La otra noche me uní a mis hijas para ver la lluvia de estrellas. Nos pusimos el despertador a las dos de la mañana y subimos a la azotea de casa con las toallas de playa y la ilusión de pedir un deseo al ver pasar cada estrella fugaz.
Veo a mi alrededor a algunas personas mayores que han perdido (o han abandonado) la capacidad de ilusionarse, con una lluvia de estrellas, un bello paisaje, una canción vibrante, un plan imprevisto, conocer gente interesante. Viven sólo la cotidianeidad. Comen, duermen, se asean, ven la tele, pasan las horas en una especie de stand-by. Supongo que son cosas de la edad y que ninguno podremos sustraernos a este estado, que de una forma u otra nos llegará cuando traspasamos la esperanza de vida natural de nuestra especie.
Pero también he visto gente así en el trabajo, van a la oficina arrastrando los pies por la mañana, toman el café a las 10:30, realizan sus tareas sin pasión, esperando que el día no les traiga ningún problema hasta que llegue el momento dejar limpia su mesa y marchar. Y los lunes dicen “vaya, es lunes por desgracia” y los jueves dicen “ya está casi ganada la semana” para emprender la huida el viernes en cuanto les es posible.
Doy por hecho que la mayoría trabajamos con mayor o menor vocación por el salario que nos pagan, pero son demasiadas horas, demasiada vida dedicada para hacerlo de esa forma. Si algún día te ves así, posiblemente ha llegado el momento de cambiar y encontrar esa empresa, ese equipo, ese puesto que te devuelva la ilusión.
Y si no tienes posibilidad de cambiar, reinvéntate, pide un deseo al paso de una estrella fugaz.
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