Un escalofrío recorre desde hace unos días la columna vertebral del Partido Popular, a media que se acerca la recta final de esta larga y pesada carrera para suceder a Rajoy. Un temor, real o imaginario, sobre si Mariano Rajoy mantendrá hasta el final la neutralidad sobre su candidato preferido para la presidencia del PP.
Aunque la mayoría quieren creer que cumplirá su palabra, queda la duda de si, en su discurso de despedida del viernes por la tarde, deslizará alguna pista sobre si apuesta por Soraya Sáenz de Santamaría o Pablo Casado.
Este miedo amenazaba ayer a los populares por los pasillos del Congreso de los Diputados. La mayoría, cansados de un proceso que, si durara más allá del viernes podría ahondar en la herida abierta en canal en el partido, confía en que Rajoy no dispare la traca final del enfrentamiento entre las dos facciones en liza Soraya-Cospedal.
Cualquier opinión de Rajoy lo perjudicará y empañará la retirada más honesta de un presidente del Gobierno de la democracia, renunciando a su sueldo y volviendo a su trabajo: registrador en Santa Pola.
Yo creo, a lo mejor me equivoco, que Rajoy no lo hará. No puede manchar un proceso que ha sido doloroso; no puede, en su recta final, ahondar en la división. Y sería irresponsable que alguien, por ambiciones personales, le instara a tomar partido. No creo que Rajoy quiera quedar como otro Aznar en la historia del PP.
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