El problema de Esperanza Aguirre para ser candidata a la Alcaldía de Madrid es que quiere que le den cariño, y hasta cierto punto es comprensible. Ante un desafío de semejante magnitud como es retener la mayoría absoluta, a día de hoy perdida, en la capital del Reino, la expresidenta de la Comunidad no quiere tirarse sola a la piscina. Quiere que le ofrezcan la mano y zambullirse con Rajoy en esta tempestad de aguas bravas que puede engullirla en el fracaso político, si no consigue el reto, que por otra parte no es nada fácil.
Aguirre no va a hacerse el harakiri político diciendo que ella sí quiere ser para que luego caigan sobre ella todas las críticas si se queda en el sillón de la oposición. No puede hipotecar su futuro político en solitario y por eso se deja querer a la espera de que Rajoy se lo pida.
El problema es que Rajoy es muy reacio a pedirle en matrimonio. Hay demasiadas heridas abiertas y un presidente de Gobierno no puede rebajarse a quien le ha hecho mucho daño a lo largo de la legislatura con críticas, algunas veladas y otra abiertas, a su forma de gobernar, en un momento muy difícil para el Ejecutivo y para el país.
En el Partido Popular la sensación es que Rajoy solo apostará por Esperanza Aguirre si no tiene otra opción e incluso aseguran que, llegado el caso, “entre Soraya Sáenz de Santamaría y Esperanza Aguirre optará por la primera si las encuestas le son favorables”.
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