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¿Hacia un nuevo yo-sensiblero?

José Manuel Otero Lastres el

Subo a mi blog la Tercera que he publicado hoy en ABC por si puede interesar a alguien

 

En la lección Cambio y crisis, que forma parte de su obra En torno a Galileo, Ortega y Gasset escribía en 1933: «Mis opiniones consisten en repetir lo que oigo a otros. Pero ¿quién es ese o esos otros a quienes encargo ser yo?… ¿Quién es el sujeto responsable de ese decir social, el sujeto impersonal del “se dice”? ¡Ah!, pues, la gente». Y concluye el genial filósofo: «Y al vivir yo de lo que se dice y llenar con ello mi vida he sustituido el yo mismo que soy en mi soledad por el yo-gente». Seguramente, desde entonces el contenido impersonal y homogéneo del “yo gente” del que hablaba el filósofo habrá ido adquiriendo el contenido que reflejaba en cada momento el sentir social del “se dice”. Pues bien, para mí tengo que en nuestros días ese “yo-gente” se ha impregnado tan intensamente de sensiblería que puede ser calificado, al menos en una buena parte, como un “yo-sensiblero”.

La palabra sensiblero referida a las personas significa, según el Diccionario de la RAE, “proclives a un sentimentalismo exagerado, superficial o fingido”. Averiguar, por tanto, si el “yo-gente” de hoy tiene unas dosis elevadas de sensiblería obliga, en primer término, a hacer unas brevísimas consideraciones sobre el sentimentalismo y determinar, seguidamente, si éste se ha vuelto exagerado, superficial o fingido.

No es fácil fijar con precisión qué se entiende por “sentimentalismo”. El concepto gramatical (diccionario de la RAE) es “cualidad de sentimental”, y “sentimental” significa que “alberga, suscita o es propenso a sentimientos tiernos o amorosos”, o que es “exagerado en la expresión de sus sentimientos”. Según la primera de estas acepciones, los sentimientos quedarían reducidos a los “tiernos y amorosos”. En cambio, de acuerdo con la segunda, se incluirían todo tipo de sentimientos y la nota esencial de la acepción residiría en la exageración al expresarlos. El sentimentalismo del que hablo, y precisamente por referirse a sentimientos diferentes a la ternura o el amor, es este último.

En un artículo de 1982, titulado “Sentimiento, sentimentalismo y sentimentalidad”, el filósofo Carlos Gurméndez, hablaba de una vuelta al sentimiento y presentaba este hecho “como un triunfo de la esencia femenina frente a la racionalidad tecnológica del hombre”. Escribía textualmente Gurméndez “es indudable que la mujer posee unos valores propios: ternura, debilidad, vulnerabilidad, desamparo, que enumera la psicóloga americana Jean Baker, y, por el contrario, que el hombre aparece duro, dominador, seco, racional”. “Se propugna, pues, -continuaba- oponer la riqueza del sentimiento de la mujer a la lógica implacable masculina” Y concluía “el mensaje es claro: los hombres deben asimilar de la mujer los valores sentimentales necesarios para su desarrollo espiritual”.

Treinta y seis años después de estas reflexiones, y teniendo a la vista el imparable avance de la mujer por el espinoso camino que lleva recorriendo hacia la igualdad, me parece que no se puedan “sexualizar” ni el sentimentalismo, ni la racionalidad. Los hombres y las mujeres participan de ambos y no creo que pueda negarse que el sentimentalismo y la racionalidad son atributos de la persona, sin más, y que no cabe atribuirlos en mayor o menor medida a uno u otro sexo. Lo cual no impide que haya personas más racionales que sentimentales y viceversa.

Comparto, en cambio, con Gurméndez que “el sentimentalismo, por demasía de sentir, nos priva de comprendernos, pues se convierte en quejumbre permanente del sentimiento y su estancamiento dolorido”. Es, en efecto, el exceso de sentir, especialmente el dolor y el sufrimiento, el que ha venido labrando el terreno del yo-gente actual para que germinara en él la semilla de la sensiblería. Y es que, como escribió Stefan Zweig, “en el dolor uno se hace cada vez más sensible; es el sufrimiento quien prepara y labra el terreno para el alma, y el dolor que produce el arado al desgarrar el interior, prepara todo fruto espiritual.”

¿Y cuando ha tenido lugar la exageración que ha desembocado en sensiblería? En nuestro días. Antes de la globalización, cuando aún no habían irrumpido en nuestra realidad las nuevas tecnologías y apenas sabíamos nada los unos de los otros, el “se dice” de entonces con el que formábamos el “yo gente” provenía esencialmente de la prensa escrita y radiofónica, y más tarde, desde su aparición, de la incipiente y rudimentaria televisión. Ese “yo-gente” estaba conformado, por tanto, más un por un “yo-opinativo” que por un “yo-sentimental”. Con esto quiero decir que en la “prehistoria” de la era de la comunicación se difundía principalmente opinión y los destinatarios de la información iban conformando poco a poco su manera de ver las cosas mediante la experiencia de lo realmente vivido y la asimilación de lo comunicado.

Hoy, los habitantes de la aldea global asistimos en vivo y en directo a los que nos trasmiten profusamente los medios y las redes. Y en la inevitable tergiversación que padecemos, con una constante e interesada distorsión de la realidad, hay quienes asaltan nuestra intimidad, primero con imágenes que van excitando nuestros sentimientos hasta la exageración, y después procesando en nuestro intelecto esos sentimientos exacerbados hasta traducirlos en ideas y pensamientos uniformes para la ciudadanía (lo políticamente correcto).

Para que se vea lo que quiero decir, todos recordamos las impactantes imágenes del niño turco, de tres años, Aylan Kurdi, devuelto por el mar a la orilla de la playa, tras ahogarse mientras huía con su familia del horror de la guerra de Siria. A partir de las cuales, tomamos conciencia de la guerra de Siria y no hay que descartar que sirvieran incluso para justificar ciertas operaciones militares en el conflicto. Otro tanto sucede con las reiteradas imágenes de subsaharianos ateridos de frío y con ojos de terror que son salvados en aguas del Estrecho o del Mediterráneo, las cuales nos sensibilizan sobre la realidad de una imparable y creciente migración de los más desfavorecidos. En una línea diferente, pero por poner otro ejemplo, la sensiblería también ha anidado en la ideología del animalismo igualitario, que a través de la compasión, viene propugnando que los animales son sujetos de derechos.

Por cuanto antecede, puede decirse que una buena parte del “yo-gente” de nuestros días es un “yo-sensiblero”. La cuestiones son, si embargo, quienes dirigen este asedio sentimental que sufrimos los particulares para sensibilizarnos de cuestiones cuya solución está fuera de nuestro alcance; y si esta moderna configuración del “yo-sensiblero” está organizada por alguien con finalidades más o menos confesables.

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