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Blogs Loading... por Marisa Gallero

Santa Transición

Santa Transición
Marisa Gallero el

 

Asistí a un almuerzo coloquio de esos que no defraudan. Donde en perfecta armonía se daba primero una pequeña conferencia para luego abrir el debate entre las distintas mesas hablando sin medias tintas. A muchos le darían un ictus al imaginar que existen asociaciones cuyo lema es la «tolerancia, comprensión y respeto por el adversario». Los acusarían sin pensar de casta, cuando muchos de ellos fueron los primeros que tuvieron responsabilidades de Estado y supieron dejar atrás la política. Un rara avis hoy día.

La conversación estuvo protagonizada por Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, promotor del Partido Popular de la Transición —nada que ver con el actual PP y mucho menos con aquella Alianza Popular de Manuel Fraga—, que luego formaría parte de la UCD donde sería ministro de Educación. Como todo lo ha fagocitado Cataluña recordó la anécdota de principios de los ochenta, cuando Miquel Roca era portavoz de la Minoría Catalana en el Congreso y reclamaba el traspaso total de la enseñanza a la Generalitat. Fue Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de Administración Territorial, quien le dijo al de Educación: «No te puedes negar». «Y así se transfirieron las competencias en lugar de reforzar la idea de la Alta Inspección». Casi cuarenta años después seguimos mirando los agujeros de aquel sistema. «Con Jordi Pujol se impuso la ley de la alcachofa. Se pedía apoyo a la minoría a cambio de una hoja. Ahora estamos en el tallo», reflexiona el político de centroderecha.

Ambrona también participó «en la sombra» en la elaboración de los textos constitucionales como subsecretario de Justicia y es de los que piensa que el polémico 155 «es un artículo como otro cualquiera», que se ha aplicado en «términos reducidos»; y que la Constitución española  como «trasfondo tiene un toque federal». «Una Comunidad Autónoma es un land como ese Estado Libre de Baviera», que no significa que sea independiente «ni que se pueda ir». Por eso cree que «hay un elemento totalitario» en el «derecho a decidir» que es un «enorme expolio». «Todos los españoles tenemos ese derecho porque estamos concernidos». Con «un Gobierno que tiene un apoyo tan magro debería haber un tipo de Gran Coalición» al estilo del acuerdo alcanzado entre Angela Merkel y Martin Schulz, a pesar de que este último dijo que nunca iría con la canciller haciendo bueno lo que respondió el Conde de Romanones a la salida de una sesión del Consejo de Ministros, «cuando digo jamás, siempre me refiero al momento presente».

Entre los asistentes que alzaron la voz, Carmela García Moreno, correligionaria de Ambrona en dos partidos políticos —en el primer Partido Popular y como diputada por UCD—, que apuntó lo «imposible de articular ese Gobierno de coalición» y que parece que estamos abocados a «un problema que no tiene salida». Cundiendo el pesimismo en el debate: «No se puede resolver si no hay un Gobierno con autoridad suficiente». Si se le suma «el silencio expresivo de Ciudadanos, ¿cómo se puede llegar a un acuerdo?». O como también señalaron: «¿Por qué queremos llamarle patriotismo si realmente es pasta? Artur Mas vino pidiendo el concierto vasco». Como diría Ortega y Gasset, «el problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar; que es un problema perpetuo», aunque Ambrona insta a solucionarlo.

Pero cuando escuchas a Ada Colau decir que «la recepción al Rey es un acto de pleitesía y vasallaje impropio del siglo XXI», para luego sentarse a cenar en la misma mesa y a Carles Puigdemont, un prófugo incapaz de afrontar sus decisiones —las leyes de desconexión aprobadas que dinamitaron el Estado de Derecho, el 1-O y la proclamación de la República catalana en el Parlament— sentando cátedra desde Waterloo exigiendo a Felipe VI que «pida perdón por su papel inconstitucional el pasado mes de octubre», ves que determinados partidos sólo quieren cambiar las reglas del juego a su connivencia. Y sólo las que ellos han decidido de antemano. Porque a la hora de la verdad no son capaces de afrontar un trabajo parlamentario para reformar la Constitución ni para cambiar nada. Es más fácil crear ruido con tuits poniendo al rey en la diana que salir de una encrucijada endemoniada. Se han olvidado del consenso. Del arte de negociar, ceder y gobernar.

Vivimos en un Sálvame Político o como escribía Ambrona en Memorial de Transiciones   —donde reflejó su preocupación por la magnitud del problema territorial mucho antes de que estallará el desafío independentista—, «la España actual anda más sobrada de pícaros que de estadistas». En el foro de la Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición, apartidista, sin fines de lucro y abierta a personas de las más variadas ideologías, como recalcó Ambrona, siguen defendiendo los valores de la «Santa Transición».

 

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