Estos valientes independentistas que en Cataluña desafían el orden constitucional, revientan el Reglamento del Parlamento y sacan pecho lanzando a la gente a la calle con consignas como “ni un paso atrás” frente a la legalidad, llegan a Madrid, se asustan, y vienen a decir que todo era una broma, un juego de niños. Que acatan el artículo 155 de la Constitución y que la declaración unilateral de independencia (DIU) era más o menos que un juego, una cosa simbólica, sin ninguna importancia.
Esto mismo es lo que ha hecho la expresidenta del Parlamento de Cataluña, Carmen Forcadell, cuando se ha sentado ante un juez de la Audiencia Nacional y, como se dice vulgarmente, se ha caído del caballo. Que el jugar a ser independentista no era una broma y que puede terminar en la cárcel.
Estos lidercillos del independentismo eran en el fondo una pandilla de cobardes. A las primeras de cambio huyen del país, como el caso de Puigdemont, y cuando le aprietan las tuercas judiciales dicen que, bueno, que no era para tanto, y que todo era una cosa simbólica.
¿Y qué piensan de todo este espectáculo de cobardes y prófugos la gente que se lanzó a la calle siguiendo unas consignas que no eran más que una fábula para tapar la corrupción política que ha habido en Cataluña durante muchos años?
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