Hace muchos años, cuando vivía en León, me senté en el escritorio y le escribí esta carta a mi padre, quien falleció cuando yo tenía tres años. La reproduzco en el blog por si algún lector ha pasado por un trance similar y le valen de algo mis palabras:
“Querido Miguel:
Se me hace muy raro escribir a una persona que ya no existe. A la que no tuve tiempo de conocer. Fuiste mi padre vivo durante dos años y medio. Y desde entonces hasta hoy, eres mi padre en el recuerdo.
Mientras estuvimos juntos, tú estabas seguramente en la plenitud de tu vida. Y la mía, apenas había comenzado. Por eso, mi ser de hoy, más pleno, no puede recordar ni una sola de tus caricias. Ni mi carne ha podido retener uno solo de tus abrazos. Ni mi rostro, ya ajado, ha sido capaz de conservar la humedad que tus labios fueron posando sobre él, cuando era sonrosado y terso.
Y, sin embargo, no has dejado de vivir en mi recuerdo. Pero en el reciente, porque en el de los primeros años no puedo asegurártelo. En cualquier caso, si en mi niñez pensé en ti, fue más impulsivo, pero menos hondo que hoy, mi pensamiento. Porque no se necesita más simplemente por ser pequeño, sino por echar en falta. Y para ello es preciso que pase el tiempo.
Para esto sirve ser padre. Para vivir aún después de muerto. Morir, dejando vivos con tu sangre, es vivir fluyendo en su recuerdo. Pero en el recuerdo, Miguel, la vida es un gran vacío. Es un inmenso echar de menos. Es como tener dentro un nido sin pájaro, que nunca volverá a ser habitado y que, poco a poco, se va deshaciendo.
Ser padre en el recuerdo, Miguel, es un estar amorfo e intermitente, pero intenso. Te haces presente cuando te necesito, pero sin rostro, sin límites, sin cuerpo. Te llamo cuando gano y recurro a los vivos cuando pierdo. Te imagino como quiero, forzado, a veces, por la vieja foto amarillenta que aún conservo. Pero tú espíritu vive en mi interior sin defectos, como un héroe que no resiste la comparación con ningún otro ser, vivo o muerto.
Muchas veces me pregunto por qué no recuerdo el día en que me di cuenta de que no estabas, de que no tenía padre vivo, sino padre en el recuerdo. Parece que debería haber sentido un gran dolor, hasta el punto de descubrir dónde se oculta el alma en el cuerpo. Pero no fue así. Y ahora ya sé la respuesta: no es el desamor, sino el tiempo. Las cosas lejanas no duelen porque el tiempo las hace tornar de vivas en recuerdo.
Sé que es más difícil, Miguel, amar a un padre vivo que a un padre en el recuerdo. Sobre todo si se hace como yo, que te magnifico cada vez que te pienso. Pero alguna ventaja han de tener los que no tienen más recurso que el recuerdo. Aunque esto, más que ventaja, es un consuelo, porque, si me dieran a elegir, preferiría amarte y sufrirte como vivo que tener que escribirte lo que siento. Y si hoy te escribo es para decirte lo que no tengo conciencia de haberte dicho mientras eras mi padre vivo: te quiero. Y para pedirte, como despedida, que me quieras todo lo que puede querer a su hijo vivo un padre muerto.”
Otros temas