Una empresa sin su comida o cena de Navidad es como una playa sin arena. No soy fan de la Navidad, me agotan los compromisos, las comilonas, las compras de regalos, los atascos propios de estas fechas. Pero me encantan las celebraciones empresariales navideñas.
Ambiente festivo y desinhibición que se prolonga más allá de los postres a los cafés, los chupitos, las copas. Un alegre paréntesis en la batalla, o en la rutina. Ese compañero de aspecto gris que descubres ingenioso. Un intercambio de miradas reveladoras entre la nueva y el chico desgarbado pero interesante. El listillo resentido que aprovecha para lanzar puyas envenenadas a su jefe creyendo que el alcohol lo tapa todo. Reparto de lotería. Caja de viandas o de vinos regalo de la empresa. Bromas, risas, palmadas en la espalda. Brindis sinceros por la fortuna del nuevo año que se avecina.
Ayer fue la comida de navidad de mi oficina. En la sobremesa, una simpática camarera se me acerca: Sois una empresa informática ¿no es así? En efecto, ha acertado. Divertida, le pregunto cómo ha llegado a tal conclusión. Está claro, me dice triunfante: Son todos muy jóvenes, muchos más chicos que chicas y uno de ellos es asiático…
Elemental, querido Watson.
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