José Manuel Otero Lastres el 17 ago, 2016 En el Diccionario de la RAE la palabra “famoso” tiene dos acepciones que vienen especialmente a cuento para lo que quiero decir. En la primera, se atiende al grado de difusión del conocimiento: “ampliamente conocido”, sin tomar en consideración la razón de tal conocimiento. Hasta tal punto es esto cierto que se pone como ejemplo “ladrón famoso”. En la segunda, se parte de la razón por la que se ha llegado a tal condición: “muy conocido y admirado por su excelencia” y el ejemplo que se pone es “un arquitecto famoso”. En nuestra sociedad de hoy, la enorme capacidad de difusión de los medios actuales, singularmente la televisión, hace que importe sobre todo ser conocido y no tanto la razón de ello. Si bien hay una diferencia entre uno y otro caso que es la perdurabilidad de la fama: la persona excelente que llega a ser conocida y admirada lo es de manera permanente, mientras que el ocasional lo es por muy poco tiempo. Hasta la aparición de los teléfonos móviles con cámara de fotos incorporada, muchos de los ciudadanos que viven en el olvido de los del montón cuando se encontraban con un famoso, del primer o del segundo tipo, se atrevían todo lo más a dirigirle unas palabras de admiración o a pedirle un autógrafo. Con lo cual, el famoso era poco importunado y podía sentir el placer de la fama y casi ninguno de sus inconvenientes. Desde que cada ciudadano se ha convertido gracias al teléfono móvil en un fotógrafo, las costumbres de la ciudadanía han cambiado. Ahora, como si los famosos les pertenecieran y tuvieran que acceder obligatoriamente a sus demandas, son muy pocos los que se resisten a solicitarles un “selfie”, esperando que no opongan la más mínima resistencia a su petición. Hay personajes cuya fama, además de personal es representativa, por lo que su conducta los implica no solo personalmente, sino también a la institución que representan. En ese caso, deben extremar su grado de paciencia, ya que negarse a los “selfies” solicitados suele repercutir negativamente tanto a nivel personal como institucional. La cuestión se vuelve vidriosa cuando se está ante un personaje que le debe la fama únicamente a su talento y solo se representa a sí mismo. En esta hipótesis entran en conflicto el derecho a la tranquilidad que debe reconocerse al famoso al menos en algún momento de su vida privada y la idea de que “el famoso” es un “bien” de la generalidad. Cualquier conflicto debe solucionarse ponderando los intereses enfrentados y aunque comprendo que se desate el entusiasmo entre la ciudadanía cuando se topa inesperadamente con un famoso y decida tomar el móvil en ristre para fotografiarlo, no estaría de más que repararan por unos instantes en la oportunidad del momento. Y es que hay situaciones en las que fotografiar a los famosos, lejos de envanecerlos, los molesta profundamente. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 17 ago, 2016