Decía Truman Capote en el prólogo de Música para Camaleones: «Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble, pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse».
Fernando Navarro descubrió pronto la presencia del implacable amo. Desde entonces no ha hecho más que pelear con las teclas. Recién salido de Periodismo siente que tiene que tomar una decisión. Lleva un tiempo ahorrando mientras realiza los trabajos que le encomiendan desde la sección de sucesos del periódico. Tiene un sueño. Y se lanza, con pasión, a vivir la aventura americana. Recala en Nueva Jersey, a pocas manzanas de Asbury Park, el lugar donde creció Bruce Springsteen, uno de sus mitos. Estudia y escribe, pero sobre todo se empapa hasta el tuétano de música, su otra gran pasión. Música y escritura, dos palabras que resuenan como una llamada constante en su cerebro. Lejos quedan los fantasmas que, con la distancia, como la de aquel Lorca en Nueva York, le dicen que hay que seguir adelante, saltando por encima de la pena, de la pérdida, del fracaso. Nueva York le inyecta un chute de energía que sabe gestionar a su vuelta a Madrid con tan buen tino que consigue entrar en la sección internacional del diario, para después de unos años instalarse en la cabeza del periodismo musical, el lugar natural reservado para él, el lugar donde música y escritura se encuentran.
Fernando Navarro presenta en unas horas Martha. Música para el recuerdo (66rpm, 2015) en la librería La Fábrica de Madrid. Es su gran día pero antes me concede un tiempo precioso: Comenzamos hablando de Laura Cantrell, el que fuera el último descubrimiento de John Peel antes de morir. Y de Ryan Adams: «Estuve meses colgado de Ashes & Fire de Ryan Adams», me dice Fernando mientras reposa sobre la mesa de la cafetería un ejemplar de Martha, su primera novela de ficción, un avance en su carrera, hasta ahora dedicada al periodismo musical desde las páginas de El País y con un libro todavía muy reciente a la espalda, aquel insólito Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana (66rpm, 2011) que suponía un ajuste de cuentas con la historia del rock and roll. Allí reivindicaba con valentía a un ramillete de artistas que, como acordes rotos por el signo de los tiempos, no fueron reconocidos como merecían. Seguía aquel libro un hilo rojo, el que va desde el blues de Robert Johnson y el folk de Woody Guthrie hasta el country más íntimo de Townes Van Zandt, llegando a Jeff Buckley tras hacer parada en artistas que llegaron en un tiempo equivocado, como Willy DeVille.
Tiene el padre de Jeff, Tim Buckley, una versión de “Martha”, ¿la conoces?: «Sí, sí, hace poco discutía sobre esto mismo. Jeff Buckley ha sido encumbrado, sobre todo por su muerte temprana y por cómo murió. Pero los discos de Tim Buckley son superiores. La versión de “Martha” de Buckley la conozco, aunque la que utilizo en la novela es la original de Tom Waits».
¿Cuál es la idea central del libro?: «Yo tenía claro que quería hablar de la pérdida, de que te persiga un recuerdo, un pasado. Me puse a escribir y los personajes fueron creciendo solos. Pero para eso hay que estar escribiendo durante horas, tienes que estar delante del foco para dejarte llevar». «Como dijo Antonio Vega, “a medida que vas tocando, las canciones vienen a ti, no al revés”».
¿Qué papel juega “Martha”: «“Martha” es un refugio. Es la historia de dos personas unidas por una canción. Las canciones son espacios imaginarios que representan lo mejor y lo peor de nosotros. Cuando perdí a mi madre, me conectaba con ella a través de una canción. Hay quien prefiere rezar o ir al cementerio. A través de la música, entre dos personas que se han querido, queda algo que les sigue uniendo».
¿Qué lugar tiene la pasión en tu vida?: «¿La pasión? ¡Toda! Lo descubrí con las canciones de Born to run, de Springsteen. Esa pasión es la que he querido reflejar en mi novela, todas las encrucijadas vitales me han enseñado que la pasión es la actitud. Yo siempre quise ser escritor, es uno de mis grandes sueños. La pasión es la melodía de la vida».
La novela se presta a contar lo inconfesable: «Sí, pero tal como yo lo veo no tanto lo real de la trama, sino las emociones y los sentimientos». Entonces, escribir es doloroso o es saludable: «Las dos cosas y ninguna. Diría que escribir es mágico. Lo que a mí más me preocupaba mientras escribía era no perder el tono. Quise en todo momento recoger el sonido de la ciudad, el sonido de la calle, hacerlo todo muy cotidiano, sin generar grandes discursos… Cuando veía que no encontraba el tono adecuado, abría algunos libros fetiche que tenía en la mesita al lado del ordenador: Sostiene Pereira, El coronel no tiene quien le escriba, también El principito. Uno de los modelos que siempre he tenido, y no solo como periodista, es Enric González. Sus Historias de Nueva York me parecen un modelo a seguir».
¿Es Martha una novela de inciación?: «De alguna manera sí, pero es también una novela adulta, en el sentido de que parte de una reflexión: nos definimos y nos persigue durante toda nuestra vida la etapa de la adolescencia: la amistad, qué quieres ser, los amores y desamores».
¿Hay algo por lo que luchar?: «Rotundamente sí. Está en la novela, en la canción. Está bien que existan los ideales. “Martha” representa lo mejor de ti. Cuando empieza a sonar la canción, sientes que estás a salvo».
“I fought the law and the law won” en la version de The Clash. ¿Qué te sugiere?: «Debería ser un pequeño himno cotidiano que ponerte en los peores momentos. Desde luego sí creo, como escribió Steinbeck en Las uvas de la ira, que importa lo que hace el hombre. Vivimos ahora un tiempo y una generación que estamos “reseteando” la sociedad. Como dijo Saramago, “dejad de hablar de crisis económica, lo que hay es una crisis de valores”».
Acaba de terminar “Ashes & Fire” de Ryan Adams, la música que me está acompañando ahora mientras monto la entrevista. Fernando Navarro y sus canciones para el recuerdo: el huraño Van Morrison de Astral Weeks, Wilco y su Yankee Hotel Foxtrot, “Like a Rolling Stone” de Dylan, “Born to run” de Springsteen, “About You” de Teenage Fanclub, “Allelujah” de Jeff Buckley; pero no solo de fuera, también las canciones para el recuerdo se hallan en lo más cercano, lo que escuchaba Javi, el protagonista, en sus veranos en Hoyo de Manzanares, el lugar donde conoció a Marta: Nacha Pop, Los Rodríguez, Quique González, Calamaro, Burning. También Barricada, Platero y tú, Los Enemigos, Los Suaves o José Ignacio Lapido. Y, por supuesto, “Martha”, de Tom Waits: “Como si del acto más solemne se tratase, como si me encontrase solo en mitad de un vasto desierto cubierto de estrellas, atravesándolo descalzo y mordiéndome los labios de rabia, pero entregado en cuerpo y alma a la ceremonia, tras tantos años sin escuchar la canción que nos terminó por definir a Marta y a mi, nuestra canción, di al botón play, al tiempo que me preguntaba: ¿Qué fue de la música? ¿Dónde quedó la verdadera música?”
Música y escritura unidas en una trama que viaja del presente al pasado en feedbacks bien labrados y que nos lleva hacia algún lugar de la memoria colectiva, aunque ya hayamos pasado la frontera de los 33, la edad que tiene ahora Fernando Navarro. Un autor a quien un don le fue concedido, como decía Capote. Acaso los golpes del látigo le sirvan al escritor para continuar construyendo su gran obra.
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