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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Santiago Auserón a los sesenta años

Santiago Auserón a los sesenta años
Álvaro Alonso el

Santiago Auserón cumplió hace unos meses los sesenta años. Treinta y cinco de los cuales dedicados activamente a la música popular desde que publicara al frente de Radio Futura Música moderna en 1980. Aquel joven natural de Zaragoza llegó a Madrid para estudiar Filosofía cuando se vio envuelto en una agitación cultural que lo condujo irremisiblemente a los escenarios. El mundo ha dado a partir de entonces unas cuantas vueltas. De las noches del Rock-Ola a los conciertos multitudinarios, la década de los ochenta fue la que vio surgir el que la crítica considera el mejor grupo de rock hispano de la historia gracias a la consistencia de trabajos como La ley del desierto, la ley del mar (1984) o La canción de Juan Perro (1987).

“Escuela de calor”, “Semilla negra”, “A cara o cruz”, “Veneno en la piel” o “La estatua del jardín botánico” son algunas de las canciones para enmarcar que Auserón ha ido firmando a lo largo de su carrera, probando registros arriesgados cuando no insólitos (véase el rap reggae de “La negra flor”) en un universo que ha sido capaz de incorporar con valentía otras culturas y otras músicas, encontrando en el mestizaje contemporáneo una metáfora de lo que en el fondo nos constituye.

El impacto que supuso el descubrimiento del son cubano llevó a Santiago Auserón a convertirse a finales de los ochenta en antropólogo a pie de campo, fruto de cuyos trabajos son las colecciones Semilla del son (cinco álbumes, 1991-1992) que lo situaban para mayor dignidad de la cultura hispana en la senda misma de utópicos visionarios como Peter Gabriel y sus grabaciones para Real World, por donde pasó lo más granado de los ritmos étnicos de todas las partes del globo, por un lado, o David Byrne y su sello Luaka Bop haciendo lo propio con las músicas de Brasil, Perú o el Caribe.

Santiago Auserón no dio por terminada su carrera con el fin de Radio Futura, sino que la despedida del grupo que le unía a su hermano Luis y a Enrique Sierra supuso un nuevo inicio para su creatividad al frente Juan Perro, la que vendría a ser su “segunda navegación”. Graba en La Habana el álbum Raíces al viento (1995) y, posteriormente La huella sonora (1997), Mr. Hambre (2000) y Cantares de vela (2002). Produce la Antología de Francisco Repilado, del luego muy popular Compay Segundo (1996) y promueve el acercamiento entre músicos afroiberoamericanos.

En 2011 graba Río negro, su quinto y último trabajo hasta la fecha como Juan Perro, con canciones sobresalientes como “Girasoles robados”, “Pájaro de Siracusa”, “Reina Zulú”, “Poco talento” o “Pies en el barro”. Publica el libro Canciones de Juan Perro, con prólogo de Jenaro Talens y postfacio del autor, en la colección de poesía de la editorial Salto de Página, 2012. En octubre del mismo año, Ediciones Península publica el ensayo El ritmo perdido sobre el influjo negro en la canción española, ensayo que en su primera parte reproduce el viaje iniciático del músico desde su infancia.

En 2013 publica un fenomenal concierto titulado Juan Perro & La Zarabanda grabado en la edición del Etnosur (Jaén, ed. 2013) donde -acompañado de músicos pulidos que amalgaman flamenco, blues de Nueva Orleans, jazz, son cubano y sonidos mediterráneos- incorpora atmósferas que ensamblan el sonido del tres, los timbales, las congas, los vientos, el piano, todo con gran maestría, como en la interpretación de “Perla Oscura”, “El Cigarrito” o “La Nave Estelar”, un colorido viaje como de las mil y una noches repleto de picante, que lo mismo te hace soñar despierto con ser un personaje de Conrad, con perderse por Baton Rouge o con visitar un burdel de la Habana en compañía de Cabrera Infante.

Ese encuentro entre punta de lanza de la modernidad y búsqueda de lo primitivo, lo exótico, recuerda mucho al romanticismo, pero puede leerse también como un intento de buscar en los ritmos perdidos las fuentes de las que se nutre la música popular. Y una manera de pensar las canciones como “lugares privilegiados en que se ofrece al espíritu la posibilidad de regenerar su energía”.

Contra viento y marea, siguiendo una línea conscientemente trazada desde ensayos programáticos como La imagen sonora. Notas para una lectura filosófica de la nueva música popular (Episteme, 1998) o “Notas sobre Raíces al Viento” incluido en Las culturas del rock al cuidado de Jenaro Talens y Luis Puig (Pre-textos, 1999), la originalísima apuesta hacia la negritud y el meltin´pot de Santiago Auserón ha seguido su camino sin titubear, un camino de bosque por donde otros podrán, llegado el momento, continuar la senda.

Santiago Auserón ha sabido medir los tiempos (goza de independencia para grabar desde su propia productora, La Huella Sonora) y aceptar con buena cara las exigencias que los retos tecnológicos imponen hoy a los músicos y sus creaciones. Ya no cabe soñar con vender un millón de discos. Aunque ese, el negocio por el negocio, nunca fue el objetivo para el eterno aprendiz de filósofo que en los años setenta vino a Madrid con un librito de poemas de Machado bajo el brazo. Más bien los del arte por el arte. Porque el baile es cosa seria y hay que saber seguir el compás.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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