Hay unas breves páginas escritas por Julio Cortázar a favor del Gardel de los años veinte, anterior a los pick-up eléctricos, que “contiene y expresa al porteño encerrado en su pequeño mundo satisfactorio”.
Las bellas palabras de Cortázar, escritas en 1953, muestran el profundo impacto que produjo en él los viejos discos de Gardel, canciones que reflejan una última y precaria pureza que crea cariño y admiración, que da y recibe amistad. “Cuando Gardel canta un tango, su estilo expresa el del pueblo que le amó”. Como reza el viejo tango, “lejana Buenos Aires, ¡qué linda has de estar!”.
Cortázar asomado a su ventana sobre la rue de Gentilly: “Ahora unos amigos me han dejado una victrola y unos discos de Gardel. En seguida se comprende que a Gardel hay que escucharlo en la victrola, con toda la distorsión y la pérdida imaginables; su voz sale de ella como la conoció el pueblo que no podía escucharlo en persona, como salía de zaguanes y de salas en el año veinticuatro o veinticinco”.
Cortázar se dispone a escuchar una vez más Mano a mano, el tango que prefiere a cualquier otro tango y a todas las grabaciones de Gardel.
“La letra, implacable en su balance de la vida de una mujer que es una mujer de la vida, contiene en pocas estrofas la suma de los actos y el vaticinio infalible de la decadencia final. Inclinado sobre ese destino, que por un momento convivió, el cantor no expresa cólera ni despecho. Rechiflao en su tristeza, la evoca y ve que ha sido en su vida paria solo una buena mujer. Hasta el final, a pesar de las apariencias, defenderá la honradez esencial de su antigua amiga. Y le deseará lo mejor”.
Para Cortázar, este tango da la justa medida de lo que representa Carlos Gardel, “el justo medio en que se inscribe para siempre su arte es el de este tango casi contemplativo, de una serenidad que se diría hemos perdido sin rescate”. Hay que volver a escuchar a Gardel. Hay que volver a leer a Cortázar.
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