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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

El gorrión viajero

José Manuel Otero Lastres el

Con este breve relato de ficción le deseo a todos mis lectores felices fiestas

 

Nunca supo donde nació. Solo conservaba vagos recuerdos de su estancia en un nido con sus hermanos y de los reiterados viajes de sus progenitores para darle sus primeros alimentos. No sabría precisar dónde ocurrió todo aquello, pero por lo que hablaban los humanos de aquel lugar le pareció que podía tratarse de cualquier lugar de Francia.

Pasó allí sus primeros años. No más de dos. Y aunque estaba a gusto y tenía suficiente comida, poco a poco fue volando hacia el sur hasta que una mañana se despertó oyendo una lengua distinta de la de su querido país de origen. Estaba en España, concretamente en un lugar del norte. No tardó en encariñarse con aquel paraje. Incluso en el primer abril que pasó en su nuevo país se apareó con una “gorriona” española y tuvo sus primeros pollitos hispanos.

No es que fuera un culo de mal asiento, pero permanecía poco tiempo en cada lugar. Le gustaba mucho descubrir nuevos parajes y volar con diferentes bandadas de gorriones. Era verdad que las gentes de cada país no hablaban exactamente lo mismo, pero él y sus congéneres no tenían problemas de idiomas pues seguían piando de la misma manera y se entendían a la perfección.

Por la variedad a la que pertenecía era de los que habitan en el extenso mundo de los del montón. El color de su plumaje era muy vulgar: tonos grises y marrones sin un solo color llamativo que engalanase su plumazón. Tampoco sus trinos eran especialmente melodiosos, apenas unas notas siempre igual de monótonas que jamás llamaban la atención de los humanos. Y lo peor de todo es que era la especie de pájaro que más abundaba. En sus años de vida en Francia y en España, veía por doquier multitud de gorriones como él.

Así que decidió seguir volando hacia el sur para ver si por fin existía algún lugar en el que su especie fuera exótica. Después de varias horas de vuelo sobre el mar, llegó a un lugar en el que sus habitantes hablaban de un modo muy diferente a los de Francia y España. Y sobrevoló unos campos de alfalfa par ver si encontraba allí algún otro gorrión. Su desencanto no tardó en producirse, los vio a bandadas. Y todos eran cómo él, no presentaban ninguna diferencia: su aspecto era igual que el de ellos y su canto también.

Un día en Marrakech, en un vuelo descuidado, entró en el hall de un lujoso hotel en el que había dos grandes pajareras blancas cada una de ellas con dos pájaros con un hermoso plumaje de colores que cantaban maravillosamente. Desde lo alto de una lámpara pudo ver que en cada jaula había dos cuencos llenos de alpiste y cañamones. Y bajó para ver si podía picar algo.

Cuando estaba cerca del comedero de la jaula, se fijó en uno de los pájaros cautivos. Y le pareció que una minúscula lágrima le rodaba por el rostro. Nunca había visto llorar a otro pájaro así que trató de asegurarse y se arrimó a él todo lo que pudo. No lloraba exactamente, pero tenía sus ojos acuosos.

Le preguntó por qué estaba triste si era muy bello, cantaba muy bien y tenía abundante comida. Y él respondió que no se quejaba de eso, que para los demás podía parecer mucho, pero para él había otra cosa mucho más importante de la que carecía: la libertad.

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