Una treintañera en su sano juicio lleva dos orejas de peluche, rojas y negras, encima de la cabeza. Una señora entrada en canas, en silla de ruedas, sale de The Twilight Zone Tower of Terror, un ascensor que a los mortales nos sube el estómago a las amígdalas. Veo un padre que grita o llora más que su hijo, y un hijo que cuchichea: “Papá, ¿podemos volver otra vez?”.
En Disneyland París se aprecian gestos y guiños que, en la vida real, parecerían raros, pero que en este reino irreal son “solo” extraordinarios. Quien entre en el juego, lo disfrutará como un loco bajito; quien permanezca ajeno, se lo perderá.
Del primer viaje a Disneyland (entonces se llamaba Eurodisney) recuerdo la foto del castillo recortada sobre el atardecer, y los vaivenes en la nave de Star Wars, entonces lo último en tecnología (ahora, lo último es la extraordinaria utilización de la tecnología 3D en Ratatouille, la gran atracción del momento). De la segunda vez, años después, se me quedó grabado el baile de los soldados de Toy Story en Main Street. De este último viaje, quizá guarde en la memoria la nevada falsa -pero convincente- en la inauguración del árbol de Navidad.
El abeto, situado en Town Square, mide 24 metros de altura, pesa 24 toneladas y de sus ramas cuelgan 850 adornos. En cuanto a la nieve, cada día se utilizan más de 8.200 litros de jabón para crear los verosímiles copos que caen sobre las cabezas de los atónitos espectadores que llenan Main Street, la calle central del parque.
Nieva en la noche húmeda de Europa, suenan las canciones de Navidad, se encienden las luces… Y unos metros más allá se proyectan sobre las paredes del castillo algunas de las escenas más clásicas de las películas de Disney, entre fuegos artificiales y villancicos. Más de 60.000 luces led iluminan la parte superior de este símbolo-fortaleza.
Estas semanas siempre son excelentes para viajar a Europa. Los mercadillos de Navidad, como el de los Campos Elíseos, ya inaugurado, son una buena razón. Y el “jingle bells” de Disney puede ser otra. La cabalgata de después de comer, las princesas de Frozen, los bastones de caramelo gigantes… En pocos sitios estas fiestas parecen tan de verdad como en el decorado de Main Sreet, iluminada por 500 guirnaldas suspendidas a más de diez metros de altura.
Un rapero de no más de un cuarto de siglo tararea “Bajo el mar”, como segunda voz del cangrejo Sebastián, mientras ensaya unos pasos de baile en plena calle. Parece feliz un día de noviembre que ya suena a Navidad.
(Aquí os dejo el vídeo de cómo se enciende cada noche el árbol, inaugurado el fin del semana del 15 de noviembre, y otras imágenes del parque con ambiente navideño).
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