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Blogs Un poco de silencio, por favor... por Israel Viana

«The Van Pelt rechazamos ofertas de multinacionales que buscaban otro Nirvana»

«The Van Pelt rechazamos ofertas de multinacionales que buscaban otro Nirvana»
Chris Leo, cantante y guitarrista de The Van Pelt / La Castanya
Israel Viana el

Cuenta Chris Leo que ni a él ni a los restantes miembros de The Van Pelt les interesó jamás el éxito en el sentido más amplio de la palabra, aunque no son pocos los que opinan que tenían canciones como para haberlo conseguido en aquella segunda mitad de los 90, donde el postrock y todos los ramalazos del emo tuvieron su momento de gloria. Músicos tan reconocidos como el guitarrista de Mogwai, Stuart Braithwaite, aseguran que fue «un grupo increíble, aunque criminalmente infravalorado».

Algunas de las frases que se repiten a lo largo de esta entrevista con el cantante y guitarrista de la banda nacida en Nueva York, en 1993 —con Brian Maryanski, Neil O’Brien y Toko Yasuda (Enon, St. Vincent, Blonde Redhead), sustituida después por Sean Greene— tienen que ver con ello: «Estábamos más interesados en el arte que en la notoriedad», «nunca he aspirado a tener un yate», «solo quería ser libre para hacer la música que me gustaba», «en la época en que los cazatalentos de las multinacionales se recorrían todos los clubes en busca del próximo Nirvana nos ofrecieron un montón de dinero, pero lo rechazamos» y «no, nunca nos hemos ganado la vida con la música».

Cartel del décimo aniversario de La Castanya

Quizá por eso The Van Pelt jamás llegaron a explotar del todo comercialmente hablando, a pesar de que iban sobrados de buenos temas. Canciones de rock hermosas y extrañas al mismo tiempo. Melodías redondas y bonitas, con estructuras a veces lo suficientemente complicadas como para que resulte difícil imaginarse qué habría ocurrido si sus dos discos hubieran sido lanzados por alguno de esos sellos importantes que llamaron a su puerta. «Puedes lamentarte y preguntarte por qué diablos no obtuvimos más audiencia cuando otras muchas bandas más tontas fueron disparadas a la cima, pero no lo olvides, somos bastante raros. Nuestras canciones no van a ninguna parte y yo ni siquiera canto. ¡Es increíble que hayamos conseguido tanta atención como tenemos!», subraya Leo, hermano también del guitarrista  Ted Leo (Chisel, The Both, Ted Leo and The Pharmacists).

Como apuntaba Tim Kinsella —cantante de grupos como Cap’n Jazz, Owls o Joan of Arc— en una entrevista para el blog de BCore: «Eran increíblemente cool. Mientras el resto todavía experimentábamos (y fallábamos) miserablemente en público, ellos ya parecían haber alcanzado su pleno potencial, como si no tuvieran nada que demostrar […]. Recuerdo que todo el mundo los respetaba y estaba de acuerdo en que eran buenos en una época en la que rajar de manera mezquina era más que habitual».

La batalla por reivindicar a The Van Pelt fue emprendida hace cuatro años por La Castanya. La discográfica catalana comenzó rescatando sus sencillos y los temas inéditos que deberían haber formado su tercer trabajo, «Imaginary Third» (2014). El año pasado remasterizaron y reeditaron sus dos primeros álbumes: «Stealing From Our Favorite Thieves» (1996) y «Sultans Of Sentiment» (1997). Y ahora, para celebrar el décimo aniversario del sello, se los traen a España para tocar en Madrid (viernes 16 de noviembre, sala Barceló) y Barcelona (sábado 17 de noviembre, sala Apolo), junto a Hot Snakes, Flasher y White Magic.

—Al igual que Stuart Braithwaite, ¿tú también crees que The Van Pelt fue un grupo infravalorado si lo comparas con otras bandas de los años 90?

—¿Puedo responder que sí a esto? Pues sí, pero ya sabíamos que el mundo del arte se basaba en la irracionalidad cuando entramos en él. Por eso lo amamos.

—¿Y nunca analizaste por qué The Van Pelt no tuvo más audiencia?

—Ha sido un pensamiento constante a lo largo de estos años, sí, pero nunca hemos visto ningún tipo de boom en el interés por la banda. Honestamente, el proyecto no me preocupa en ese sentido. Por supuesto que desearía que nos escuchara más gente y les encantaran nuestras canciones, pero lo que quiero sobre todo es ser libre para hacer la música que me apetece. Además, siento que ya tenemos una buena base de seguidores apoyándonos para lo raros que somos.

—¿Cuántos discos vendió The Van Pelt en los 90?

—No tengo ni idea.

—¿Tampoco de «Sultans of Sentiment»?

—Lamentablemente, no. Hemos intentado obtener esa información de vez en cuando, pero nuestra antigua discográfica [Gern Blandsten Records] no parece estar dispuesta a darnos el dato y nosotros tampoco podemos estar insistiendo.

—¿Te involucraste muy pronto en la música?

—Empecé a tocar el piano con 4 años y el trombón, con 10. No toqué un instrumento de rock hasta los 14, el bajo, pero creo que nunca fui bueno con él. Tres décadas después pienso que es el mejor de todos, ¡pero la fastidié! A los 17 años empecé a tocar la guitarra, aunque durante mi adolescencia, en la mayoría de bandas en las que estuve, era el cantante. Tengo la boca muy grande, siempre con algo que decir. Alguna teoría pobre y ligeramente molesta que me gusta soltar para ver cómo reacciona el público. Supongo que por eso la gente me identifica siempre como vocalista, a pesar de que mi voz es terrible y pienso que la palabra hablada es demasiado hermosa como para forzarla a cantar. Lo primero que hice, de hecho, fue cantar para una banda de hardcore llamada Mental Floss, un proyecto del exbatería de Agnostic Front, Dave Jones. Pero aquella no era mi velocidad, así que renuncié y formé un grupo de punk: Native Nod.

The Van Pelt, en la actualidad

—Tanto a Native Nod primero, como a The Van Pelt después, se les ha atribuido en ocasiones ser dos de las bandas pioneras de eso que llaman «emo». ¿Esa etiqueta era un invento absurdo y sin sentido o fue realmente una escena de la que os sentíais parte?

—Formábamos parte de la escena Do It Yourself (DIY), hacíamos música intensa y emocional y nos encantaba Rites Of Spring. Para los periodistas perezosos eso era igual a ser «emo». Nosotros, sin embargo, nunca nos sentimos parte de esa escena, aunque tocáramos con muchas de las bandas asociadas a esa etiqueta. También nos metieron en el indie rock y en el college rock, y recorrimos esos circuitos sin encorsetarnos. Siempre les resultó difícil etiquetarnos y vendernos, pero eso nunca nos preocupó.

—¿Nunca pensaste en lo que podríais haber hecho, más allá de la música, para promocionaros más y vender más discos?

—Lo pensé, pero nunca se me ocurrió una idea al respecto, así que continué haciendo álbumes y girando con otras bandas que formé después: The Lapse y Vague Angels. Y cada vez me iba escuchando un poquito más de gente sin importar cómo de expuesto estuviera en los medios. Quizá no estábamos preparados para estar frente a una cámara.

—¿Eso no fue jamás una causa de conflicto entre Brian, Toko, Neil, Sean y tú?

—No sé si fue un problema entre nosotros. No siento que lo fuera. Realmente estábamos más interesados ​​en el arte que en la notoriedad.

—Hace unos meses, Chris Brokaw me contó que él y Thalia Zedek no consiguieron ganarse la vida con su música durante los años de Come, incluso habiendo teloneado a Nirvana en su última gira europea. ¿Pudisteis hacerlo vosotros en algún momento entre 1993 y 1997?

—No, nunca nos hemos ganado la vida con la música. Trabajábamos en laboratorios fotográficos, como pintores para artistas conceptuales y en todos los restaurantes vegetarianos de la ciudad de Nueva York. Nos ofrecieron un montón de dinero en aquellos días. Creo que rechazamos algo así como 16 ofertas de grandes multinacionales. Ese no era nuestro sitio. Nunca aspiré a tener un yate… no hay chicha en ese mundo.

—¿Qué música escuchabais entonces más allá de esa supuesta escena emo?

—Yo diría que, excepto emo, lo absorbíamos todo… salvo que consideres emo a Seam y Vitreous Humor. En Nueva York buceábamos en cualquier cosa que nos resultara interesante. Cuando íbamos de gira, comprábamos casetes en las paradas que hacíamos en medio de Estados Unidos y buscábamos las mejores caras b de las grandes estrellas del pop. Vocalmente siempre me sentí atraído por los cantantes que hablaban. La mayoría de las que me fijé eran mujeres, como Jaqi Dulany, de los Dust Devils, o Kim Gordon. Brigitte Fontaine hizo un montón de discos con Areski Belkacem que me influyeron mucho. Y en la guitarra cogía cualquier cosa que saliera de Louisville, como Slint y Gastr Del Sol.

—¿Crees que la música de los dos primeros discos de The Van Pelt ha resistido bien el paso del tiempo?

—Para mí es raro decirlo, pero en su mayor parte creo que sí. Particularmente «Sultans of Sentiment». Cuando los escucho ahora, por un lado siento miedo de volver a visitar a esos jóvenes de hace más de 20 años, pero por otro, hay que tener en cuenta que la mayor parte de la música más famosa de la historia fue escrita por niños de 20 años. En The Van Pelt, obviamente, hay algo de eso. Tiene esa crudeza e inocencia de la juventud con la que toda la sabiduría de la vejez no puede competir. Eso me ayuda a superar cualquier vergüenza que pueda surgirme al hablar con autoridad sobre qué diablos estaba cantando.

—Esas letras de los 90, ¿siguen reflejando tu forma de pensar sobre lo que pasa hoy en día?

—Gran pregunta. Siempre he escrito y probablemente siempre escribiré sobre una cosa: la mágica transición romántica entre cosas binarias. Es decir, el espacio que hay entre el bien y el mal, el sí y el no, lo masculino y lo femenino, lo activado y desactivado. Me encanta vivir en el gris, eso nunca ha cambiado. Siempre he dado vueltas alrededor de esta cuestión, desde que estaba en Native Nod. Ese tema nunca envejecerá para mí.

—La música de The Van Pelt parece simple y complicada al mismo tiempo. Bella y extraña a partes igual. Así es, a grandes rasgos, como yo la veo, pero me gustaría saber si alguna vez vosotros os sentabais a hablar sobre cómo veíais vuestras canciones…

—Hablábamos largo y tendido sobre ellas. Eso era casi más divertido que escucharlas. En esas conversaciones siempre intentábamos averiguar qué es lo que sobraba. Para nosotros, la idea principal era no tocar más allá de lo que había que tocar, lo que hacía que la grabación fuera un desafío diferente, ya que nuestras canciones requerían espacio. Necesitábamos escuchar el silencio del estudio o el local para que los temas se liberaran correctamente.

—¿Y hablasteis al principio sobre la música que queríais hacer, de una manera consciente, antes de los primeros ensayos de The Van Pelt?

—Al principio, no. The Van Pelt comenzó gradualmente. Mi compañero de la Universidad de Nueva York tenía una banda que ensayaba en nuestra habitación. Me preguntaron si quería tocar el bajo. Luego el batería renunció y le pedí a Neil O’Brien que se uniera. Más tarde, yo y el guitarrista Barry London (Oneida, Knoxville Girls) intercambiamos de instrumento. Barry lo dejó pronto y se unió Toko Yasuda. El otro guitarrista original fue Dave Baum. Esa fue la formación con la que grabamos «Stealing From Our Favorite Thieves». No hubo mucha discusión sobre qué canciones queríamos hacer, salvo que todos estábamos de acuerdo grabar un disco de himnos. En ese momento parecía que la guitarra estaba a punto de morir. Todo lo que escuchábamos y nos rodeaba era art rock y música electrónica. Y si iba a desaparecer, queríamos que lo hiciese con una explosión. Después del primer álbum nos separamos. Barry y Dave se lanzaron al cine y Toko se unió a Blonde Redhead. Unos meses más tarde, Neil y yo pensamos intentarlo de nuevo como trío, pero no funcionó con la gente que probamos, así que le pedimos a Sean y Brian que se unieran. Ellos tenían una banda increíble que también estaba plagada de problemas, así que decidimos reconfigurarlo todo. Justo ahí nos graduamos en la universidad, entramos en el mundo real, cortamos con nuestras novias y se produjo aquella gran tormenta de nieve de enero de 1996 que cerró la ciudad de Nueva York. En esa situación empezamos a hablar sobre todo lo que habíamos perdido. De ahí surgió «Sultans of Sentiment».

—The Van Pelt empezó cuando Bill Clinton fue elegido presidente, solo dos años después de la primera Guerra del Golfo. ¿La política tuvo algún tipo de influencia en la música?

—Sí, mucho. Poco antes, cuando cayó el Muro de Berlín, hice un intercambio con un estudiante de Alemania. Fue a vivir a Lübeck, muy cerca de la frontera con la República Democrática Alemana (RDA, de influencia soviética). La política siempre ha estado presente en lo que hacíamos. Debo admitir que soy culpable de la nostalgia que aparece con respecto a la Guerra Fría. Me encantaron los libros de Milan Kundera [«La insoportable levedad del ser», de 1984, considerada una obra maestra que intentaba comprender la disidencia que se vivía en Europa del Este durante aquella época]. Siempre he tenido esa fantasía de encontrar el romance en un ambiente hostil. Creo que eso está relacionado con el amor que siento por la vieja ciudad de Nueva York, sucia y peligrosa, donde los encuentros casuales en la calle conducen a noches interminables que no cuestan dinero. Nunca envidié tener un yate, como te decía, yo era más de un bar con dos botellas y tres clientes preparados para que nos las bebamos juntos. Esa es mi  manera de decir que sí, que estábamos involucrados en la política y en las protestas de aquellos años en lo que respecta a nuestra música. Pero no tanto con el puño cerrado, sino más como tema de fondo.

—Y cuando cantas cosas como «Nosotros somos los rechazados, los de clase baja, los impuros, los descuidados. Somos los cretinos, los millones de incivilizados, los seres humanos de segunda categoría» en «We Are The Heathens», ¿eso es también política?

—«We Are The Heathens» es un recordatorio de que Estados Unidos está formado, principalmente, de los perdedores que no pudieron sobrevivir en sus propios países. Y que son precisamente estas hordas incivilizadas las que siempre ganan. Ese punto dulce donde la barbarie se encuentra con la civilización es donde todas las grandes culturas tienen éxito.

—Leí que te gustan algunos grupos y artistas españoles, como Pony Bravo y el Niño de Elche. ¿Cómo los descubriste?

—Joan Guardia, de La Castanya, conoce muy bien la música que siempre ando buscando. En 2014 hicimos un concierto con Pony Bravo y me impactaron. Con respecto al Niño de Elche («Ni revolucionario ni transgresor, soy flamenco», marzo de 2018), hay una sociedad española llamada La Nacional, en la calle 14 de Nueva York, donde tienen una escuela de flamenco. Todas las semanas hay espectáculos y, durante un periodo de mi vida, iba continuamente a inspirarme. Joan sabe que no soy muy purista con los estilos, así que, cuando me lo puso una de las veces que vino, me atrapó enseguida. Lo mismo que Rosalía.

—Pues en España, tanto el Niño de Elche como Rosalía, han sido muy criticados precisamente por los puristas. Aseguran que están traicionando la esencia del flamenco. ¿Qué piensas tú cuando alguien habla de «traicionar» algún tipo de música?

—Yo amo a todos los artistas que traicionan la esencia de cualquier cosa.

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