Maira Álvarez el 10 nov, 2016 Una cuidada escenografía: El atril, el avión con la bandera y Melania No somos nada originales. Tras el huracán Trump, muchos medios nos fijamos hoy en su esposa, Melania Trump. Mañana será en el perro, o en Ivanka, a ver quién va primero. La nueva primera dama va a dar mucho juego en cuanto le den un poco de espacio, verán. El New York Times la definió como la “compañera silenciosa de Donald Trump” dado el perfil bajo que ha mantenido a lo largo de toda la campaña electoral. Tan solo en julio tuvo un momento estelar cuando se atrevió a plagiar un discurso de Michelle Obama. Y es que Melania no es amable, no tiene estudios, no es original ni habla bien. Ojo, que tampoco tiene que tener estas cualidades, no es ella la que decidió meterse en política. Sin embargo, la sombra de Michelle puede ser alargada. De momento, la web del Comité Nacional Republicano resalta sus rasgos intelectuales por encima de los que realmente tiene, que son estéticos. La web la define como “apasionada de las artes, arquitectura, diseño, moda y belleza”, amén de hablar seis idiomas: inglés, alemán, francés, italiano, esloveno y serbocroata. Melania no tiene que avergonzarse de ser un bonito florero. La belleza es agradable, aunque sea caduca. Los asesores de Trump nos quieren convencer que la modelo ultra sexy se ha convertido en una mujer chic con guiños trendy. La mujer del nuevo presidente es una baza más a favor de Trump y como tal es exhibida por su marido: nació en Eslovenia, y tardó diez años en lograr la nacionalidad estadounidense. Melania representa el ideal americano, el de la inmigrante que llega al país de los sueños y, oh my God, llega a ser primera dama. Melania no es la primera en nada: es la tercera esposa del magnate, la segunda primera dama extranjera y la tercera modelo que llega a la Casa Blanca. Y eso es duro de aceptar. Melania, siendo ella La ex-modelo ha desfilado para grandes marcas como Versace o Thierry Mugler, y es conocida por su amor a la pedrería, los vestidos de corte sirena, los escotes vertiginosos y la lycra brillante. Y las marcas de lujo: su vestido de novia firmado Christian Dior costó 125.000 dólares. 2005. Un derroche de “elegancia” brillante Ha sido interesante ver su cambio de estilo a lo largo de la campaña. Ahora viste con conjuntos de dos piezas, con menos joyas y sin escotes. Su melena negra se ha dulcificado con mechas claras, acordes al tinte rubio de su marido. Melania viste de bandera de los Estados Unidos: cuando no va de blanco, le gusta el rojo o el azul. Lady Trump siempre lleva blanco o tonos pasteles, jamás colores demasiado fuertes (ya están para eso las corbatas azules, rojas o naranjas del magnate) ni con estampados. Melania tiene que hacer creer al votante que su marido es bueno, aunque luego abra la boca y suelte todos los sapos republicanos que guarda dentro. Quizá por ello ha guardado un perfil bajo durante la campaña: debe ser duro tener que sonreír mientras tu cónyuge expone su misoginia. Donald Trump dijo hace poco en una entrevista para Esquire: “Una alta autoestima es buena para un desempeño óptimo y vestir bien es señal de respeto, con uno mismo y con los demás”. El presidente siempre viste de traje, y su equipo se ha encargado de mantener su imagen de poder. Tan solo se ha permitido llevar una visera con mensajes políticos para atenuar su imagen de profesional de éxito. No deberíamos olvidar que en el 2005, Trump fue nombrado uno de los diseñadores Top de Estados Unidos, por su firma Donald J. Trump Signature Collection del que su hija Ivanka es gran embajadora. Es curioso ver como el presidente, en su cuenta privada de Instagram, regala más fotografías de su hija Ivanka (escenas en familia.. .hasta en el hospital cuando dio a luz a su nieto Teodoro) que de su tercera esposa. Y es que parece que este va a ser el papel de Melania en el mandato de Trump: ser su bello complemento. Melania llega, sonríe, se coloca el pelo, ladea su escultural cuerpo, saca pecho y se va. Ni siquiera hay fotos que demuestren escenas de especial cariño entre ellos, ni instantáneas naturales como las que nos acostumbraron los Obama. Los Trump posan uno al lado del otro, y tan solo son sus brazos los que se rozan. La comunicación no verbal de la nueva First Lady es igual de estática: es la reencarnación de una estatua griega, siempre bella, siempre perfecta. Jamás un fotógrafo la inmortalizará arrugando su boca con excesivas risas, o aplaudiendo melena al viento. Tampoco puede, con el vestuario tan ceñido que suele vestir. Te la imaginas reventando las sisas si levanta un poco los brazos o caminando como un pingüino con las ajustadas faldas lápiz que se pone. La Melania de estos últimos meses me ha recordado a Bree Van de Kamp, la perfecta ama de casa de la serie Mujeres Desesperadas: republicana, obsesionada por el orden y los buenos modales y que nunca se permitía ni un error. Siempre preocupada por controlar las opiniones de los demás y obsesionada por el “qué dirán” y las apariencias. Quizá está tan preocupada por ser la “americana perfecta” y hacer olvidar a los demás su pasado como inmigrante que se ha olvidado de ser ella misma. Esperemos tan solo que acepte vivir en esta nueva cárcel dorada que puede ser la Casa Blanca y que su libertad personal no se estreche tanto como sus blusas de 900 dólares. O quizá no, y que a partir de ahora veamos el resurgir de la modelo del Este. Su primera aparición como primera dama la hizo vistiendo un mono asimétrico de Ralph Lauren de 4500 dólares. Casualmente (yo no creo) la misma marca que vistió durante toda la campaña a la rival de su marido, Hillary Clinton. Quizá fue su manera de decir “aquí estoy yo. He llegado”. Como canta Alejandro Sanz, pisando fuerte. Sin categoría Tags comunicación no verbalDonald Trumpelecciones americnasEsquireestiloHillary ClintonMelania TrumpMichelle ObamaNew York Times Comentarios Maira Álvarez el 10 nov, 2016