En la sesión de investidura de tapadillo que está teniendo lugar estos días, en la que está en un serio peligro la España constitucional de 1978, me sentí reconfortado al escuchar las intervenciones de dos diputadas que alcanzaron el máximo nivel: Ana Oramas, cuya valiente y magnífica intervención destaca Paloma Cervilla en esta misma sección (y me adhiero sin reserva alguna a lo que dice) e Inés Arrimadas.
El vapuleo dialéctico que le dio Inés Arrimadas a Pedro Sánchez fue de tal envergadura que el rostro del candidato a Presidente se iba crispando a medida que la extraordinaria parlamentaria de Ciudadanos iba exponiendo, una tras otra, sus continuas mentiras y contradicciones. Arrimadas denunciaba el doble juego de Sánchez al que le preguntaba si también él era fascista cuando decía lo mismo por lo que ahora llama fascistas a los constitucionalistas.
Su pregunta a los diputados del PSOE ¿“no hay ni un solo valiente en la bancada socialista que cambie su voto como ha hecho Ana Oramas y evite la investidura? ¿Ni uno solo?” quedará sonando en las paredes del Congreso como los agujeros de las balas de Tejero. Diógenes buscaba hombres honestos con su lámpara, Inés Arrimadas con su discurso busca “socialistas valientes” que quieran más a España que la nómina de su cargo en el Congreso.
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