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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

De Big Country a Mumford & Sons

De Big Country a Mumford & Sons
Álvaro Alonso el

El primer disco que compré ahorrando pesetas fue The Crossing, el primero de Big Country para Mercury en 1983. No sabría decir exactamente qué me arrastró entonces hacia esas canciones que componían un álbum casi conceptual en torno a cuentos y leyendas de la lejana Escocia, pero encontré en aquellos surcos una primera banda sonora para mi mente viajera, perdiéndome en esas canciones que aún hoy me parecen igual de buenas, como “In a Big Country”, con esa batería brutal de Mark Brzezicki -sic- y la voz combativa, muy Joe Strummer, de Stuart Adamson; o “Chance”, con un delicioso y maduro punteo de guitarra que se sostiene en vilo hasta que entran el bajo de Tony Butler, la batería y la otra guitarra de Bruce Watson; o “Fields of Fire”, con la incorporación del sonido de gaitas (desde las guitarras) en una danza eleúsica alrededor del fuego; o el trote que antecede al galope de “Harvest Home”, donde el cuarteto se luce esplendorosamente en un brillar el sol un instante entre nubes de Constable; o “The Storm”, una canción que era como eco de sirenas en mitad del oleaje.

Stuart Adamson y Bruce Watson fueron pioneros en la utilización del ebow, un pequeño artilugio inventado por Greg Heet en 1969, aunque será redescubierto en los años ochenta. Se trata de un pequeño aparato que emite un campo electromagnético que hace las veces de los dedos al golpear sobre las cuerdas, creando sorprendentes efectos de fade in y fade out. El uso del ebow se popularizó después de Big Country gracias a The Edge en “With or Without You”, el gran éxito de U2, sus parientes ricos. U2 y Big Country surgieron casi a la par, unos irlandeses, otros escoceses, con elementos en común ya que ambos grupos hacían rock melódico con un fuerte acento en la tradición celta. Big Country fueron teloneros de U2 en algunos conciertos de su “War Tour”. A U2 les salvó su capacidad de reinventarse con cada nuevo disco, desde Joshua Tree a Rattle and Hum y su peregrinaje americano. Se dieron cuenta de que podían emular a los dioses, hacer cualquier cosa. De esa fe incandescente salió Achtung Baby. Big Country, por su parte, no supo hacer lo propio, y se extinguió lentamente.

Las atmósfera mágica de The Crossingproducido por Steve Lillywhite, el “David Copperfield” del sonido de la primera mitad de los años ochenta, productor un año antes de War de U2, se debe al impactante sonido de la batería sobre el que se elevan unas melodías arcanas que parecen llevar ahí miles de años transportadas por el viento de la tradición oral, los coros celtas, y un sonido que va y viene, se esfuma y reaparece como los barcos bajo la tormenta.

La carátula interior contenía las letras, los créditos y unos dibujos de escenas que ilustraban de qué iban esas canciones tan bonitas que hablaban de una vida en la costa muy al norte, donde habitan los caballos y los marineros se juegan la vida al anochecer. La larga espera los días de tormenta a la luz de un candil que se apaga con el viento que se cuela por una rendija. Héroes cotidianos que vuelven de la fábrica. Expediciones que se pierden en la nieve, que buscan belleza y almas que salvar y solo encuentran muerte y decadencia. Un disco perfecto que ha acabado en el cajón de los saldos. Hete aquí que sale un grupo británico llamado Mumford & Sons en 2009 con Sigh No More y venden millones con una fórmula que ya habían inventado Big Country treinta años antes. Aunque la fórmula de Mumford & Sons está claramente enriquecida. Eso no hay quien lo discuta.

 

 

 

 

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