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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

¿Hay alguna razón para sentirnos soberbios?

José Manuel Otero Lastres el

Seguramente, no serán muchos los que se hayan preguntado al menos una vez por qué son lo que son. Lo más probables es que se hayan limitado a aceptarlo sin interrogarse nunca por qué tienen unas cualidades físicas y no otras, por qué poseen un determinado coeficiente intelectual, por qué tienen unos sentimientos y no otros, y, por no extenderme, por qué han nacido en una determinada familia y no en otra. Pero no creo que sea porque seamos conformistas, ni porque estamos contentos de ser como somos, sino porque somos muy poco dados a reflexionar.

Si empleáramos cierto tiempo en pensar sobre todas o algunas de esas cosas, es muy probable que cayéramos en la cuenta de que el factor que más ha influido en nuestra vida es la aleatoriedad. Somos fruto, aunque nos cueste creerlo, de la casualidad.

Si, como dicen, al día nacen en el mundo alrededor de 376.000 personas, es porque diariamente tienen lugar otras tantas fecundaciones que responden todas ellas al azar. Es verdad que hay unas leyes genéticas que determinan los caracteres de cada uno de nosotros. Y lo es también que los progenitores influyen en las características físicas y económico-sociales de sus vástagos. Me refiero sobre todo a la raza y a la posición económica inicial.

Pero, hoy por hoy, todavía no está controlado el momento de la concepción y, en consecuencia, el que cada uno sea como es, tanto en lo físico como en lo intelectual, responde a las “sinleyes” de lo fortuito. Así que la primera lección que deberíamos aprender es que no tenemos ni mérito ni demérito alguno en ser lo que somos cuando nacemos. Dicho con otras palabras: el recién nacido no es el resultado de su propio quehacer, sino lo que ha “decidido” la pura y dura casualidad.

Otra cosa es en qué vamos convirtiendo lo que inicialmente somos. En esto, tenemos un amplio margen de participación que está condicionado también por los “talentos”, tanto en lo físico como en lo intelectual, que recibimos, también azarosamente, en el momento de la concepción. Físicamente, podemos mejorar o deteriorar nuestro cuerpo, manteniéndolo en forma o dejando que se deslice por el tobogán del sobrepeso. Intelectualmente, el campo también es muy amplio, ya que siempre podremos cultivar –es decir, hacer que fructifiquen- los dones espirituales que hemos recibido o dejar que sigan siendo un campo yermo.

Por eso, si pensáramos en por qué somos lo que somos, no deberíamos vanagloriarnos por lo bueno que nos dieron y ser muy indulgentes con los que salieron peor parados en el momento fortuito de su concepción. En lo que, en cambio, podría haber algún lugar para una moderada vanagloria –sin  llegar nunca a la inadmisible soberbia-, es en si realmente hubiésemos logrado mejorar lo que nos dieron.

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