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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

El susto del amor

José Manuel Otero Lastres el

El título de esta reflexión es de Gabriel García Márquez y habla de ello en su discurso “Palabras para un nuevo milenio”, que pronunció en Cuba el 29 de noviembre de 1985. Cuando la leí hace unos años, la subrayé seguramente porque entonces me pregunté si en verdad el amor era un susto. Dice el diccionario de la RAE que susto es una “impresión repentina causada por miedo, espanto o pavor” y significa también “preocupación por alguna adversidad o daño que se teme”.

¿Es eso lo que provoca el amor? ¿Puede haber en el amor algún vestigio de miedo o temor ante un daño que se teme? Estoy seguro de que las respuestas de ustedes no serán unánimes. Dependerán de cómo le haya ido en su vida amorosa.

Pero si recordamos el momento en el que sentimos el amor de pareja por primera vez estoy convencido de que más de uno se llevó un susto. Y es que no se puede negar que la aparición del amor estableció un antes y un después en el vaporoso e incontrolado mundo de los sentimientos. A partir de ese momento, se introdujo en nuestro tranquilo yo un nuevo ser que pasó a interesarnos enteramente y que empezó a invadir la mayor parte de nuestros sentimientos.

Y eso, además de avivar nuestra alma, nos intranquilizaba, porque no nos bastaba con querer, sino que deseábamos ardientemente ser correspondidos. Porque el amor es a la vez dulce y amargo. Como escribió Gibrán Khalil Gibrán en el Profeta “cuando el amor os llame, seguidle, aunque sus caminos sean agrestes y escarpados. Y cuando sus alas os envuelvan, dejadle, aunque la espada oculta en su plumaje pueda heriros. Y cuando os hable, creedle, aunque su voz pueda desbaratar vuestros sueños como el viento asola vuestros jardines. Porque así como el amor os corona, así os crucifica. Así como os agranda, también os poda”.

Por eso, coincido con García Márquez en que el amor es un susto. Cuando amamos, sin que podamos explicarnos por qué, sentimos instantáneamente el temor a no ser correspondido. El espíritu se serena cuando tenemos la gran fortuna de ser también amados. Entonces, pasado el susto de la llegada del amor, el que proviene del ser amado actúa como un bálsamo que hace que el alma entre en calma, se tranquilice, y que desde entonces solo deba esforzarse en la ingente tarea de conservar el prodigio que ha ocurrido.

Para que la calma del amor correspondido sea duradera me permito recordar los consejos del citado Gibrán Khalil: “… que haya espacios en vuestra comunión, y que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una traba… permitid que cada uno esté solo, al igual que las cuerdas del laúd están separadas y, no obstante, vibran con la misma armonía… Vivid juntos, pero tampoco demasiado próximos; ya que los pilares del templo se erigen a distancia, y la encina y el ciprés no crecen a la sombra uno del otro”.

 

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