José Manuel Otero Lastres el 15 jul, 2014 Cuentan que el llamado “reino de las tres monedas” es un lugar del Universo de donde procedemos todos. Se trata de un cuerpo sólido celeste que vaga por nuestra galaxia en el que nos fabrican a los hombres sin sujetarse a un plan preconcebido. Allí reciben todos los pedidos de la Tierra que suelen especificar simplemente: “envíenos un ser humano”. Es verdad que hay humanos que se afanan decididamente en hacer el pedido, pero también los hay que se ponen en situación de encargarlo sin quererlo y a veces reciben la sorpresa de que les notifican la próxima llegada de uno en el que no habían pensado para nada. El caso es que tanto en un supuesto como en el otro desde el mencionado reino envían el humano fabricado al destinatario que le corresponde. Nadie estuvo en el reino de la tres monedas, salvo un poeta Gnoseón, el hombre de túnica blanca, barba abundante y cabellos largos. Él fue el que, cuando el cielo se volvió anaranjado y gris, narró lo que sucedía en ese reino. Si no fuera por su indiscutida y legítima autoridad en las cosas del Más Allá costaría mucho creer todo lo contó. En el mencionado reino, los que fabrican los niños son ciegos, sordos, no huelen, carecen de tacto y no tienen pupilas gustativas. Trabajan en una cadena de montaje que está en una gran nave, a cuyo principio hay dos grandes cubas. En una de ellas, pone “almas” y están todas mezcladas. La otra tiene escrito “partes del cuerpo” y está llena de brazos, pies, caras, troncos, etc. Los montadores de hombres empiezan a trabajar a las ocho de la mañana y no descansan ni un solo día de la semana. Don “Aleatorio”, que es el jefe de los montadores de humanos, le da a un botón y empieza a moverse la cadena de montaje girando alrededor de la cuba de los cuerpos. Allí van ensamblando al tuntún troncos, extremidades y cabezas, cuidando de que sean de la misma raza, aunque, a veces, tienen que hacer algunas mezclas en atención a los peticionarios. Cuando el cuerpo está completo, lo pasan a la cadena de las almas y a cada cuerpo le van insuflando un espíritu que también cogen al azar. Pero lo más sorprendente viene después. Cuando un individuo está montado y tiene espíritu le cuelgan una bolsa al cuello y lo hacen pasar por un pasillo muy estrecho de cristal, en cuya puerta de salida tiene tres espuertas llenas de monedas. En una, hay un cartel que dice “moneda del esfuerzo”, en otra “moneda de la facilidad” y en la tercera “moneda del sufrimiento”. Todos tienen que detenerse y no pueden salir al departamento de envíos sin que sus bolsas estén llenas de monedas. Pero no pueden tomar las que quieran, sino que hay una mujer vestida con ricos ropajes, denominada doña “Fortuna”, que las va tirando al aire para que caigan en las bolsas de cada ser humano. Dicen que los que tienen peor suerte son los que salen con su bolsa repleta de monedas del “esfuerzo” y el “sufrimiento”. Son los que más abundan. Hay algunos, pero dicen que son pocos, que van cargados de monedas de la “facilidad”. Hay quien se pregunta si este sinsentido tendrá algún sentido alguna vez y en algún mundo. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 15 jul, 2014