio y Juan Carlos. Abstenerse de utilizar”. Hasta que al poco tiempo la cafetera apareció descuajeringada, como si alguien la hubiera lanzado al suelo con fuerza, con un post-it “No la vamos a usar porque está rota”.

Otras pequeñas miserias son más sutiles, como cuando pides a algún colega la presentación que hizo el otro día y te la pasa en pdf, lo que significa que la puedes mirar, pero no podrás reutilizar el material.

O un jefe que tuvo hace años mi cuñado, que cada principio de curso tenía a su secretaria durante un día entero fotocopiando a color y encuadernando los libros de texto de sus hijos, para no tener que comprarlos.

Pequeñas miserias cotidianas que nos dicen mucho de la condición humana.

 

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