Hay personas que se han ganado buena fama por su sabiduría. Entre los muchos a los que tengo por sabios, merecen especial mención dos españoles coetáneos que vivieron en nuestro Siglo de Oro: Francisco de Quevedo y Baltasar Gracián. Ambos nos han dejado opiniones tan breves como acertadas. Me permito recordarles una de cada uno de ellos.
Quevedo, en sus migajas sentenciosas, escribe: “Preguntándole a un silenciario (persona destinada a cuidar del silencio o la quietud de la casa o del templo, Dicc. RAE) si callaba de sabio o de necio, respondió presto y bien: el necio nunca calla”. Y es que el hablar, sobre todo si es mucho, nunca estuvo bien visto.
Hay al respecto una frase atribuida a diferentes autores, entre otros al Presidente Lincoln, a Mark Twain, a Maurice Switzer y Arthur Burns, por lo que debe ser muy ingeniosa que complementa la anterior y dice así: “Es mejor guardar silencio y ser considerado un tonto, que hablar y despejar las dudas de todos”.
Estoy de acuerdo con el gran valor del silencio, siempre que no se exagere. Considero que no deben plantearse dudas si nos situamos en los extremos: es mejor hablar de menos que de más y es mejor callarse de más que de menos. Pero como en todo hay que sopesar las circunstancias.
Y por aquí surge la frase de Gracián. En su reflexión número 35 de El Arte de la Prudencia afirma: “Sopesar las cosas. Más las que más importan”. Añade “Muchos hacen mucho caso de lo que importa poco y poco de lo que importa mucho, sopesando siempre al revés”. Y remata: “El sabio todo lo sopesa, aunque ahonda especialmente donde hay profundidad y dificultades y donde cree que a veces hay más de lo que se piensa”.
Dos pensamientos complementarios que deben hacernos reflexionar.
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