Nuestro Pablo Alborán está en tierra de nadie, luchando por el reconocimiento de la crítica, que mira hacia el tendido, mientras el tendido, por unanimidad, compra las entradas para sus conciertos en junio, a meses vista, en fracción de segundo.
Pablo Alborán y sus suspiros en el pecho. Nuevo disco, Terral (Warner, 2014). Por suerte, nos asiste un cierto acuerdo tácito en el pueblo llano sobre la copla. Lo primero que uno piensa al escuchar a Pablo es que es un nuevo Antonio Molina, en tiempos en los que ya no hay censura. Un nuevo representante de nuestro folclore que nadie se atreve a criticar, porque por fin tenemos el último baluarte de esa gran tradición nuestra que se hace grande con Quintero, León y Quiroga.
“Tal vez no haya en este mundo nada que merezca más la pena que el amor”. Y que conste que esto lo digo yo: A. A. Es por eso que el poder del amor, en las manos y el cerebro de Pablo, se viertan en las canciones de los que aman, de los que amarán, y de los que aún no saben que esto mismo les llegará, como fuerza o sentimiento, tarde o temprano, porque como dicen sus versos, “jamás creí que me iba a suceder a mí”, “por fin, sé porque estoy así”. “Tú me has hecho entender, que tu piel y mi piel, pueden detener el tiempo“. “Por fin lo puedo sentir, con un suspiro en el pecho y con cosquillas por dentro por fin sé por qué estoy así”. Y así podríamos seguir. Pablo Alborán canta al amor, que es a lo que cantan los trovadores desde el principio de los tiempos. Que nos dure, al menos, un poco de tiempo.
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