En nuestra imaginación, la playa es un brochazo de felicidad. Más allá, el mar. Más acá, la nada, apenas la carretera que nos lleva al parque temático del tinto de verano. En esa estrecha franja de arena y chiringuitos se nos va el verano, encantados como lagartos en plena ola de calor. En las playas de Denia y Gandía, no hay espacio para la soledad. Eso también tienen las vacaciones: el ronroneo en grupo alrededor de una sombrilla. Y sin embargo, muy a menudo ese espejismo de risas y chapoteos nos hace olvidar que, a pocos kilómetros, hay otra vida. En realidad, otras muchas vidas.
Esta es una excursión en busca de un pequeño secreto. Dirección: Parque Natural del Marjal de Pego-Oliva (la Marjal en valenciano), justo en la frontera que separa Valencia de Alicante, apenas a cinco o seis kilómetros de la playa de Oliva. Tan cerca del “prime time” del sol y playa español surge un humedal que puede parecer un inesperado Doñana de bolsillo, quizá desconocido por los habituales clientes del cercano chiringuito de Oli-Ba-Ba. Tan cerca de las piscinas y los apartamentos, el luminoso hogar de las garzas y las cigüeñuelas.
En efecto, en estas sendas cuesta encontrar un turista en pleno agosto. Sorprendentemente. Entre juncos y carrizos, en estas extensas praderas de vegetación sumergida, solo aletean aves que han encontrado aquí un pequeño paraíso (1.253 hectáreas), Parque Natural desde 1994. Al fondo, Pego y una urbanización de casas que trepan montaña arriba. Alrededor, sendas, ríos (el Vedat y el Molinell son los principales), afluentes, manantiales, campos de arroz. No, seguro que no es Doñana. Estamos en esa Comunidad Valenciana que muchos solo miran con gafas de playa.
En este Parque Natural se pueden seguir varias rutas, a derecha e izquierda de la carretera hacia Pego. A la izquierda abundan las aves, la garcilla y el zampullín, entre otras. Esta vez, sin embargo, vamos en busca del río Salinar. Hay que tomar la carretera de Oliva hacia Denia. Unos kilómetros después de pasar la zona de urbanizaciones de Oliva-San Fernando giraremos hacia Pego. Tres kilómetros antes de llegar a este pueblo, a la derecha, un cartel nos indica el camino hacia La Marjal. En seguida aparecerán los carteles de información del parque y el comienzo de esta ruta, junto al río. Una parte de la ruta se realiza por una plataforma de madera, hasta llegar a un camino que nos obliga a cruzar el río y bordear la pequeña cumbre de la Muntanyeta.
La vida natural bulle alrededor. Pudiera parecer que la playa está a varios cientos de kilómetros. En el camino, un pescador, un lugareño que se baña en el río (en su feliz soledad), la luz del atardecer que baña los campos de arroz, una casa en la inmensidad verde. Un par de horas después, junto al chiringuito, delante de una cerveza y un tinto de verano servido en un pozo de hielo, la experiencia parecerá casi irreal. ¿O lo irreal es el vuelo de ese pájaro al que llaman kite surf?
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