En la época de Facebook e Instagram, las postales se han convertido en un guiño sentimental. Aún se venden, aún se envÃan muchas, aún hay un importante mercado de coleccionistas… pero ya no están en nuestra agenda de vacaciones. ¿Cómo competir con esa foto hecha, tratada y compartida en unos segundos?
Las postales no se inventaron como una forma de promoción turÃstica, sino para estar en contacto con los amigos, con la familia. Triunfaron, claro, entre otras cosas porque eran más baratas que las cartas con sobre. Y más rápidas de escribir.
La primera idea de enviar misivas sin sobre la tuvo en 1865 -parece- el Consejero de Estado de Prusia, Heinrich von Stephan. No le hicieron mucho caso. En 1869, el doctor Emmanuel Hermman, Catedrático de EconomÃa en la Academia Militar de Wierner-Neustadt, en Austria, tras hacer circular como correspondencia privada varios trozos de papel sin sobre, pero franqueados, publicó un artÃculo titulado “Nuevo medio de correspondencia postal”. La primera postal oficial española fue emitida en diciembre de 1873. Al principio del siglo XX, en Gran Bretaña, se enviaban dos millones cada dÃa. Esa primera edad de oro finalizó con la irrupción del teléfono y las dos grandes guerras mundiales. En Estados Unidos, en 1945 se entregaron 4.500 millones de postales.
El empresario suizo Adolf Feller empezó a coleccionar tarjetas a final del siglo XIX. Eran un bonito recuerdo de sus viajes para ampliar su empresa de artÃculos eléctricos. Poco a poco, su colección creció con la aportación de familiares y amigos. Tras su muerte, en 1931, quedó en manos de su hija, Elizabeth. En total, reunió 54.000 fotografÃas procedentes de 140 paÃses, como la que encabeza estas lÃneas tomada en el cantón de Glaris, Suiza, en 1919. Monika Burri ha reunido algunas de esas postales en un libro, “El mundo en formato de bolsillo: la colección de postales de Adolf Feller“.
He aquà una pequeña selección de esas postales, un regalo para la vista, un azucarillo de nostalgia.









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