José Manuel Otero Lastres el 29 sep, 2014 Aunque pudiera parecer lo contrario, no me gusta tener que volver a escribir sobre Artur Mas. Es un tema que me cansa, que se ha convertido en un diálogo de sordos, y respecto del cual he llegado a la conclusión de que, a los que son soberanistas, por mucho que se les diga o se les razone, no se mueven ni un centímetro de sus posiciones independentistas. Pero le acabo de escuchar una intervención en televisión que me ha indignado. Con una medio sonrisa, que interpreto como de “autocomplacencia” –por no decir “chulería”-, criticó que el Tribunal Constitucional no hubiera tardado ni un día en reunirse, añadiendo que había actuado a “velocidad supersónica” para frenar la consulta. ¿Qué esperaba el señor Mas? ¿Creía que el Gobierno iba a tolerar impasible un desafío de tal envergadura al Estado de Derecho plasmado en nuestra Constitución? Desde luego, la ley catalana de consultas y la firma del decreto convocando para el ejercicio de ese inexistente derecho a decidir no cogieron al Gobierno por sorpresa. El propio señor Mas lleva tanto tiempo pavoneándose de que va a convocar un referéndum para el 9 de noviembre que no puede extrañarle que los órganos del Estado tuvieran perfectamente preparada la respuesta. La celeridad con la que han respondido está en plena consonancia con la dimensión del conflicto institucional que ha planteado. Y bastaría con tener interés en leer las leyes para saber que la simple admisión a trámite de los recursos del Gobierno por el Tribunal Constitucional implica la suspensión automática de las normas catalanas. Lo malo para el señor Mas y sus colaboradores es que se ha acabado el tiempo de las palabras (en el que estaban amparados por la libertad de expresión) y que acabamos de entrar en el mundo de los actos jurídicos. A partir de ahora, cada acto que realice puede llegar a ser delictivo, de aquí que lo más probable es que se anden con mucho tiento. De ser así lo que se avecina, el señor Mas habrá pasado de “bravucón” a una especie de títere subido a un cohete. Porque una vez que ha encendido la mecha subirá, explotará, habrá hecho mucho ruido y caerá chamuscado, dejando solamente una nube de humo en el aire. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 29 sep, 2014