José Manuel Otero Lastres el 27 oct, 2014 Soy consciente de que voy a tratar un tema sumamente polémico, como es el de hasta dónde llega la responsabilidad de un líder de un partido por las ilicitudes en que incurran otros compañeros de la misma formación, sobre todo cuando han sido altos cargos. Como habrán adivinado viene esto a cuento por las sorpresas (reales o fingidas) que se han llevado algunos dirigentes de los partidos mayoritarios (sobre todo del PP) cuando han visto que se llevaban detenido a alguno de los que llegaron a ocupar con ellos cargos políticos relevantes. Desde luego, habrá gente, y no serán pocos, que piense que todo dirigente de un partido tiene que estar al tanto de lo bueno –y sobre todo de lo malo- que hagan, cuando menos, los militantes más destacados. Los que así piensan configuran de modo muy estricto la “obligación de vigilancia” del dirigente, de tal suerte que si un miembro relevante del partido –y más aún si fue uno de sus hombre confianza- ha sido un corrupto, el líder es responsable bien porque debiendo saberlo lo ignoraba, bien porque no vigiló lo suficiente a sus subordinados. Para mi tengo que los que piensen así no carecen de razón. Pero para llegar a un conclusión equilibrada no conviene olvidar que uno no puede vivir en una permanente desconfianza. En un partido político militan sujetos de toda condición, se suele llegar a la formación política por vocación, pero también por razones más o menos turbias, que cuando existen, son inconfesables. Y el ascenso desde abajo a los puestos de mayor nivel suele obedecer en parte –aunque escasa- a la valía del militante, y en su mayor parte a que el promovido ejercita con deleitación la actividad de adular a su jefe. En esos casos, es cuando más desprevenido se coge al mandamás que acaba creyendo, no solo en las virtudes del adulador, sino también en su aparente honradez. También en esta hipótesis no está exento de culpa la líder engañado, pero, en mi humilde opinión, es humano vivir en la creencia en la integridad en el obrar de los colaboradores, sobre todo la de los más estrechos, antes que en una especie de clima detectivesco y de desconfianza. Lo humano es confiar, lo inusual es dudar permanentemente de la rectitud de los que te rodean. Ahora bien, lo que sería de todo punto inadmisible es que, descubierta la corrupción del colaborador, el líder honrado y limpio no reaccionase con todo rigor contra el corrupto. Incluso aunque el corrupto pueda llegar a “tirar de la manta”. Lo que el pueblo no perdona es la tibieza del que se entera de que tuvo en su equipo a un corrupto y no hace nada o poco. Porque si no reacciona con energía puede llegar a dar a entender que también él oculta algo. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 27 oct, 2014