José Manuel Otero Lastres el 27 ago, 2020 En toda concesión de un honor, los concedentes valoran los méritos objetivos del galardonado, de tal suerte que cuanto más relevantes y menos incuestionables sean sus merecimientos, más fácil será no equivocarse al concederle el premio. Y lo contrario, si son escasas sus virtudes, no solo no acertarán quienes conceden el galardón, sino que acabarán desprestigiándolo. Los problemas surgen cuando pesan menos los méritos objetivos del galardonado que las motivaciones subjetivas e interesadas de quienes le atribuyen la prerrogativa. Lo cual sucede frecuentemente cuando el premiado tiene poder, por lo general político o financiero, de modo tal que el puesto que ocupa el recompensado se convierte en el argumento principal para otorgarle la distinción: los demás méritos importan menos porque lo que se busca son sus favores. Y es que dada la debilísima resistencia que opone el ser humano al halago y la lisonja, la concesión de un honor está entre las principales armas para mover la voluntad de los poderosos a favor de los aduladores. Esto no es, en cambio, lo que había sucedido con don Juan Carlos I cuando la ciudad de Barcelona decidió concederle la medalla de oro de la ciudad. El solo hecho, reiteradamente repetido en estos días, de haber devuelto la soberanía nacional al pueblo español e instaurar una democracia parlamentaria plena en la Constitución de 1978 aprobada en referéndum nada más y nada menos que por el 94% de los catalanes, pone claramente de manifiesto el acierto de la concesión de la medalla de oro. Es verdad que las cosas pueden complicarse cuando surgen acontecimientos posteriores, que afectan al premiado y que, de ser ciertos, podrían poner en duda el merecimiento del galardón. En estos casos, y sin esperar a que se destruya la presunción de inocencia del galardonado, los políticos oportunistas que utilizan el acto como cortina de humo para ocultar defectos en su gestión y los ojos acusadores del pueblo se vuelven siempre con severidad hacia el premiado. Y si éste ya ha abandonado el cargo, los más fervorosos partidarios de la concesión se vuelven ahora los más encendidos vociferantes para que devuelva el premio. Seguramente pensarán que si es a ellos a los que más se ve al exigir la restitución, los demás podrían llegar a dudar de si ciertamente eran ellos los que más aplaudían en el momento de la entrega. A esto se refiere el proverbio español que dice «el que hoy te compra con su adulación mañana te venderá con su traición». ¿Son los herederos de los aduladores de entonces los que han vendido hoy con su traición al Rey Juan Carlos? Política Comentarios José Manuel Otero Lastres el 27 ago, 2020